El Papa: Somos ciudadanos del cielo. Nuestro pasaporte es el amor a Dios y al prójimo

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Francisco celebró desde la Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino de Roma, la «liturgia de las estaciones» seguida de la procesión penitencial hacia la basílica de Santa Sabina, donde presidió la Santa Misa, con el rito de la bendición y la imposición de las cenizas.

“La Cuaresma no es el momento de derramar moralismos inútiles sobre la gente, sino de reconocer que nuestras miserables cenizas son amadas por Dios”. Palabras del Papa Francisco este miércoles de ceniza, desde la Basílica de Santa Sabina, en Roma. “Las cenizas recuerdan dos caminos: el camino de nuestra existencia, del polvo a la vida. Y el camino opuesto, que va de la vida al polvo”.

Esta tarde, Francisco celebró desde la Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino de Roma, la «liturgia de las estaciones» seguida de la procesión penitencial hacia la basílica de Santa Sabina, donde presidió la Santa Misa, con el rito de la bendición y la imposición de las cenizas. El tiempo de Cuaresma, dijo es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, de esta manera, cambiar nuestras vidas. Estamos en este mundo para caminar de las cenizas a la vida:

“La Cuaresma se empieza recibiendo las cenizas: «Acuérdate que eres polvo, y al polvo volverás». El polvo en nuestras cabezas nos devuelve a la tierra, afirmó el Papa, nos recuerda que venimos de la tierra y que volveremos a la tierra. Somos débiles, frágiles, mortales. A lo largo de siglos y milenios estamos de paso, frente a la inmensidad de las galaxias y el espacio somos diminutos. Somos polvo en el universo”.

Francisco nos pide que no convirtamos en polvo la esperanza, no incineremos el sueño que Dios tiene sobre nosotros. Porque Él puede convertir en gloria el polvo del mundo “descristianizado”

Somos el polvo amado por Dios, dijo el Papa y recordó que el Señor ha amado recoger nuestro polvo en sus manos y “soplar en ellas su aliento de vida”. Por eso somos polvo destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria.

Las cenizas recuerdan dos caminos:

El camino de nuestra existencia, del polvo a la vida. Y el camino opuesto: que va de la vida al polvo:

Del polvo a la vida, porque somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios nos convertimos en una maravilla. Sin embargo, a menudo, especialmente en las dificultades y la soledad, sólo vemos nuestro polvo. Pero el Señor nos anima, dijo el Santo Padre, porque lo poco que somos tiene un valor infinito ante sus ojos. Nacemos para ser amados, nacemos para ser hijos de Dios.

La ceniza que recibimos en nuestras cabezas sacude los pensamientos en nuestras mentes, dijo el Papa, y ante la pregunta negativa que surge: “¿Para qué vivo?», el Papa dijo, si cada uno de nosotros vive por las cosas del mundo que pasan, volvemos al polvo, negamos aquello que Dios ha hecho en nosotros.

“Si vivo sólo para traer a casa un poco de dinero y divertirme, para buscar un poco de prestigio, hacer una pequeña carrera, vivo en el polvo. Si juzgo mal la vida sólo porque no se me da suficiente consideración o no recibo de los demás lo que creo que merezco, sigo todavía mirando el polvo. No estamos en el mundo para eso. Valemos mucho más, vivimos para mucho más: para realizar el sueño de Dios, para amar”.

Somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y el prójimo es nuestro pasaporte

Las cenizas se depositan en nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en nuestros corazones, dijo el Pontífice, porque somos ciudadanos del cielo y el amor a Dios y al prójimo es nuestro pasaporte al cielo. Los bienes terrenales que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanecen, pero el amor que damos – en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo – nos salvará, permanecerá para siempre.

“Las cenizas que recibimos nos recuerdan un segundo camino, el camino opuesto, aquel que va de la vida al polvo. Miramos a nuestro alrededor y vemos el polvo de la muerte”.

Vidas reducidas a cenizas, señaló el Papa, escombros, destrucción, guerra. Vidas de pequeños inocentes no bienvenidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos desechados. Seguimos destruyéndonos, volviéndonos polvo. ¡Y cuánto polvo hay en nuestras relaciones!, afirmó, miramos en nuestras casas, en nuestras familias, peleas, incapacidad de apaciguar los conflictos. Es difícil para cada uno de nosotros, señaló,  pedir disculpas, perdonar, volver a empezar. Mientras, dijo, que tan fácilmente reclamamos nuestros espacios y nuestros derechos.

“Hay mucho polvo que ensucia el amor y destruye la vida. Incluso en la Iglesia, la casa de Dios, hemos permitido que se asiente tanto polvo, el polvo de la mundanidad”.

Francisco pidió que no ahoguemos el fuego de Dios con las cenizas de la hipocresía. El Señor pide hacer obras de caridad, rezar y ayunar, sin fingir, sin dobles intenciones. Sin buscar la aprobación de otros, sin impactar o satisfacer nuestro ego.

“¡Cuántas veces nos proclamamos cristianos y en el corazón cedemos a las pasiones que nos hacen esclavos! ¡Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra! ¡Cuántas veces nos mostramos buenos por fuera y guardamos rencor por dentro! Cuánta dualidad hay en nuestros corazones… Es polvo que ensucia, cenizas que sofocan el fuego del amor”.

Para limpiarnos del polvo depositado en nuestros corazones, Francisco dijo que hay que dejarnos reconciliar con Dios. Porque la santidad no es tarea nuestra, es gracia. Porque por nuestra cuenta no somos capaces de quitar el polvo que ensucia nuestros corazones. Porque sólo Jesús, que conoce y ama nuestro corazón, puede curarlo. La Cuaresma es un tiempo de curación.

Entonces, debemos hacer dos pasos dijo el Papa: el primero, del polvo a la vida, ponernos delante del Crucificado y repetir: «Jesús, tú me amas, transfórmame…».  Y después de haber aceptado su amor, después de haber llorado delante de este amor, hacer el segundo paso, para no recaer de la vida al polvo. Uno recibe el perdón de Dios, en la Confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado. El abrazo del Padre en la Confesión nos renueva por dentro, limpia nuestros corazones. Reconciliémonos para vivir como hijos amados, como pecadores perdonados, como enfermos curados, como caminantes acompañados. Dejémonos amar para amar. Dejémonos levantarnos, caminar hacia la meta, la Pascua. Tendremos la alegría de descubrir que Dios nos resucita de nuestras cenizas.

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