Con estas palabras, Mons. Azuaje, Presidente de la CEV, saludó a los participantes en el I Seminario Internacional del Teología en Caracas.
Deseo saludar en nombre de mis hermanos Obispos y de esta Iglesia viva que
peregrina en cada Iglesia Particular a todos Uds. participantes, ponentes e invitados
especiales de este I Congreso internacional de Teología auspiciado por Boston College,
el Instituto Nacional de Pastoral, la UCAB y nuestra Conferencia Episcopal.
Había previsto participar con ustedes pero la muerte reciente de mi querida Madre me
ha impedido movilizarme de mi pueblo natal, Valera. Por eso, les envío un mensaje de
esperanza y lleno de sentimientos encontrados sabiendo la trascendencia que este
acontecimiento tiene para nuestra Iglesia en momentos difíciles de nuestra historia
patria.
El tema de la renovación de nuestra Iglesia no es nuevo, llevamos en ello décadas
incluso en la época preconciliar aparecieron Ideas renovadoras que clamaban espacios
en la Iglesia por parte de teólogos y teólogas, de algunos obispos visionarios y
proféticos, de comunidades de fe que iban proponiendo novedades ante el cansancio
que se suscitaba en una Iglesia casi paralizada, sacralizada, y me atrevería a decir hasta
hegemónica. Menos mal que tenemos un Dios Trino y uno, cuya tercera persona no se
deja ganar en novedad y creatividad. Surge el Concilio Vaticano II donde muchas de las
propuestas que empujaban a un cambio encuentran cabida, no sin antes el forcejeo de
quienes no quieren perder privilegios y seguridades y, así, se abren nuevos caminos
guiados por la Palabra de Dios, una Iglesia que es misterio de salvación y comunión,
dialogante con las realidades históricas, y con miembros en igualdad de condiciones
como pueblo de Dios en comunión. Qué maravilla, toda la Iglesia al servicio de la
humanidad.
En América Latina hemos recogido e inculturado esa realidad desde las distintas
experiencias eclesiales movidas por las cinco Asambleas Generales del Episcopado,
cada una leyendo y discerniendo los signos de los tiempos. Esta Iglesia ha estado
presente en medio de los sufrimientos del pueblo, esto trasciende mucho más allá de
sus miembros, su deber de servicio es a toda la humanidad para que todos “tengan
vida y vida en abundancia” (Jn 10,10); para esto entregó la vida Jesús, para que la
justicia de Dios se haga presente y se realice en medio de la humanidad, el proyecto
del Reino de paz, justicia y amor.
Como Obispos en Venezuela hemos tratado de responder con diversos medios al
clamor de nuestro pueblo: la profecía, el anuncio, la caridad, han sido ámbitos que nos
han permitido escudriñar a través de un serio discernimiento lo que Dios quiere de
nuestra Iglesia hoy día. No ha sido fácil por el deterioro humano, material e
institucional que progresivamente ha ido dándose en el país; pero esto nos ha
impulsado a no callar, a no tener miedo de hablar claramente, a saber discernir en el
Espíritu aquellas cosas que debemos decir y hacer. No ha sido un camino llano, sino de
muchas piedras por el poder institucionalizado de quienes detentan el poder político,
pero a pesar de ello, varios factores han hecho que nuestra palabra y acción estén
sembradas en el corazón del pueblo.
Nuestro obrar tiene la fuerza del amor por nuestro pueblo, a imagen del amor de
Dios por su pueblo. Es un amor misericordioso que fundamenta cualquier obrar y
decisión, pero es un amor responsable porque es fiel y creativo ante la adversidad. El
no tener miedo, el saber que en cualquier momento puede abalanzarse sobre la Iglesia
cualquier persecución, no nos exime de dar testimonio de la vida de Jesús que se ha
entregado hasta la muerte por su pueblo. Ama y haz lo que quieras, es la fuerza
agustiniana que nos motiva a ser libres en el pensar, predicar y obrar. El amor a los que
sufren, el amor que no tiene barrera y clama la justicia de lo alto acompaña nuestro
caminar. Un amor que trasciende en el perdón pero que lleva en sí la justicia divina
ante los males perpetrados.
Nuestro pueblo ha sido descaradamente empobrecido. Las cifras no mienten: cinco
millones de hermanos y hermanas venezolanos han tenido que huir del país ante el
desastre injusto al que hemos sido sometidos; los millones de desnutridos que están
dentro del país; el resquebrajamiento de la institución democrática y de la justicia;
pero sobre todo el querer golpear y doblegar el alma del venezolano con la ofensa de
la dádiva y el engaño. Ante el grito del pueblo sufriente no podemos quedarnos con los
brazos cruzados a pesar de ser criticados y en algunos casos hostigados. Hay que tocar
el sufrimiento, vivirlo en carne propia. En nuestro Concilio Plenario hemos ratificado
nuestra opción por los pobres y desamparados que hoy son el 90% de la población,
tamaño compromiso para una Iglesia pobre y con pocos instrumentos para atender las
demandas de los necesitados.
El Papa Francisco nos ha propuesto un camino a realizar: Una Iglesia en salida
misionera, que no sea autoreferencial, que salga a las periferias incluso existenciales,
que sea dialogante con las culturas y que no sucumba a los aplausos, que sea humilde
y testimonie con su voz y acción la vida de Jesús quien ha vencido a la muerte y nos
muestra en la resurrección el amor misericordioso del Padre. Para ello hemos entrado
en la dinámica sinodal de las Asambleas parroquiales, diocesanas, provinciales y
nacional de pastoral; hay necesidad de escucharnos, hay necesidad de saber qué
piensa el mundo, la cultura, las étnias, los campesinos, sobre la vida de la iglesia. No
podemos encapsularnos en sólo aquellos que ya están dentro, necesitamos saber por
dónde va el mundo, la historia, la cultura desde la base. Por eso la actitud de escucha
para poder entrar con valor y decisión a los espacios donde se decide la historia de la
humanidad. Pero nosotros tenemos el aporte fundamental del Evangelio de Jesucristo,
de su vida y obra, que debemos mostrar con decisión testimonial en todos los espacios
en los que nos encontremos: la política, la economía, la cultura, la familia, las ciencias,
etc. En estos momentos reflexionamos sobre la realidad de la parroquia en salida
misionera en una nueva época histórica de nuestra patria. La parroquia como la familia
de Dios en comunidades de comunidades en una era digital y de cambios vertiginosos
que retan nuestra acción pastoral.
Hay que saber que todo está interligado, todo está interrelacionado; por lo que
debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad ante la realidad presente porque
nos guía la fe viva en el resucitado y el testimonio de los mártires como san Romero de
América. Como bien decía mi profesor de filosofía de la historia, “cuando le quito un
pétalo a una flor, se conmueve el universo”; todo tiene relación con todo, si uno sufre,
todos sufren, si uno se alegra, todos se alegran. Este estar interligado nos lleva a la
comunión como línea teológica de nuestro quehacer eclesial, porque al final del
camino nos topamos con la Trinidad Santísima; por eso no nos han derribado, no nos
han fracturado como Episcopado, nos sostiene el caminar testimonial de hombres y
mujeres fieles al mandato del Señor de “denles ustedes de comer”, en ese ustedes
encontramos la esencia del compartir y de la participación en la vida del pueblo.
Que este congreso sea el preludio de ese proceso de renovación tan necesario en
nuestra Iglesia. Un episcopado renovado para nuevos tiempos, una parroquia
renovada para nuevas realidades, una Iglesia renovada para testimoniar el amor de
Dios desde el sufrimiento y la humildad.
Muchas gracias.
+José Luis Azuaje Ayala.
Arzobispo de Maracaibo.
Presidente de la CEV.
Palabras de salutación de Mons. José Luis Azuaje Ayala, Arzobispo de Maracaibo y presidente de la CEV, en la inauguración del I Congreso Internacional de Teología.
Caracas 21 de noviembre de 2019