«La vida consagrada (…) es un don de Dios a su Iglesia, por medio del Espíritu», así iniciaba San Juan Pablo II su Exhortación Apostólica dirigida a la vida consagrada. Realmente es un don, un presente muy hermoso que Dios ha regalado a su Iglesia y a la humanidad.
Los religiosos y religiosas forman parte de la historia de la Iglesia en nuestra sufrida América Latina, en cada uno de sus países. Su presencia en las periferias animando el sector educativo, propiciando salud en los ambulatorios, enseñando a amar a Dios en nuestras parroquias, defendiendo los derechos humanos, dando consuelo a quienes se encuentran desalentados, enfermos, desesperanzados, proclamando la Palabra de Dios en sectores vulnerables, promoviendo la solidaridad con los que menos tienen, animando las Caritas para el servicio a la vida. Todo esto desde el carisma del amor misericordioso de Jesús en la entrega generosa a los más necesitados.
En nuestro pueblo pobre, la presencia de la vida consagrada es fundamental. Es una presencia viva, misericordiosa, comprometida y arriesgada. No es fácil ser hoy testigo de la misericordia de Dios ante el reclamo: «¿dónde está tu hermano?». Por eso, Dios ha constituido a cada uno de los consagrados para que les acompañe a construir su reino de paz, justicia y amor, desde las Bienaventuranzas, desde la misericordia, con procesos de inclusión, animados por el carisma fundacional.
Con un corazón agradecido les enviamos un fraterno saludo, animándolos a ser, permanentemente, testigos del Resucitado, renovando la opción por los pobres desde una Iglesia en salida, siempre acompañados de la Madre buena y comprensiva, María de Nazaret.
Felicitaciones y Dios bendiga el caminar en medio de su pueblo.
+José Luis Azuaje Ayala
Arzobispo de Maracaibo. Presidente de la CEV y Caritas América Latina y El Caribe