Con un prefacio de su puño y letra, el Santo Padre presenta un libro editado por la LEV que recoge cinco años de reflexión sobre el trabajo de miles de asociaciones que luchan por un estilo de desarrollo justo e inclusivo.
El profundo valor y los desafíos de cientos de asociaciones sociales que luchan contra la exclusión en el mundo es el tema central de la presentación que el Papa Francisco ha escrito para el libro “La irrupción de los Movimientos Populares: Rerum novarum de nuestro tiempo”. Esta publicación de la Libreria Editrice Vaticana, preparada por la Pontificia Comisión para América Latina, será presentada en septiembre. El texto recoge las principales exposiciones de los Encuentros Mundiales que desde 2014 han congregado a miles de representantes de Movimientos Populares en distintas partes del continente americano.
El Santo Padre comienza su reflexión afirmando que las personas que viven en las periferias territoriales y existenciales no son solo un sector de la población a la que hay que llegar como Iglesia, sino que son «una semilla, un renuevo que como el grano de mostaza dará mucho fruto», porque los concibe como «la palanca de una gran transformación social». Así, no son actores pasivos o meros receptores de asistencia social, que deben resignarse a contemplar cómo las élites administran el orden mundial, sino que son verdaderos protagonistas activos, agentes del futuro de la humanidad, cuya “rebelión pacífica”, a imagen de Jesús manso y humilde, cuenta con la solidaridad incondicional del Santo Padre.
Francisco reconoce en esta articulación de movimientos sociales de carácter transnacional y transcultural aquel “modelo poliédrico” al que hacía referencia en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (nº2), y que se constituye a partir de un paradigma social basado en la cultura del encuentro.
Para el Papa esta pluralidad de movimientos, cuyas experiencias de lucha por la justicia quedan plasmadas en el libro, «representan una gran alternativa social, un grito profundo, un signo de contradicción, una esperanza de que “todo puede cambiar”». Su modo de resistir al modelo imperante por medio de un testimonio de trabajo y sufrimiento los revela -según Francisco- como “centinelas” de un futuro mejor.
Reafirmando su convicción de que la humanidad enfrenta actualmente un cambio de época caracterizado por el miedo, la xenofobia y el racismo, el Santo Padre asegura que los «Movimientos Populares pueden representar una fuente de energía moral, para revitalizar nuestras democracias». De hecho, en medio de una sociedad global herida por una economía cada vez más alejada de la ética, afirma que estos agregados sociales pueden ejercer como un antídoto contra los populismos y la política del espectáculo, ya que ellos entrañan un sentido de la participación ciudadana con una conciencia más positiva del otro. Esto es la consecuencia de la promoción de una “fuerza del nosotros” que se opone a la “cultura del yo”.
Al finalizar sus palabras, el Santo Padre hace hincapié en el tema del trabajo humano como uno de aquellos derechos sagrados que debe custodiarse en cada persona. Frente a las concreciones prácticas de tesis neoliberales y neoestatales que sofocan y oprimen a las personas en sus experiencias laborales, Francisco clama por un «nuevo humanismo, que ponga fin al analfabetismo de la compasión y al progresivo eclipse de la cultura y de la noción de bien común».