Dejémonos renovar por la alegría del Niño de Belén

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Monseñor Ubaldo Santana Sequera, arzobispo emérito de Maracaibo

Mensaje de Navidad 2018 – Monseñor Ubaldo R. Santana Sequera FMI, Arzobispo emérito de Maracaibo

Señor, que ves a tu pueblo esperando con gran fe la solemnidad del nacimiento de tu Hijo, concédenos celebrar la obra tan grande de nuestra salvación con cánticos jubilosos de alabanza y con una inmensa alegría

Ya se acerca la Navidad. Desde siempre ha sido un tiempo de gozo y alegría. Así ha sido desde la primera Navidad, cuando se la presentaron los ángeles a los pastores: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10). El anuncio de la encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María, se inició con una invitación a la alegría: “¡Alégrate! llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28).

Cuando los profetas del Antiguo Testamento, predicen este feliz advenimiento, invitan al pueblo y a la ciudad de Jerusalén a dejarse inundar por la alegría: “¡Regocíjate, ciudad de Sión! ¡Grita de júbilo, Israel! ¡Alégrate con todo tu corazón! ¡Gózate, ciudad de Jerusalén! El Señor tu Dios está contigo; Él es poderoso y salva. Se regocijará por ti con alegría, su amor te renovará, salta de júbilo por ti”. (Sof 3,14-18ª)

Es una alegría bien particular que no se fundamenta en razones materiales ni se procura con unas cuantas copas o drogas psicotrópicas. No es una alegría circunstancial y pasajera. Es una alegría que viene de Dios y cuyo fundamento es su presencia en medio de nosotros. ¡El Emmanuel, Dios en medio de nosotros! Este el motivo que los profetas no se cansan de proclamar. Escuchemos por ejemplo a Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa; los que habitaban un país de sombras s inundaron de luz. Has acrecentado la alegría, Has aumentado el gozo (…) porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo: lleva el cetro del principado y se llama Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9, 1-6).

La alegría de la presencia divina invade a Isabel, a su familia y su aldea cuando María, embarazada de Jesús, la visita en su casa (Lc 1,41). Es el alborozo coral de los ángeles en la noche de Belén contagiado a los pastores, cuando comparten con ellos la noticia del nacimiento de Jesús (Lc 2, 14.20). Es el júbilo que invade a los magos de oriente cuando la estrella los conduce hasta donde está el niño Jesús (Mt 2,10). Es el gozo que plenifica a Juan al ver cumplida su misión (Jn 3,28-29).

Es la dicha contenida en las bienaventuranzas y que alcanza a los pobres, a los misericordiosos, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos por la causa de Jesús, a los constructores de paz (Lc 6,21-23; Cf Ef 4,7; 1 Pe 1,6-9).  Es la alegría de Jesús, provocada por el Espíritu Santo, cuando ve cómo su Padre revela su amoroso plan de salvación a los pequeños y a los pobres (LC 10,21). Es el regocijo de Dios anidado en María, en la persona de su Hijo, y por medio de ese niño, a toda la humanidad. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto su mirada en la humildad de su esclava” (Lc 1,47).

Con la llegada de Jesús la presencia de Dios en este mundo ya no nos asusta ni nos temer la muerte. Porque Dios, al llegar la plenitud de los tiempos y llevar a cabo su plan de salvación, esconde su omnipotencia soberana en la fragilidad y la ternura de un niño. Cuando el ángel le revela a José que el niño que ha de nacer de su esposa María es obra del Espíritu Santo, le pide que le ponga el nombre de Jesús, “´porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Ese mismo mensaje reciben los pastores de Belén de parte de los ángeles: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). “Los que lo reciben, los que creen en su nombre, les da poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). En ese niño está nuestra salvación. Es una presencia transformante, salvadora.

Con su presencia queda decretado el fin del reino del príncipe de este mundo (Jn 12,31). El fin del odio, de la injusticia, de la violencia y del individualismo. “Si Dios está con nosotros, grita jubiloso Pablo, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre la desnudez, el peligro, la espada? En todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado.  Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente, ni lo que está por venir ni los poderes ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom 8,31-39).

Esta es la razón fundamental, hermanos, por la cual podemos y debemos estar llenos de gozo, no solo en Navidad, sino en todo tiempo y en toda circunstancia. Jesucristo es para siempre el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. ¡Dios nace! ¡Nace entre nosotros, como uno de nosotros para que nosotros nazcamos de Dios! “La Palabra se hace hombre y pone su Morada entre nosotros. Viene a iluminar todo hombre. Los que lo reciben, los que creen en su nombre les da poder de llegar a ser hijos de Dios. Por medio de él nos llega la gracia y la verdad (Cfr. Jn 1,9.12.14.17.)

Navidad es una fiesta necesaria, indispensable en la vida de la humanidad. Necesitamos hacernos destinatarios de esta jubilosa noticia. Cuando la visita de Dios tocó a las puertas de la Virgen María, de su prima Isabel, de José y de los pastores de Belén, todos se encontraban sometidos a un poder extranjero, privados de libertad, divididos, oprimidos por pesadas condiciones de vida. Tenían miles de motivos para permanecer incrédulos o indiferentes. Pero creyeron en el don de Dios. Esperaron “contra toda esperanza” como Abrahán y, gracias a su aceptación, entró la vida, la salvación y la gracia de Jesús en este mundo.

Aceptar a Dios y reconocer su presencia entre nosotros representa también hoy, un reto fuerte y difícil que provoca rechazos y ataques. No fueron solamente los betlemitas los que negaron posada a José y María (Lc 2,7). Tampoco hoy están dispuestas las naciones ricas e industrializadas a acoger a Jesús, en la persona de los migrantes que huyen de sus naciones en pos de una vida mejor. La civilización bio-tecnológica cree que tiene que rechazar a Dios para valorar al hombre. Una civilización sin Dios, enseñaba san Pablo VI, terminará siendo una civilización contra el hombre.

Más que nunca hace falta esta alegría para superar nuestras crisis de tristeza, de pesimismo y desesperación; para tener la fuerza necesaria para unirnos y luchar por la consecución de la paz, de la justicia y el derecho. Si queremos sacar a Venezuela y nuestro pueblo del marasmo en el que está hundido, necesitamos escuchar una y otra vez el anuncio de los ángeles; asociarnos a los pastores y salir presurosos con ellos en busca del niño hasta llegar al pesebre donde yace envuelto en pañales; cultivar nuestros sueños de justicia, fraternidad y paz y seguir con los magos la estrella de Belén; contemplar a María, a José, y salir en ayuda de todas las Isabel y los Zacarías que nos necesitan.

Así como solo los pequeños pueden ser anunciadores de Jesús, solo los pequeños, los sencillos pueden estar preparados para su venida y acoger su mensaje (Cf Lc 12,21-22). Para que Navidad acontezca en nuestras vidas tenemos que dejar al pobre de Belén destronar nuestro orgullo despótico, tumbar nuestros planes egoístas, despojarnos de nuestras falsas riquezas y hacer de nuestras vidas un pesebre digno de Dios adonde puedan llegar los pobres como en su casa y darse cita hombres de toda raza, lengua y condición.

Si acogemos la Navidad de Jesús y hacemos de ella un estilo de vida, iniciaremos un nuevo camino. Ese camino distinto por el que regresaron los magos de oriente (Mt 2,12); el camino del samaritano que se detiene y ayuda al hermano herido, solo, prisionero, oprimido, excluido que nos está esperando (Cfr. Lc 10,30-37). El camino por el cual compartir fraternalmente se vuelve una misión que colma nuestras vidas de una inmensa alegría en esta y de todas las Navidades. El camino que todos los venezolanos estamos esperando ansiosamente que aparezca en el horizonte cercano de nuestra patria. No aparecerá si nosotros no ponemos la parte que nos corresponde para hacerlo aparecer.

¡Feliz Navidad y santo y solidario año nuevo 2019!

Maracaibo, diciembre de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo emérito de Maracaibo