Por Julio César Arreaza
La Semana Santa del año 2020 ha resultado muy singular. Marca un hito en la historia del mundo, de manera global se lleva a cabo una cuarentena por causa del coronavirus. La actuación universal desplegada, si se quiere a tiempo, como nunca antes, ha sido posible por el desarrollo alcanzado de las redes sociales que convierte literalmente a la Tierra en una aldea global.
El mundo de nuestros días discurría tal cual como una carrera desenfrenada en busca, como fuere, del bienestar material y el placer sin límites, al costo inclusive de sacrificar valores humanos acrisolados en el tiempo y hoy cuestionados por una concepción de la vida centrada en una falsa y fugaz felicidad. No cabe duda que estamos llamados a vivir la realidad espiritual (juntamente a la material), como seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. Y debido a la cortedad de miras en la que enmarcamos el diario vivir, comenzamos a ver las nefastas consecuencias de una vida sin sentido.
Toca, entonces, hacer un alto en el camino y realizar la necesaria reflexión sobre el destino que nos corresponde.
En primer lugar reflexionemos sobre el significado del acontecimiento fundamental de la historia de estos días: la Resurrección de Cristo, tiempo de gracia para fortalecer y renovar nuestra fe en El Redentor y en nuestra salvación.
La Gran Vigilia Pascual que celebraremos y viviremos desde nuestras casas esta noche conduce a la fiesta mayor de la Iglesia, que es la Pascua de Resurrección, el día que El Señor venció a la muerte. Jesús al resucitar hace posible la resurrección de todos los cuerpos que eran mortales, lo cual beneficiará también a nosotros.
La Resurrección de Cristo marca el momento más trascendente de la Historia, es tan así que el tiempo se dividirá en adelante en antes y después de la Resurrección del Señor. Este es un tiempo para reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Morimos con él al pecado y resucitaremos con él a la vida. Ya no somos seres para- la- muerte sino para- la- vida.
Esta noche santa celebraremos el triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte, su triunfante Resurrección.
La Vigilia Pascual nos introduce en el domingo más importante de la historia: el Domingo de la Pascua de Cristo. El paso de la vida a la muerte. De la esplendorosa noche de pascua nacen la alegría, la luz y la paz de Cristo que se extienden a toda la comunidad cristiana y llegan a todos los intersticios del espacio y del tiempo.
La Resurrección de Cristo abre el Cielo para nosotros, nos da una nueva vida, las posibilidades de encarnar, si así lo decidimos, el auténtico hombre nuevo y nos da razones para vivir y esperar. Él es el camino, la verdad y la vida.
Meditemos en esta noche santa sobre el inmenso amor de Dios hacia nosotros, sobre la misión que tenemos en esta vida, qué sentido le damos al estudio, al trabajo y a la vida de cada día, preguntémonos y respondámonos qué hacemos aquí, para qué nacimos y qué misión venimos a cumplir.
Concédenos Señor el espíritu para recibir siempre con gozo lo bueno y soportar con paciencia lo malo. Enséñanos a privarnos de lo superfluo y a compartir lo nuestro con todos los demás.
Qué noche tan dichosa la de esta noche en la que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino. Esta noche santa de gracia es clara como el día, ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la salud a los enfermos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia y doblega a los poderosos.
No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!