Pensando solo en Venezuela

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Venezuela, en medio de toda esta oscurana de la que el mundo es testigo, está llena de signos de esperanza.

Valmore Muñoz Arteaga

No es sencillo escribir hoy sobre Venezuela, mi país. Quizás sí lo sea, pero me cuesta mucho volcar con palabras lo que mis ojos han visto, lo que mis oídos han escuchado. En especial, en estos momentos en los cuales, al parecer, esta amarga pesadilla parece culminar.

Tengo emociones encontradas. Una alegría inocultable, pero a la que obligan a ser prudente cuadros dantescos, brutales. Sinfonías de hambre. Sinfonías de dolor. La música que seguramente le gustaba escuchar a aquel maestro alemán del que me habla Celan en su Fuga de la Muerte.

Venezuela, mi país, se transformó, de la noche a la mañana, de la esperanza de Latinoamérica a un laberinto de sufrimiento y dolor, de hambre y miseria. La Venezuela que había sido el sueño de tantos inmigrantes, se transformó en la pesadilla para nosotros mismos. A esto nos condujeron. A esto, por libre voluntad, decidimos llegar. El venezolano se transformó en un gueto y el país en un Auschwitz del cual, eventualmente, podías salir y volver. Sin embargo, pese al horror del día a día pese a la incertidumbre que pasó de la práctica política a la cotidianidad, a la normalidad de la vida, prefiero ver esta oscurana como una puerta a la esperanza.

“Nada es fácil con hambre”

Dice el Evangelio: “Cuando una mujer va a dar a luz, está triste, porque le llega su hora. Pero, cuando ha dado a luz a la criatura, no se acuerda de la angustia, por la alegría que siente de haber traído un hombre al mundo” (Jn 16,21) Escribo esto y se me agolpan tantos recuerdos, ya que, a estas líneas acudía siempre para animar a mi gente, a mi pueblo. A veces lo lograba, otras veces no, no es fácil pensar en la esperanza con hambre, realmente nada es fácil con hambre.

Sin embargo, aquí estamos hoy, contemplando a nuestra madre, a Venezuela, como esa mujer que va a dar a luz. Como esa mujer que está a punto de parir a un nuevo hombre que, en este momento, no tenemos claro cómo será mañana, y esa es otra razón para albergar esperanzas, pues lo que este nuevo hombre será es nuestra responsabilidad hoy. He allí uno de los aprendizajes que nos quedan de esta agonía: los venezolanos hemos aprendido a asumir nuestra responsabilidad ante nosotros mismos y ante la historia.

En cada madre que, a pesar de tantas y tantas dificultades, a pesar de las promesas rotas y vueltas a romper, a pesar de su pobreza, sale como María cuando visitó a Isabel luego de la Anunciación, a servir a otros, veo un signo de esperanza. Esa fuerza inagotable del que no renunció a su dignidad, a su honestidad, al brillo maravilloso que brinda la pobreza, es hoy un signo de esperanza. De los jóvenes, los miles de jóvenes que, ante la brutalidad de la realidad, lograron con esfuerzo y sacrificio, trabajar y alcanzar importantes logros académicos, son un signo de esperanza.

“Signos de esperanza”

Venezuela, en medio de toda esta oscurana de la que el mundo es testigo, está llena de signos de esperanza. Esos signos fueron los que me mantuvieron aquí. Los que me decían con su ejemplo que luchara un día más, que no me rindiera, y aquí estoy, en Venezuela, en mi patria, a punto de volver a cantar el himno en libertad. Y es que ese ha sido el otro aprendizaje, ahora sé lo que realmente significa ser libre. Desde esa libertad podemos ahora tejer un país sólido, sin vergüenza alguna.

Hemos sufrido hasta el extremo. Hemos visto el dolor por dentro. De alguna manera, cada venezolano lleva una herida muy honda en el alma. Sin embargo, abrigo la esperanza de que esa herida pueda transformarse en un puente que nos conduzca a superar la prueba que, en lo inmediato, tendremos que afrontar: el perdón y la reconciliación. La violencia no nos condujo más que a este infierno deplorable que nos construimos.

De cara al futuro, debemos hacernos propias las palabras de San Oscar Arnulfo Romero, mártir por odio a la fe y amor a los pobres: “Solamente la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en la cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros”. Los venezolanos tenemos una dura prueba, conjugarnos a partir de una semántica de la cordialidad, cuyo horizonte nos permita alcanzar el sueño de la fraternidad. Es posible. Creo que nos merecemos ese giro, ese cambio. Ya hemos sufrimos mucho. Paz y Bien.

Vida nueva