Por el Cardenal Jorge Urosa Savino
“Venezuela está de fiesta”, ha dicho acertadamente el Cardenal Baltazar Porras, Administrador Apostólico de Caracas, al anunciar la aprobación del milagro presentado ante los organismos de la Iglesia en Roma. Una gran alegría nos embarga a todos los católicos venezolanos y a gran parte del pueblo no católico. El Papa Francisco aprobó el pasado 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el milagro atribuido a la intercesión de nuestro querido José Gregorio Hernández. Ese decreto indica que, con su intervención divina, Dios nuestro Señor ha rubricado las eximias virtudes y la grandeza humana y cristiana de ese gran venezolano, y abre las puertas para su inminente beatificación. ¡Todos los requisitos se han cumplido! ¡Bendito sea Dios!
Por ese motivo le damos gracias al Señor. Yo personalmente me siento muy contento. Como venezolano y sobre todo por haber trabajado como Vice-postulador de su Causa de beatificación desde junio de 1984 hasta mayo de 1990, y luego como principal actor o responsable de la misma en mi condición de Arzobispo de Caracas desde noviembre de 2005 hasta julio de 2018, anhelaba profundamente ese regalo de Dios para nuestra Iglesia y nuestra Patria. Ahora solo falta el ulterior decreto pontificio, y preparar los actos de la beatificación propiamente hablando. Felicito vivamente al Cardenal Porras, a Mons. Tulio Ramírez, Vice-postulador actual de esa Causa de beatificación, al Padre Gerardino Barracchini, y a todos los que han colaborado con todo el largo proceso.
Esta gratísima noticia nos lleva a dirigir nuestras miradas a la personalidad del Venerable Dr. Hernández, médico de los pobres y cristiano ejemplar. ¿Quien fue José Gregorio? ¿Por qué la Iglesia lo lleva a los altares y le tributará culto público?
La respuesta la dio la misma Iglesia hace ya más de 34 años. En efecto, el 16 de enero de 1986 el Papa San Juan Pablo II proclamó que José Gregorio había practicado las virtudes en grado heroico. Es decir, que fue un hombre muy virtuoso, y que practicó con excelencia tanto las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, como las cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Que fue modelo de excelente conducta profesional y cívica. ¡Que vivió una vida santa, pues! Y que podía ser presentado como verdadero ejemplo y modelo de vida cristiana. ¡Por eso será beatificado!
El milagro por otra parte, es como un sello divino a lo que la Iglesia, a través del largo proceso de estudio de la vida y obras de una persona, va señalando con respecto a su conducta, a su actuación en la vida y sobre todo, con respecto a su unión con Dios y su amor al prójimo. Sin esas virtudes, sin esa convicción eclesial, lograda a través de serios estudios y el sentir del pueblo fiel, no es posible llegar a la beatificación.
Los Obispos venezolanos hemos señalado repetidas veces lo que ya es conocido por la gran mayoría de los venezolanos: que el Dr. José Gregorio Hernández, fue un extraordinario profesional de la medicina, médico de los pobres, investigador científico y profesor universitario, ciudadano cabal y ejemplar en la práctica de las virtudes cívicas de honestidad, patriotismo, responsabilidad social, servicio a la comunidad, ejemplo de conducta familiar. Todo eso es muy importante.
Ahora bien: hay un aspecto que yo quiero destacar, el religioso, pues aunque está presente siempre, no es suficientemente tomado en cuenta y es el punto indispensable para la beatificación: José Gregorio fue un hombre de una intensa vida religiosa, espiritual, y de práctica constante de virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.
El fue, realmente, un hombre de Dios. El vivió permanentemente unido a Dios a través de una fe viva, profunda, y ardiente, que lo movió siempre a hacer el bien. Que tuvo una esperanza en Dios muy firme en medio de las dificultades; que expresó su amor a Nuestro Señor a través de una vida de intensa piedad religiosa y en el amor al prójimo. El era hombre de Misa diaria, de oración personal, muy devoto de la Santísima Virgen María, a la que alababa con el rezo diario del Santo Rosario. Una persona que vivía siempre pensando en Dios, mientras realizaba a la perfección las tareas propias de su profesión médica y los deberes de sus compromisos académicos.
Su conducta se puede catalogar de vivencia heroica de las virtudes precisamente porque vivió intensamente unido a Dios. Esto es importante que lo destaquemos, pues muchas veces nos quedamos en señalar el exacto cumplimiento de sus tareas profesionales y sus deberes cívicos, y no destacamos suficientemente lo que constituye la esencia de la santidad: la viva unión con Dios, el seguir e imitar a Jesucristo intensamente en el cumplimiento de la divina voluntad. En una palabra, ser una mujer o un hombre de Dios. Así fue José Gregorio. Sin duda él fue un ciudadano ejemplar, un gran profesor, excelente investigador, médico certero y generoso, lleno de caridad. Pero también mucho más que eso: un hombre de Dios.
Preparémonos, pues, en los próximos meses para celebrar su beatificación. Sintamos el deseo de imitarlo en la vivencia del amor a Dios, de nuestra fe cristiana y católica, con una intensa piedad, con la práctica religiosa, con la vivencia de los 10 mandamientos, con la escucha y cumplimiento de la Palabra de Dios. Ese es el camino hacia la santidad y la felicidad. José Gregorio fue, entre otras cosas, un hombre de Dios. ¡Imitémoslo!
Reporte Católico Laico
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