Papa de misericordia y esperanza

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Papa Juan Pablo II

 El 18 de mayo llegaremos al centenario del nacimiento de ese gran apóstol de la misericordia que fue Juan Pablo II; único Papa que ha venido a Venezuela.  Preparar este final tan importante es tarea pendiente de todos los que conocimos al futuro santo. En el mundo entero se escribirá y proyectarán audiovisuales sobre la vida, obra y legado de San Juan Pablo II y en nuestro país recordaremos sus dos visitas en 1985 y 1996. Ningún menor de treinta años tiene impreso en su memoria lo que fueron esas jornadas extraordinarias que tanto agradecemos a Dios y a nuestra Madre de Coromoto. Disfrutamos la suerte de tener al frente de nuestra Arquidiócesis, de Caracas y Mérida, al hoy Cardenal Baltazar Porras, a quien correspondió, en las dos ocasiones, dirigir la coordinación de esas jornadas. También vivimos aún muchas personas que tenemos recuerdos muy cercanos de ese gran pontífice del siglo XX. El hombre que nos ayudó a cruzar el umbral de la esperanza.

Conocí personalmente al Santo Padre en noviembre de 1981, con motivo de un congreso de familia en Roma, ya había empezado sus catequesis sobre la Teología del cuerpo, que tanta luz sigue dando en estos momentos de confusión del mundo con la ideología de género.  Estuve, junto a la periodista española Covadonga O´Shea, en la entrevista que nos concedió a todos los asistentes. Tiempo más tarde Covadonga escribió un libro que tituló Así piensa el Papa. Muy útil para conocer sus respuestas porque utilizó el formato entrevista en un trabajo antológico. Luego volví a estar con el pontífice en dos Congresos universitarios UNIV, los años 1982 y 1985. En el primero tuve la suerte de estar en el estrado del Aula Paulo VI junto a todos los coordinadores nacionales del Congreso. Fue un momento estelar porque no solo pude besar su mano, con mucha paz, sino sentir su cariño paternal en las preguntas que me hizo al saludarme. Se interesó especialmente por mi trabajo con la juventud y en mi labor periodística. Todavía atesoro su mirada amable y estimulante. Luego en el 85 me conmovió especialmente su trato acogedor con los jóvenes congresistas de los cinco continentes, en el Cortile de San Damaso. Sin embargo esto ocurrió, después de su estancia en  Venezuela, el mes de enero de 1985, en la cual Dios me reservó un trabajo muy consolador porque estuve junto al Padre Amador Merino al frente de la oficina de prensa de la Coordinación de la visita. El padre Merino, entrañable salesiano de origen español, que por cierto se nos fue a la eternidad recientemente en Caracas, fue un incansable servidor de ese encuentro inolvidable. Siempre recordamos todo lo sucedido con periodistas venezolanos y extranjeros en esas fechas. Tuvimos, en ese primer viaje, dos oficinas en el Parque Central, una de la CEV y otra de las autoridades civiles; y allí estuve yo, atornillada a mi silla de trabajo, durante todos esos días, para que el padre Merino pudiera salir con el enviado de Roma; pero con la ilusión de asistir a la reunión del Santo Padre con los laicos en la Catedral de Caracas.

El año 1996 el plan fue un poco diferente. Hubo una única oficina, bajo la coordinación de Pepe Domínguez, en el Hotel Tamanaco, con modernos equipos de computación y servicios de transmisión. El doctor Navarro Valls, director de prensa del Vaticano estuvo presente y echó buena mano a los periodistas. El padre Merino colaboró con nosotros aportándonos su experiencia que incluía su vivencia del trabajo diario en la Nunciatura Apostólica en Caracas.

Luego tuve oportunidad de ver al Papa Juan Pablo II en Roma en dos ocasiones: la beatificación y la canonización de Josemaría Escrivá. Inefable. En la primera también se beatificó a Josefina Bakita, una esclava africana conversa, que se hizo religiosa canosiana en Italia. De 1992 a 2002 se notaba el avance de la enfermedad que llevó a Juan Pablo II a la muerte, el año 2005. Pero en cualquier caso allí estaba el Papa de la esperanza y la misericordia: El hombre que puso en marcha esa Iglesia que había sido gobernada, desde el dolor, por Pablo VI, y que había puesto por obra los sueños de Juan XXIII con el Concilio Vaticano II.  Allí estaba la Iglesia que había despertado definitivamente a los fieles laicos y había dado ese grito llamando a todos a la santidad. Todos los bautizados vimos, en tiempos de  Juan Pablo II, como se ensanchaba el corazón de Cristo para llevar las luces de la fe y la esperanza a la anhelada civilización del Amor.

Considero de justicia, en este Centenario, ahondar en toda la antropología cristiana que nos regaló el Papa polaco.  Porque solo volviendo a reencontrar la dignidad y grandeza de la persona, podremos potenciar las familias y con éstas las principales escuelas del nuevo humanismo trascendente, donde el trabajo debe ser servicio y cuidado a los hombres y a la naturaleza. Cuidar y servir es la fórmula perfecta para hacer llegar la misericordia a todas partes del globo, y así lograr una cultura que lleve en sus entrañas la novedad perenne de Cristo tan olvidado por muy ilustres bautizados.

Beatriz Briceño Picón

Periodista UCV-CNP

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