Por el Padre Alberto Gutiérrez
Reflexión en ocasión del 3er Domingo de Pascua
El episodio del Evangelio de este domingo, tercero de esta pascua tan particularmente inédita que estamos viviendo a causa del distanciamiento social impuesto por las medidas de salubridad pública para combatir la pandemia del Covid-19 y que nos mantienen separados nos pone, precisamente, en la perspectiva del encuentro.
El mismo día de la resurrección, dos de los discípulos marchan con pesadumbre camino de Emaus alejándose de Jerusalén y lamentando la muerte de Jesús, el mismo que les había anunciado su crucifixión y muerte, pero también que al tercer día resucitaría.
Al considerar con detalle el texto, de él se desprende que al parecer estos discípulos nunca se enteraron de este anuncio porque no esperaron, se desesperanzaron y perdieron la ilusión fácilmente; sólo les quedó el llanto y la amargura de una pasión cruenta, sin gloria, sin consuelo, sin alivio ninguno de aquella horrible experiencia de dolor que hacia unas horas habían sufrido, por eso andaban con el pecho helado, sumergidos en la más dura decepción, confundidos y con el corazón perplejo.
Tenían referencia de que algunas de las mujeres habían ido al sepulcro y lo hallaron vacío, “pero a él, al Señor, no lo vieron”; tampoco les creyeron a las mujeres y se fueron sin esperar el cumplimiento de la promesa. Pero el Señor que es misericordioso hasta el extremo se hace el encontradizo con ellos, les llena el corazón del fuego de su gracia, les abre el entendimiento mientras les explica las Escrituras y se queda a comer con ellos, quienes, finalmente, le reconocen al partir el pan.
Luego, llenos de la fuerza que nace de este encuentro, vuelven a Jerusalén a compartir su experiencia y a reencontrarse con la Iglesia naciente dando testimonio de que habían visto al Señor.
Hoy la historia de los discípulos de Emaús podría aplicarse a cada uno de nosotros cuando por nuestra incredulidad dudamos del Señor, le damos la espalda y marchamos alejándonos de él por el peso de nuestras desesperanzas.
Sin embargo, como a aquellos discípulos, también con nosotros se encuentra el Señor, nos explica las Escrituras y nos concede el don del Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con el fuego de su amor y, además, parte para nosotros el pan en cada Eucaristía, dándose él mismo como manjar que nos sostiene en el camino que nos conduce a la casa del Padre, teniéndole a él mismo como compañero en nuestro andar.
Hoy, ciertamente, aunque estamos privados de reunirnos como hermanos entorno al Pan Eucarístico sí podemos hacerlo alrededor del Pan de la Palabra, que es alimento que sale de la boca de Dios y nos fortalece en toda circunstancia para que también nosotros podamos dar testimonio de que en la Palabra de Dios hemos visto al Señor Resucitado y nos hemos encontrado con él.
Padre Alberto Gutiérrez
Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo