El profeta Jeremías no quería serlo. Cuando Dios lo eligió para ello puso objeciones. Busco justificaciones, pero el mismo Dios las iba desmontando. No bastaba con decir que era un muchacho inexperto, pues había sido elegido por Dios desde el seno materno. Tampoco sirvió afirmar que no sabía hablar, pues el Señor pondría su Palabra en sus labios. Tampoco resultó manifestar que tenía miedo. El Dios de Israel lo retó al de irme que si no se atrevía a ser profeta terminaría por tenerle miedo a sus adversarios.
Toda la vida le fue acompañando esa angustia. Había una razón clara. Jeremías pertenecía como descendiente los sacerdotes desterrados en Anatot. Sabia que no sería totalmente aceptado. Pero el Señor siempre se salió con las suyas y lo consagró Profeta. Sin mas hacia donde ir en búsqueda de argumentos, Jeremías termina reconociendo que el Señor había vencido: “Tu Señor me has seducido y yo me dejé seducir”.
Dios le garantiza que le dará fuerza. De allí que lo hace “columna de hierro y muralla de bronce”, pero no para protegerlo a el, sino mas bien para que él llegue a ser defensa y apoyo para su pueblo. Esta expresión muestra cómo Jeremías, a pesar de las dificultades y persecuciones sufridas, no solo pudo cumplir su misión sino además se convirtió en punto de referencia para la vida del pueblo de Dios.
Este texto de Jeremías que habla de la fortaleza recibida de Dios para proteger al pueblo es una voz de estimulo para la Iglesia, sus pastores y agentes de pastoral. En estos tiempos de crisis y dificultades, cuando muchos quieren imponer sus criterios particulares, cuando se ha demostrado un divorcio del pueblo por parte de quienes deberían estar a su lado, la Iglesia ha de mostrarse como ” columna de hierro y muralla de bronce” a fin de cuidar, sostener y defender a su pueblo, del cual forma parte y para el cual es servidora.
Esto le costará muchas cosas y supondrá críticas, incomprensibles y menospreciado. Mas aun quienes quieren manipularla y hacer ver que es su aliada criticaron y murmuraran. Desvirtuaran su mensaje y sus acciones.
Pero la Iglesia habrá de mantenerse como el profeta, capaz de descubrir que es instrumento de la acción liberadora del Señor. Hay una clara razón: la Iglesia no esta servilmente del lado de grupos o ideologías o proyectos perecederos. Su razón de ser es Cristo quien le pide aplicar el principio de la encarnación, lo que conlleva estar dentro de la gente, acompañarla y ofrecerle la salvación de Jesucristo. Por eso se autoreconoce como Sacramento Universal de Salvación.
Dentro de la misma Iglesia, los pastores, laicos comprometidos en la acción evangelizador y demás servidores del pueblo de DIOS deben asumir el desafío de ser ” columnas de hierro y murallas de bronce”, sin miedos pero con decisión
Mons Mario Moronta.-