Al aceptar la Palabra de Dios, y con ella su voluntad, se despierta instantáneamente una actitud de prontitud al servicio; y es que no se puede aceptar a Dios y quedarse como maniquí de almacén, la misma respuesta invita a moverse a toda prisa pero sin afanes, para brindar cercanía, compañía, servicio a quién lo necesite.
María dijo sí, y desde ese momento su ser contiene al Sagrado, pues en ella está y crece el Salvador, y como en ella no domina el orgullo, la arrogancia, el egoísmo, ni la farándula, sencillamente no se dispone a contemplarse dentro de sí.
Ella es una joven en quien se destaca la virtud de la humildad que le mueve a comunicar lo que posee y se satisface en el servicio al necesitado.
Se pone en camino, vive su propio adviento, sin atajos, vive cada paso, y cada momento de su embarazo, incluso sus antojos, empezando por el de servir.
Un servicio que inicia con el encuentro de dos mujeres portadoras de esperanza. La primera concibe en la ancianidad al precursor, la segunda en su virginidad concibe al Salvador.
Dos mujeres portadoras de tanta alegría que no se puede quedar en el silencio, sino que pasan al júbilo de cantar las maravillas del Señor.
El gozo lo siente el precursor que salta en el vientre materno, expresión de la alegría que nos trae la salvación y que cómo a Isabel, también a nosotros nos deja llenos de Espíritu Santo.
“Dichosa tú, que has creído” proclama Isabel de María. Una joven que cree y por eso se le declara bienaventurada, la Madre del Señor que viene al encuentro de quien necesita, para servir; tal vez es de allí que surge el refrán de la sabiduría popular “de tal palo tal astilla”. Pero ¿qué se dirá de nosotros ante el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida?
Tantas veces hemos llamado a María “Madre Nuestra” y ¿cuántas veces hemos imitado cada una de sus virtudes, de humildad, prontitud, aceptación, servicio, entrega?
Padre Deiby Sánchez – @pdeibysanchez