Releyendo unas reflexiones de Monseñor Ubaldo Santana sobre su reciente retiro de las responsabilidades al frente de la Arquidiócesis de Maracaibo, una vez cumplidos los términos canónicos al respecto, he notado la nostalgia en sus palabras que no le hacen ver más débil que autenticamente humano. Saber retirarse es un don, comenta Monseñor, y hacerlo a tiempo y con dignidad es una gracia.
Partiendo de esta reflexión me he puesto a hurgar en conceptos básicos y en principios fundamentales de nuestra eclesiología que nunca pasarán. Revisando los diferentes modelos que emplea el Concilio Vaticano II para definir la Iglesia, en todos encuentro el carácter del servicio como la marca registrada propia del ser Iglesia. La Iglesia es un servicio a la misión redentora encomendada a Cristo por el Padre, es un servicio al mismo Cristo al testimoniar su pasión y resurrección continuada en la historia y, es la Iglesia un servicio a la humanidad al llevar consigo siempre “el morir de Jesús” de modo que ella se hace fermento del Reino en el mundo y sacramento universal de salvación, según el deseo del Señor de que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”
La Iglesia está en el mundo y le sirve al mundo para su redención, pero ella no es del mundo, sino que como Cristo ha vencido al mundo, la Iglesia vence al mundo en Cristo.
Muchos son los modos en que este servicio de la Iglesia puede constatarse y uno de ellos es sin duda el sacerdocio ministerial o ministerio ordenado.
El sacerdocio ejercido en el seno de la Iglesia y según sus normas que lo regulan, es un don para la iglesia misma manifestada esencialmente en la comunidad parroquial a la que el sacerdote es enviado por el obispo como un don y un servicio y por un tiempo; y cuando ese tiempo pasa, más allá de las nostalgias, el sacerdote debe saber retirarse con integridad y gallardía, con la certeza de haber servido.
La Diócesis ni la parroquia son un feudo a ser explotado sino una viña a ser cultivada y servida. Identificar la diferencia nos permitirá retirarnos, cuando llegue el momento, con humildad y sensatez. Ninguno puede ser obispo in aeternum, ni párroco por siempre. Precisamente ese retiro humilde y sincero constituye el pegamento de los bloques que edifican la historia pastoral.
El Sacerdocio, que no es nuestro, sino de Cristo, es sin duda una realidad humana porque es ejercido por hombres que son de carne y no de madera, pero que devuelven a las manos de la Iglesia lo que se les ha dado para administrar, superando todo apego, como bien lo enseñó el Papa Benedicto XVI con su renuncia.
Quizá estas líneas resulten demasiado sencillas y simples a los maestros pastoralistas, pero a mí me funcionan. Gracias, Monseñor Ubaldo por la lección.
Padre Alberto Gutiérrez
de la parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo