Fernando Luis Egaña
La crisis de la hegemonía roja es definitiva. No tiene vuelta atrás. No tendrá un retorno a tiempos menos espinosos. Va de frente hacia la superación del régimen imperante. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es que aquello ocurra mañana o pasado mañana. La crisis de la hegemonía tiene por sustento principal a la catástrofe humanitaria que padece el país, causada por la hegemonía misma, que sumió a Venezuela en esta tragedia en medio de una bonanza petrolera. Sobre esa catástrofe, abrumadoramente sufrida y repudiada por la población, es que se han acuerpado las numerosas iniciativas de respaldo internacional y nacional a la causa democrática de Venezuela.
El camino por delante se encuentra erizado de dificultades. No sólo por las condiciones de devastación del país, sino porque no parece haber suficiente conciencia al respecto. No es verdad que nada más hace falta un buen “plan-país” y un conjunto de expertos en políticas públicas, para darle un vuelco radical a la situación. Eso, repito, no es verdad. Leo que hay voceros reconocidos de la oposición venezolana que plantean que en 100 días, por ejemplo, ya se puede entrar con firmeza en una ruta democrática y de prosperidad económica. No dudo que lo planteen de buena fe, que en verdad crean en eso, pero eso no es posible.
No sabemos con certeza, ni nadie podría saberlo, si la inviabilidad presente de la nación venezolana para ofrecerle una vida digna y humana a su población, pueda ser cambiada a corto o mediano plazo. Sabemos, eso sí, que deben agotarse todos los esfuerzos para la reconstrucción integral de Venezuela. Pero las expectativas demasiado elevadas son riesgosas, porque muchas veces pueden terminar significando un bumerán. Y eso sí sería el colmo de los colmos, porque la llamada “revolución bolivarista” está sumamente debilitada, está corroída, pero aún no ha sido superada, ni hay garantías de que siéndolo vaya a desaparecer de la trayectoria histórica del país.
Estas líneas no pretenden “aguarle la fiesta” a nadie. Al contrario. Pretenden que no nos pongamos a contar los pollos antes de nacer. Eso no funciona, por lo general, en la lucha política, y la lucha que se libra en Venezuela es más que eso: es una lucha existencial. Una lucha por la existencia de nuestra patria, insisto, como una patria viable para sus habitantes. Desafíos de semejante naturaleza no pueden ser enfrentados sólo con buenas intenciones, y mucho menos con arrogancia.
¿Hacia dónde vamos? Quisiera que nos enfilemos a la salvación de Venezuela y a impedir que una catástrofe como la que estamos viviendo, pueda volver a ocurrir.
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