Por el Padre Andrés Bravo
Ciertamente, Jesús es el evangelizador como debe ser, es el más auténtico. Ya lo decía el Papa Pablo VI en la”Evangelii nuntiendi” (EN 7): “Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena”. Y así como es Él, así quiere que sea su Iglesia. Pues, evangelizar es la vocación y la identidad de la Iglesia (EN 14). La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Apóstoles (EN 15). Nace, como consecuencia, evangelizadora.
Observando el encuentro de Jesús con unos de sus discípulos camino hacia un pueblito llamado Emaús, a diez kilómetros de Jerusalén, Jesús nos da una maravillosa enseñanza de cómo evangelizar.
Primero es el encuentro, un acercamiento, hacerse compañero de camino. Luego conocer sus inquietudes, aquello que los ha entristecido. Dejarlos hablar, escucharlos con mucha atención e interés, porque a Jesús le importan ellos, sus tristezas y angustias, lo que sienten. Sólo así comienza a hablar Jesús para iluminar sus vidas y responder a sus inquietudes, anunciándoles la acción de Dios en la historia. Les habla de la historia de la salvación, para hacerlos comprender el sentido de la Cruz. Porque el sacrificio de Jesús en la Cruz responde a un proyecto salvador que, con su encarnación, Él fue enviado a culminar entregando su vida y resucitando. Sus palabras eran tan agradables y tan plenas de verdad que estos discípulos sentían que les hablaba a su corazón.
Cuando llegan a la casa donde se iban a hospedar le piden a Jesús que se quede con ellos porque la tarde cae. Ellos ya necesitan de su presencia y Él lo sabe porque es consecuencia del anuncio de la Palabra de Dios. Entrar y quedarse con ellos significa que ya son amigos y Jesús ha entrado a sus vidas. Más aún, sentarse en la misma mesa para comer con ellos, significa que el evangelizador ya tiene tal confianza que puede compartir sus vidas, sus intimidades.
La acción evangelizadora de la Iglesia debe terminar en el reconocimiento de Jesús presente en las vidas de los evangelizados y reconocerlo en la Eucaristía, la cena del amor. Cuando eso ocurre cambia todo, la tristeza en alegría, el temor en valentía, es la vuelta a Jerusalén porque ahora son testigos del Señor Resucitado. Eso es la Evangelización, ser testigos.
Padre Andrés Bravo
@joseabh