Sólo queda el recuerdo de sus luminosas y modernas avenidas en las que era fácil cruzarse con lujosas camionetas tripuladas por ricos hacendados o empresarios vestidos a la última moda que hacían pensar a muchos en el esplendor de un país petrolero.
Vías casi desoladas y en completa penumbra, repletas de basura y escombros; pequeñas camionetas que fungen como transportes públicos, atestadas de pasajeros sentados hasta en el techo; kilométricas filas de vehículos a las puertas de las gasolineras, y decenas de personas cargando todo tipo de envases plásticos con agua, se han convertido en la escena constante de la ciudad occidental de Maracaibo, la segunda mayor de Venezuela.
A las puertas de su centro comercial más grande, símbolo de los años de opulencia, ahora pernoctan una tanqueta blanca de la Guardia Nacional y algunos uniformados que forman parte de la vigilancia que se instaló en el lugar tras los saqueos del mes pasado, en los cuales fueron arrasados casi seiscientos comercios en la ciudad.
Tras el apagón nacional del 7 de marzo la capital del estado petrolero de Zulia, donde habitan cerca de 2 millones de personas, entró en una profunda crisis, con cortes de luz que suelen extenderse más de doce horas y que han dejado sin agua a una de las ciudades más calurosas del país suramericano, agravando de manera dramática las condiciones de vida de sus habitantes.
Las autoridades atribuyen las fallas eléctricas en el Zulia a problemas de generación ocasionados tras el apagón nacional de principios de marzo, mientras que analistas y opositores sostienen que las dificultades son consecuencia de la falta de mantenimiento de los equipos y deficiencias de las plantas termoeléctricas, donde se hicieron millonarias inversiones que se perdieron entre la corrupción y la adquisición de equipos obsoletos y de mala calidad.
La crisis eléctrica desatada hace mes y medio mantiene paralizado cerca del 75% del parque industrial y comercial del Zulia, y los pocas empresas que logran salir airosas es porque cuentan con plantas eléctricas, indicó a The Associated Press Ricardo Acosta, vicepresidente de la mayor cámara empresarial de la entidad.
Bajo un sofocante sol y en medio de un terreno baldío, repleto de arbustos y basura, un puñado de personas, armadas de envases plásticos de todas las dimensiones, se aglomeran desesperadas a las orillas de un canal de desagüe de aguas negras para recoger algo de agua de un enjambre de las delgadas mangueras.
“Ahora sí es verdad que estamos mal aquí. Estamos sin agua, sin luz, sin comida”, afirmó Ana Karina Gómez, una humilde ama de casa de 30 años, tras cargar cuatro botellones plásticos repletos de agua hasta una destartalada carretilla.
Gómez indicó que al menos una vez por semana debe acudir junto con su esposo al improvisado desagüe para llenar algunos botellones, que luego deben cargar más de un kilómetro hasta su vivienda ubicada en un barrio pobre en el norte de Maracaibo.
“Vean el desastre. Desde marzo aquí lo que estamos es sobreviviendo”, expresó Manuel Briceño, un obrero de un hospital público de 55 años, mientras señalaba con su brazo derecho al grupo de personas que recolectaba agua.
En medio del complejo contexto, el líder opositor y jefe de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, inició el sábado una visita de tres días al Zulia, estado que está bajo el control del oficialismo.
El viaje de Guaidó al estado petrolero se enmarca en una campaña de visitas por todo el país que emprendió el mes pasado el dirigente, que ha sido reconocido como presidente encargado de Venezuela por más de medio centenar de países, para organizar a los sectores opositores y tratar de elevar las presiones internas contra el gobierno de Nicolás Maduro, las cuales han decaído en el último mes.
Ante varios miles de seguidores, que aguardaron el arribo del líder opositor por más de cuatro horas en una de las principales avenidas del norte de la ciudad, Guaidó exhortó a los venezolanos a no rendirse ante el colapso de los servicios públicos y a realizar protestas en todo el país en rechazo al gobierno.
“¡No nos vamos a dejar doblar las rodillas aunque quieran!”, afirmó el dirigente mientras la multitud lo animaba al grito de “¡sí se puede!”.
“Ahora armemos protestas en toda Venezuela hasta llegar así a Miraflores (al palacio presidencial)”, agregó.
Horas antes, el jefe del Congreso visitó la Basílica de Nuestra Señora de la Chiquinquirá, una de las advocaciones de la Virgen María con más seguidores en Venezuela.
En declaraciones a la AP el político indicó que venía al Zulia a ofrecer el “compromiso” a los pobladores para enfrentar el contexto “tan duro” en el que viven.
“Es increíble, es como si estuviéramos en 1900”, agregó.
Cigilfredo Uzcátegui, un contador y académico universitario de 70 años, no pudo ocultar la alegría que le causó ver al dirigente opositor en la iglesia, y confesó sonriente, desde una de las entradas del templo, que “esta visita de él le hacía mucha falta al Zulia porque nadie viene a alentarnos en esta tragedia que vivimos”.