Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad el Papa Francisco
Excmos. Sres. Embajadores y delegados de organismos internacionales
Sres. Representantes del empresariado y de organizaciones civiles
Sres. Obispos Auxiliares, Sacerdotes, Religiosas, Seminaristas y Miembros del Apostolado Seglar
Muy queridos hermanos presentes en esta eucaristía
Hoy, domingo 13 de enero concluye en el calendario litúrgico el ciclo navideño, aunque en la tradición venezolana este tiempo se alarga con la celebración de la octava de la Epifanía, mañana de la Divina Pastora en Barquisimeto y del Niño Dios en varias comunidades andinas y en no pocos lugares se extiende hasta la fiesta de la Candelaria, como estaba prescrito en el calendario litúrgico anterior al Concilio Vaticano II.
El Jesús de la navidad nos bautiza con agua y fuego, dándonos la gracia del Espíritu, y nos regala el prodigio del servicio con la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, para hacer de nuestras cenizas tierra abonada para dar fruto abundante a los demás. El profeta Isaías nos recuerda que hemos sido formados por la mano del creador y nos ha hecho luz de las naciones para salir de las tinieblas. Es la bendición de la paz, producto de la benevolencia divina y del trabajo tesonero del creyente por desterrar los odios y las divisiones cuyo fruto son las injusticias.
Dios no hace distinciones, nos dice el Apóstol Pedro, porque acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Y esto se verifica en la vida y obras de Jesús de Nazareth, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Ejemplo de cercanía con la humanidad, más allá de haberse hecho uno de nosotros niño y débil, nos lo dio recibiendo las aguas lustrales del Jordán de mano de su pariente Juan el Bautista para darnos ejemplo de fraternidad y de asunción de la realidad humana integral, como voz que clama, que anuncia, que señala, que indica, que hace ver sin ser él la luz, pero que señala dónde está la Luz verdadera.
Hoy, como es tradición en esta iglesia arquidiocesana de Caracas, celebramos la Jornada Mundial de la Paz, iniciada en 1968 por San Pablo VI como propuesta que “interprete las aspiraciones de los Pueblos, de sus Gobernantes, de las Entidades internacionales que intentan conservar la Paz en el mundo, de las Instituciones religiosas tan interesadas en promover la Paz, de los Movimientos culturales, políticos y sociales que hacen de la Paz su ideal, de la Juventud, -en quien es más viva la perspicacia de los nuevos caminos de la civilización, necesariamente orientados hacia un pacífico desarrollo-, de los hombres sabios que ven cuán necesaria sea hoy la Paz y al mismo tiempo cuán amenazada”. No es una propuesta por la paz que “intenta calificarse como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica -continúa el Sumo Pontífice-; querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa suya propia, y expresarse en formas diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna”.
Por ello, la invitación a que nos acompañen miembros del cuerpo diplomático y de los diversos sectores de la vida social de nuestra ciudad y de la comunidad de creyentes. Bienvenidos y gracias por buscar con insistencia ser hombres y mujeres de paz. Este año, el Papa Francisco ha querido ofrecernos sus reflexiones sobre “La buena política al servicio de la paz”. El cambio de época que está viviendo la humanidad, de la cual no escapamos como país, nos toma desprevenidos para tener las herramientas necesarias, los principios rectores, valores y virtudes que deben llevarnos a construir la paz, la convivencia, la armonía en medio de una sinfonía polifónica que nos incita no a la división sino a la búsqueda de lo que nos une y hermana. Los invito a que hagamos lectura reposada y compartida en familia, en el trabajo, en las reuniones de amigos, de este mensaje, que nos mueva a todos, a ser creadores de paz a través del desafío de una buena política, tan anhelada por todas las sociedades y también por la nuestra.
La paz es ciertamente una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia, nos dice el Papa Francisco citando al poeta Péguy. “Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción” (n.2). La percepción errada de que la política es profesión vitanda y que mejor es dedicarse a otros menesteres, lleva imperceptiblemente a dejar en manos de los menos idóneos la conducción de la cosa pública. Sobran los ejemplos.
“En efecto, -continúa el Pontífice-, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad” (n.2).
Qué bueno sería que hiciéramos nuestra las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận: “Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel. Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad. Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés. Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente. Bienaventurado el político que realiza la unidad. Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical. Bienaventurado el político que sabe escuchar. Bienaventurado el político que no tiene miedo” (n.3).
Hagamos nuestra para el juicio moral que corresponde hacer en coyunturas como las que vivimos, esta reflexión del Papa: “Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud”(n.3).
Muy útil para valorar la situación que vivimos es estar conscientes de los vicios de la política que distorsionan la vida cotidiana y el horizonte de esperanzas de la gente. No nos quedemos en la queja o el rechazo estéril. Urge la acción pacífica y racional. Así nos lo dice Francisco: “Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción -en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas-, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio” (n.4).
La paz no se construye con el llamado a la guerra ni a la estrategia del miedo. Lacra latinoamericana, tentación permanente de querer recurrir a la fuerza y a las armas, lo que ha sido señalado en los documentos de Medellín (1968) y Puebla (1979), cuyos aniversarios estamos conmemorando este año. “Conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz” (n.6). De allí la importancia de poderes públicos autónomos y de una sociedad civil activa cuando se le respeta su ámbito de libertad y de acción.
Venezuela está urgida de un gran proyecto de paz. “La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria” (7): la paz con nosotros mismos; la paz con el otro; la paz con la creación.
Estas bellas reflexiones sobre la paz, no son simple poesía ni anhelos vanos que no se concretan en actitudes, proyectos y acciones personales y comunitarias. Somos los ciudadanos quienes elegimos y debemos hacerlo con discernimiento, libertad y sentido de bien común, más allá de los beneficios personales. Son un test por el que debemos pasar todos y preguntarnos qué hacemos para que la paz, desdibujada en nuestro entorno, nos permita vivir con serenidad y confianza, para ver el futuro con alegría y esperanza. Esta Eucaristía quiere ser un llamado vigoroso y urgente a no dejar caer en saco roto estas enseñanzas nacidas del corazón misericordioso del Papa Francisco para acompañarnos en la búsqueda de caminos de concordia y entendimiento.
Pidamos a la Virgen Santísima, Divina Pastora, tierna y acogedora que nos haga protagonistas de la esperanza que transforma nuestras vidas en oasis de paz, de progreso material y espiritual, de respeto mutuo y de servicio desinteresado en primer lugar por los excluidos y marginados de nuestra sociedad. Y que le dé a quienes tienen la conducción de la sociedad, la suficiente sindéresis para que actúen en función de toda la comunidad a ellos confiada. Que esto sea el propósito de este año que comienza para que los cambios anhelados se den en paz, en libertad, en justicia. Que así sea.
ARZOBISPADO DE CARACAS – OFICINA DE INFORMACIÓN
HOMILÍA CON MOTIVO DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 2019, PRESIDIDA POR EL EMMO. SR. CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO, ADMINISTRADOR APOSTÓLICO DE CARACAS Y ARZOBISPO DE MÉRIDA
Templo Don Bosco, Altamira. Domingo, 13 de enero de 2019