Porque son muchos los años de creciente pobreza y tormento para la población en general, el obispo de Trujillo eleva su voz por el pueblo. Mientras el Obispo de la Diócesis del Tigre, junto al presbiterio se pregunta: ¿lo que vivimos es una cultura de la vida o de la muerte?
Ha sido restaurado al 100% de su estado original la red eléctrica venezolana y el 80% la del suministro de agua. Así lo anunció el ministro de Comunicación de Venezuela, Jorge Rodríguez, en la noche del miércoles, señalando que aún existen problemas en algunas zonas. Anunció también la puesta en marcha de nuevos ejercicios militares para este fin de semana, como una “acción integral para la protección del pueblo y los servicios estratégicos de la nación”. También informó que las actividades en el sector público y privado se reanudarían hoy, pero las actividades escolares continuarán suspendidas por 24 horas.
“Nos hemos convertido en un pueblo deshumanizado”
En medio de esta situación, en los últimos días los obispos de la Iglesia Católica realizaron diferentes pronunciamientos a lo largo y ancho del país. Fue el caso del Obispo de la Diócesis del Tigre, en la zona sur del Estado Anzoátegui, situado en la parte nor-oriental del país, realizado junto al Presbiterio, la Vida Consagrada y los Laicos al Santo Pueblo fiel de Dios en la actual crisis nacional: “La vida de los que vivimos en esta parte de la geografía venezolana ha estado sujeta a una creciente violencia estructural, que no golpea con puños en la humanidad de sus pobladores, sino que se expresa en la omisión de los responsables de la gestión pública para atender las necesidades básicas de la población” expresó el prelado, explicando la situación que se vivió en la región y enumerando las carencias de estos días tanto en salud, – ya preexistente por la falta de medicamentos y deterioro de equipos de diagnóstico – como la consecuencia de la inoperatividad de los puntos de venta, la incomunicación, los grandes problemas de transporte público, el sistema escolar colapsado, la pobreza de la gente en el vestir, “los niños no van a la escuela porque no tienen ropa ni calzados”, dijo, y mencionó además el problema de la desnutrición infantil. El Obispo observó el panorama con una apreciación dolorosa: “Mirando este panorama impresiona que nos hemos convertido en un pueblo deshumanizado”. E informó que el pueblo, volcado a la calle a protestar por sus derechos, fue – por noticias confirmadas – reprimido por parte de los organismos policiales y de detención de los ciudadanos.
¿Cultura de la vida o de la muerte?
Preguntándose si lo que se vive es una cultura de vida o de muerte, el prelado, junto con los arriba mencionados presbíteros, religiosos y laicos, constataron la consecuencia del fenómeno de la violencia producido por este “caldo de cultivo representado por la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos”. Una realidad, dijeron, que ha sido “generada por un proyecto político que dejó de atender las necesidades del pueblo para aferrarse al poder, gestando una cultura de la muerte que se corresponde con una verdadera y auténtica estructura de pecado”.
El fatal episodio guarda inevitables cicatrices para el futuro progreso del estado
Por su parte, en Trujillo, en el oeste venezolano, el Obispo Mons. C. Oswaldo Azuaje, recordó que el fenómeno de los apagones no es algo nuevo en Venezuela, pues el país ha sido víctima desde el año 2010 de frecuentes carencias eléctricas, que han afectado con más fuerza el Occidente. Señaló que sin embargo, el 7 de marzo acabaron de vivir “la gran tragedia del gran apagón nacional -la más dantesca- del deterioro de la estructura energética, tan esencial para la vida y el desarrollo del país al mismo tiempo que la descompasada industria petrolera”. Allí en Trujillo, vivieron “con toda su crudeza – dijo el obispo – la ausencia de energía eléctrica por más de 110 horas seguidas”, lo que provocó la muerte de tres personas, además de la desesperación de la gente. Ya la crisis de la vida diaria, con todas las penurias más veces informadas que bien se conocen en el mundo, debido al gran apagón generó, “la tormenta perfecta que nadie quisiera vivir”. “Experimentamos un fatal episodio que guarda inevitables cicatrices para el futuro progreso de nuestro estado”, expresó. Pero sin perderse de ánimo, el prelado animó a, en este camino de Cuaresma, “buscar al Señor en cada hermano que nos necesite”. Y a que, cuando se clame justicia, se haga con “buenas palabras y fieles a la verdad en un mundo donde la mentira se ha convertido en un modo de existencia”.
La gente clama un cambio que está garantizado en la Constitución
A los gobernantes el Obispo con los prelados dicen finalmente “que la verdad social no se decreta, se hace con la escucha de la gente”. “No es verdad que la mentira mientras más se repita se convierte en verdad, al estilo del famoso nazi Goebbels”, aseveran. Y por todo lo escrito, recuerdan que “la protesta es legítima y está garantizada por la Constitución de la República (a. 62 y 68), motivo por el cual piden “a los agentes legítimos del orden público que no actúen con violencia ante la multitud enardecida que eleva su protesta”, haciéndoles presentes, asimismo, que “el derecho judicial nacional e internacional condena y castiga los abusos de los represores del orden público”. “Nuestra gente está clamando por un verdadero cambio, garantizado por nuestra Constitución y nuestras leyes democráticas. Son muchos años de creciente pobreza y de tormento para la población en general. Es necesario que los gobernantes escuchen y atiendan su clamor, él es el origen y el único garante del ejercicio del poder”.
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