Jesús en su infinita misericordia, va regando el terreno fértil del corazón de Carmen Elena, quien vivía y sentía los aconteceres diarios del país, donde resonaban los enfrentamientos ocasionados entre liberales, masones y defensores de la fe cristiana.
Es el tiempo en que el doctor. José Gregorio Hernández, ya estaba haciendo una labor reconocida por su apostolado profesional, por su testimonio de vida, y por su ejemplo de servicio desinteresado a quien tocara la puerta de su casa y de su consultorio. Es el tiempo también del doctor Luis Razetti, un hombre de testimonio claro y brillante de amor al prójimo por su entrega profesional al servicio de los demás.
La Beata Madre Carmen no fue ajena este acontecimiento y ya quinceañera hacia 1918, comenzaron las manifestaciones de la llamada del Señor. Don Ramiro y Doña Ana Antonia fue ron fieles uno a otro en su matrimonio católico. Se ocuparon por entero de su hogar con firmeza y fidelidad, haciendo de la vida familiar centro de honradez, rectitud, seriedad, amor y disciplina.
Los padres de Carmen Elena darán fe de una sólida formación cristiana, caridad y respeto hacia la dignidad del prójimo y de una absoluta disciplina y compromiso en cuanto a las responsabilidades con sus hijos dentro del hogar. De esta forma enfrentó la familia Rendiles la epidemia, con firmeza. Estos momentos nos hacen crecer en fortaleza y confianza en Dios, nos ayudan a aprender a sobrellevar situaciones difíciles por conseguir el bien de los demás.
En fin, lo supiera Carmen Elena o no, el Arzobispo de Caracas Monseñor Felipe Rincón González, el doctor Luis Razzetti y el doctor José Gregorio Hernández, entre otros, pintaban de color cristiano el mapa de Venezuela.
Venezuela en tiempos de epidemia
En Caracas la peste hizo desastre. Una mañana, a mediados de octubre de 1918, llegó a La Guaira y allí empezó la gira nacional. “Un caso, dos, tres, seis, cien. Sobre la capital cayó como una niebla. La ráfaga barrió implacable desde los extramuros hasta el centro”.
Muertos y enfermos, un cuadro oprimido, signa los testimonios de los cronistas de la época, siendo, el de José Rafael Pocaterra, el relato que más nos aproxima al momento, tal vez por sus descripciones tan vivas y grotescas.
El frío de noviembre facilitó el contagio y ante el arribo de la gripe a los valles de Aragua, el general Gómez salió disparado a San Juan de los Morros. A raíz de la muerte del hijo predilecto del general Juan Vicente Gómez, Ali Gómez, una de las primeras víctimas de la pandemia de gripe española en 1918, se crea la Junta de Socorro.
El gobierno nacional eroga medio millón de bolívares para aliviar la peste de Caracas, de esta manera, el General Gómez vela por la salud pública.
A fines de octubre se creó la Junta de Socorro del Distrito Federal. Horas después, en el Palacio Arzobispal, se anunciaba que la Junta de Socorro había sido instalada y presidida por el propio Arzobispo Monseñor Felipe Rincón González, quedando así constituida: Primer Vicepresidente Doctor Vicente Lecuna; Segundo Vicepresidente: Santiago Vegas; Tesorero: J.M. Herrera Mendoza; Sub Tesorero: H. Pérez Dupuy; vocales: Presbítero Dr. R. Lovera; Dr. F.A: Rísquez; Dr. Luis Razetti, Dr. Rafael Requena; Secretario: Rafael Ángel Arraiz; Director Técnico de la Compañía Sanitaria: Dr. Luis Razetti; Subsecretario: Maximiliano Guevara.
Esta junta realizó un censo de los lugares donde la epidemia era mayor, se dio cuenta de que la miseria y la falta de higiene, además de la desnutrición, contribuían más a la propagación de la enfermedad. Se establecieron hospitales en casas de familias o en lugares públicos como en la esquina de Castan, o en la esquina de Maturín, donde funcionaba la logia masónica. Se crearon cinco servicios hospitalarios para los griposos: en el Hospital Vargas; en Villa Lola, en La Pastora; en la escuela de Artes y Oficios para Mujeres en Castan; en la Escuela Federal Zamora, en San Juan y en el Templo Masónico en la Esquina de Maturín.
Se nombraron Comisarios de Cuadra y se instalaron Cocinas Populares, frente a Los Telares por Cruz de la Vega; por el Callejón del Guarataro; en la Esquina de Bárcenas; por puente Hierro; por Camino Nuevo… Allí repartían a los pobres alimentos cocidos. En cada Cocina Popular se atendían dos mil a tres mil personas. Esta pandemia que azotó Venezuela y en la que participaron estudiantes de la Cruz Roja y médicos recorriendo los sectores populares donde se aconsejaba las medidas sanitarias a seguir.
Un día de noviembre de 1918, José Rafael Pocaterra se anotó junto a 15 estudiantes en las jornadas sociales que realizaban para atender a los contagiados de la gripe española en Caracas. Dice Pocaterra que era una obra de muchachos acomodados, que decidieron tender la mano a los menesterosos, muertos de hambre y de enfermedades: “Se tendrá una idea de lo que significan los estudiantes de Caracas en la actual epidemia al constatar que ellos tienen a su cargo el reparto de víveres, la asistencia médica y el despacho de fórmulas a domicilio (…) Y cuando ocurre alguna defunción en uno de estos lugares y se solicita auxilio, parte inmediatamente un automóvil con la urna respectiva, que se fabrica en la carpintería de la esquina de La Palma, y que se envía del mismo modo que el carro mortuorio especial”.
Los propietarios de vehículos de Caracas, prestaron sus vehículos a la Junta de Socorro, entre ellos Domingo Otatti que le cedió su automóvil al Doctor José Gregorio Hernández para que visitara a los enfermos. El Arzobispo Rincón González anunció en la Reunión de la Junta de Socorro que el Papa Benedicto XV, había enviado la suma de cinco mil bolívares para distribuirla entre los pobres. “Ha llegado hasta el Vaticano la noticia de nuestras angustias, con motivo de la epidemia que nos azota” dijo el Arzobispo al entregar el dinero a los tesoreros de la Junta, J.M. Herrera
Mendoza y H. Pérez Dupuy. En esa misma sesión se acordó pagar al contratista para el lavado de las calles de la ciudad. Se prohibieron las concentraciones públicas como fiestas y reuniones, incluso los niños dejaron de ir a la escuela y no se oficiaron misas en las iglesias. Los cadáveres se contaban por centenares, en el Cementerio General del Sur se mandaron a construir numerosas fosas individuales y una gran fosa común para aquellas víctimas de la epidemia.
Hoy a ese lugar se le llama “La Peste”. Los hospitales se convirtieron en depósitos de cadáveres, en especial el Hospital Vargas de Caracas. El 30 de diciembre de 1918 el gobierno, por medio del Ministro del Interior, Ignacio Andrade, anunció que “constatando por datos oficiales en este despacho, que la epidemia de gripe aparece ya extinguida en esta capital se suspende por disposición del ciudadano presidente provisional de la República, desde el 31 del corriente mes, las medidas dictadas por clausura de templos, teatros, colegios y demás lugares de concurrencia publica.” Ya para principios de 1919, y gracias a las medidas sanitarias impuestas por el Doctor Razetti, la gripe se auto limitó y fue disminuyendo su virulencia.
Este trágico episodio demostró que Venezuela no estaba preparada para una epidemia de semejante magnitud y que la desnutrición y la pobreza son factores que contribuyen a la expansión de la enfermedad. No obstante pese a todas las tribulaciones, había cesado la pandemia.
Madre Carmen Rendiles Martínez, fundadora de la Congregación Siervas de Jesús en Venezuela y tercera beata del país, nos enseña con su ejemplo de vida cómo superar las adversidades y mantenerse cerca del amor de Dios. Nació en Caracas el 11 de agosto de 1903. Fue la tercera de nueve hermanos en una familia con tradición religiosa arraigada, en la que le inculcaron el sentido del deber y el amor por el prójimo.
El 9 de mayo de 1977, poco después de haber cumplido 50 años de vida religiosa, Madre Carmen muere en Caracas en olor de Santidad.
Oración a la Beata Madre Carmen Rendiles
Padre eterno, que en la Beata Madre María Carmen Rendiles Martínez nos has regalado un modelo de intensa devoción eucarística, de oración y abnegación por el sacerdocio ministerial católico, así como de humilde entrega a tu Iglesia y gozosa aceptación de tu divina voluntad. Concédenos por su intercesión, que nuestra activa participación en la Cena del Señor acreciente el amor a Ti, la compasión, ternura y misericordia en el servicio del prójimo, especialmente el más necesitado. Por Jesucristo Nuestro Señor, Amén
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