Por: Antonio Pérez Esclarín
La búsqueda de la felicidad debería ser el propósito personal más importante para este año 2020. John Lenon nos recuerda: “Cuando yo tenía 5 años, mi madre me decía que la felicidad es la clave para la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando fuera grande; escribí: “feliz”. Me dijeron que yo no había entendido la pregunta. Les dije que no entendían la vida. ¡Cuánta razón tenía mi madre!”.
Pero, ¿acaso es posible ser feliz? ¿En qué consiste la felicidad? ¿Es como una lotería que le toca a algunos afortunados, o se trata de algo que hay que aprender y conquistar? En primer lugar, no debemos confundir la felicidad con algo tan utópico como pretender pasar la vida en un estado de euforia permanente, de plenitud o de sentimientos agradables, sin sombra de tristeza, amargura o dolor. Eso sería una ingenuidad y por supuesto algo totalmente inalcanzable. Otros muchos la confunden con el bienestar, con la riqueza, con la fama y el éxito y, en consecuencia, gastan la vida acumulando cosas, escalando posiciones, pero sin encontrar la felicidad. Cuanto más riqueza o fama tienen, más necesitan tener, y terminan esclavos de sus cosas o de la opinión de los demás.
Algunos confunden la felicidad con el placer y, para ser felices, se entregan a una vida licenciosa que, más que plenitud, les deja una sensación de hastío y una permanente insatisfacción que les lanza a volver a buscar desesperadamente nuevas sensaciones y placeres.
Hay quienes creen que la felicidad está en el poder y lo buscan desesperadamente. El poder los emborracha y enferma y, cuanto más poder tienen, más poder ambicionan.
Si la felicidad no está en las riquezas, la fama, el placer o el poder; si tampoco consiste en no tener problemas, preocupaciones o dolores, ¿en qué consiste la felicidad?
León Tolstoi decía que “El secreto de la felicidad no consiste en hacer siempre lo que uno quiere, sino en querer siempre lo que uno hace” es decir, en vivirlo todo intensamente, con talante positivo, en buscar en todo la excelencia. Por ello, no consiste tanto en hacer obras grandiosas sino en vivir de un modo grandioso los pequeños detalles de la cotidianidad. En definitiva, la gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo, sino la que hace lo mejor con lo que tiene.
Para Augusto Comte, “Vivir para los demás no es sólo la ley del deber, es también la ley de la felicidad”. La mejor manera de conseguir la felicidad es haciendo felices a los demás. Cuanta más felicidad damos, más nos llenamos de ella. La felicidad es una puerta que se abre siempre hacia fuera.
En definitiva, si quieres ser feliz, ama y sé generoso. La persona generosa es capaz de desprenderse, de salir de sí para volcarse en servicio a los demás y convertirse en semilla de alegría y vida. El generoso tiene el corazón vuelto a las necesidades de los otros, y no sólo es capaz de regalar cosas, sino de regalarse a sí mismo: regala su sonrisa, su tiempo, su atención, su escucha, su cariño. Donde hay generosidad, hay felicidad. Generoso es el que genera, es decir, el que engendra. Es, por ello, una persona fecunda que vive dando vida. El término latino felix significa precisamente fecundo, fértil, lo que indicaría que la felicidad consiste en hacer muy fecunda la vida, en vivir defendiendo la vida, dando vida, asumiéndose como un regalo para los demás. Las personas generosas son felices, los egoístas viven siempre insatisfechos.
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