Ligia Valladares de Salcedo:
Como persona de alto riesgo (altísimo, pues 82 son bastantes años), hemos pensado: en ¿qué consiste la vulnerabilidad? Y nos damos cuenta que somos una mayoría abrumadora, no sólo porque en el mundo en el cual vivimos hay una gran población de la 3ª edad, producto, tanto de nuestros particulares genes, como de la mejor alimentación y control sobre las enfermedades en general, sino también por la gran cantidad de personas que viven en condiciones de miseria, tanto económica y mentalmente, así como por razones políticas.
Las pésimas condiciones en que vive una grandísima masa de población a nivel mundial las convierte en vulnerables y futuras víctimas mortales de la pandemia que trastocó al mundo. Así como las guerras tribales y los regímenes dictatoriales generan desigualdades sociales.
Algunos países están tratando el problema del Coronavirus como si estuviéramos en una guerra, y pareciera que lo estamos. El aislamiento de los países, las medidas de cuarentena, el cierre de fronteras y las restricciones de circulación, la limitación de movilidad y reunión de personas, parecen que fueran para un tiempo de violencia generalizado, contra un enemigo que nadie ve, ni lo siente, sino cuando les toca, es decir, cuando se enferman. El hecho mismo de la imposibilidad de salir a trabajar para ganarse su sustento, aunque hay muchas actividades profesionales que se pueden hacer desde el hogar, son menores que las actividades manuales o mecánicas. Esta es una guerra no declarada, sus repercusiones económicas son inimaginables y su consecuencia en la sociedad se hará evidente no más al pasar el tiempo de la cuarentena.
Produce especial temor que países como Venezuela, que han caído en su nivel de vida estrepitosamente, podríamos decir que estamos al mismo nivel de Haití y de muchos países africanos, donde lo más frecuente es que la población no tengan energía eléctrica, ni agua, ni alimentos, ni medicinas, que ha llegado al extremo de comer de las basura, como hemos visto. ¿Puede, de la noche a la mañana, tener agua para lavarse las manos y el necesario jabón para esterilizarlas lo más posible? Esta es primera recomendación para evitar el contagio. Esa población vive el día a día, sale a la calle buscando un jornal mínimo, o, a la buena de Dios, a ver cómo obtiene un dinerillo que le facilite la comida de esa jornada ¿cómo podrá pasar quince días de encerramiento en sus míseras viviendas esperando que pase el virus y les diga adiós? ¿Será que le llevarán a las puertas de sus viviendas las viandas de cada día o el mercado para satisfacer sus necesidades? Y qué decir del resto de la población que no les llega el agua, ni energía eléctrica, que pasan días, semanas, sin que salga agua por las tuberías. Tampoco obtienen los productos de primera necesidad fácilmente, porque los sueldos de hambre no alcanzan para lo esencial. Sin rebuscar en quiénes están en esa situación son ejemplo los maestros, los profesores de educación media y superior, las enfermeras, los médicos, etc.
Vulnerables también son los venezolanos que en otros países vecinos viven en condiciones muy precarias, así como los presos políticos que subsisten si tienen familia que les puedan llevar alimentos, ropa y medicinas, o algunos de los grupos de apoyo que se han creado para tal fin. El hacinamiento es el portador más eficaz de la enfermedad.
Consuela suponer que nuestro país, con su clima tropical quizás el virus, porque es vulnerable al calor, no haga los estragos que estamos viendo en otras latitudes, de lo contrario, quizás más de mitad de la población sería de alto riesgo, en este caso inédito en la historia de la humanidad.
Vulnerables vamos a quedar todos: los que se vieron afectados por el virus, y por las consecuencias de esta catástrofe.
Reporte Católico Laico