El Rey y Salvador nació en Belén de Judea, y todo parece pasar desapercibido para su propio pueblo. Nadie se asombra, nadie se mueve, nadie vio nada. Tan cercanos pero a la vez tan lejanos y ausentes.
Un acontecimiento, lleno de tanto misterio es incontrastable para la mente humana, y es que Jesús-Mesías es rechazado por su pueblo, pero aceptado por los paganos.
Tenemos la salvación en frente nuestro y no pasa nada… Pero unos extranjeros viajando de tan lejos, atravesando tantas dificultades, son quienes se acercan para adorar.
El adviento nos ha puesto en camino a Belén, junto a José y María, para contemplar el nacimiento del Salvador; la Navidad nos pone en camino, como extranjeros junto a los magos, para venir y adorarlo.
¿De dónde venimos y a dónde vamos? ¿Cuáles han sido nuestras dificultades? ¿Cuántos enemigos hemos encontrado en el camino? ¿Cuántas mentiras nos han comunicado? Y nada nos ha detenido para encontrar a Aquél de quien hemos visto su estrella.
Al encontrar a Jesús, nos mueve a caer de rodillas, no por el cansancio del camino, sino de amor, un amor que nos mueve a adorarlo y a entregar lo mejor de nuestras vidas; entregar nuestra oración que se eleva en silencio con suave aroma; entregar nuestro sacrificio de cada día.
Encontrar a Jesús es vivir la manifestación de Dios que no se reserva para unos pocos, es descubrir al Señor que se manifiesta a todos los pueblos, entonces no te detengas, contempla la estrella que te lleve al Salvador, camina, avanza y vive tu Epifanía.
Padre Deiby Sánchez – @pdeibysanchez