A 15 años del nombramiento del Cardenal Jorge Urosa Savino al frente de la Arquidiócesis de Caracas, el Purpurado da a conocer detalles inéditos de aquella designación que esperó casi un año, debido al veto impuesto por Hugo Chávez
“Chávez me veía como un adversario político”, relata el cardenal Jorge Urosa Savino, al recordar algunos episodios ocurridos hace 15 años y hasta ahora no conocidos, acerca de su nombramiento como el XV arzobispo de Caracas por parte del Papa Juan Pablo II, el 13 de diciembre el 2004, y luego ratificado por Benedicto XVI, el 19 de septiembre de 2005, investidura que, sin embargo, fue vetada durante casi un año por el entonces presidente de Venezuela Hugo Rafael Chávez Frías.
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Razona que esto ocurrió “debido a declaraciones mías publicadas en El Nacional el 26 de octubre del 1998, criticando la violencia verbal que él (Chávez) utilizaba en la campaña electoral. Y por haberme opuesto también a la convocatoria a la Constituyente”, asegura el ahora arzobispo emérito de Caracas.
“De hecho, en su alocución a nosotros los Obispos en la visita que como Presidente electo él dispensara el domingo 10 de enero de 1999 a la Conferencia Episcopal en nuestra Asamblea Ordinaria, fui el único Obispo atacado por él, y dos veces”, agrega.
De manera que el camino no fue fácil para la aceptación del entonces arzobispo de Valencia, como titular de la Arquidiócesis de Caracas, por parte del gobierno de Chávez. “Ese proceso fue largo, debido a la importancia de la sede caraqueña, y al cuidado que la Santa Sede pone en designar un nuevo Obispo, especialmente de una Arquidiócesis como Caracas, la más poblada y compleja de Venezuela”, escribe.
Explica que en el Convenio entre la Santa Sede y el Estado Venezolano, suscrito en 1963 y ratificado en 1964, el presidente de la república puede vetar el nombramiento de un obispo designado por el Papa. Chávez hizo uso de ese veto entre diciembre de 2004 y septiembre de 2005, cuando reconoció el nombramiento hecho por el Vaticano.
“Ha sido la única vez en 57 años de vigencia del Convenio hasta hoy que se procedía de esa manera abusiva. No había objeciones de carácter político general que lo justificaran”, escribe Urosa, trayendo a la memoria lo ocurrido con el cardenal José Humberto Quintero, quien tuvo que esperar hasta siete meses para que su designación también en Caracas, fuese aceptada por el presidente Rómulo Betancourt, en 1960.
Sostiene que la posición de Chávez Frías en el año 2005, fue “vencida finalmente por la Santa Sede, sin claudicar y sin suplicas indebidas”. A decir del Purpurado: “la Iglesia hizo valer su autoridad, independencia, libertad y atribuciones, y fui legítimamente nombrado Arzobispo de mi querida ciudad natal e Iglesia de bautismo”.
Se agrega documento íntegro, elaborado por el cardenal Jorge Urosa Savino.
CRÓNICA
INTRODUCCIÓN
“POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SEDE APOSTÓLICA”
Esta frase encabeza muchos decretos y cartas pastorales de los Obispos. Ella indica con sencillez y firmeza que la autoridad del Obispo diocesano proviene de Dios y del Papa. No de poderes u autoridades humanas. Esto es verdad en los nombramientos episcopales efectuados por la Santa Sede. Y, sin duda en el cargo que el Papa San Juan Pablo II en diciembre de 2004 y, finalmente Benedicto XVI el 19 de septiembre de 2005 – ahora hace exactamente 15 años – me designaron para servir a Dios y a la Iglesia como Arzobispo de Caracas.
El presente relato documenta para la posteridad cómo, a pesar de la oposición del Presidente Hugo Chávez Frías en el año 2005, vencida finalmente por la Santa Sede, sin claudicar y sin suplicas indebidas, la Iglesia hizo valer su autoridad, independencia, libertad y atribuciones, y fui legítimamente nombrado Arzobispo de mi querida ciudad natal e Iglesia de bautismo. Fue un proceso enojoso y difícil pero exitoso. Algo parecido sufrió también Mons. José Humberto Quintero, cuyo nombramiento como Arzobispo de Caracas fue decidido por San Juan XXIII en octubre de 1959, pero no se pudo concretar exitosamente sino en julio de 1960.
1.- EL NOMBRAMIENTO
La Arquidiócesis de Caracas había quedado vacante, es decir, sin Arzobispo residencial, desde la noche del 6 de julio de 2003, cuando el bondadoso y sufrido Cardenal Ignacio Velasco, luego de padecer una grave enfermedad durante más de dos años, entregó su alma a Dios. A partir de su muerte, y para llevar las riendas de la Iglesia caraqueña, fue designado Administrador Apostólico “ad nutum Sanctae Sedis” – que significa a voluntad de la Santa Sede-, con las facultades propias de Arzobispo residencial, S.E. Mons. Nicolás Bermúdez Villamizar, quien para ese entonces era Obispo Auxiliar de Caracas.
Luego de las solemnes exequias del querido Cardenal Velasco comenzó el proceso de búsqueda de su sucesor. Ese proceso fue largo, debido a la importancia de la sede caraqueña, y al cuidado que la Santa Sede pone en designar un nuevo Obispo, especialmente de una Arquidiócesis como Caracas, la más poblada y compleja de Venezuela.
Durante ese tiempo se tejieron muchas conjeturas y especulaciones sobre quién sería el nuevo pastor de la grey capitalina. Meses más tarde, hacia fines del año 2004, es decir, casi año y medio después de la sensible muerte del Cardenal Velasco, la Santa Sede llegó a una decisión.
En efecto. Hace un poco más de 15 años, el miércoles 15 de diciembre del año 2004 estaba yo en mi oficina de Arzobispo de Valencia cuando, hacia las 11 de la mañana mi secretaria, la Srta. Rosario Clemente Lange, de gratísima memoria, me entregó un sobre de una empresa de correo expreso. Al ver que era una entrega especial de la Nunciatura Apostólica me preocupé sobremanera, pues los rumores de que yo iba sería trasladado a Caracas eran cada vez más fuertes. Entré al lugar donde se encontraban los archivos de la Iglesia de Valencia, y abrí y leí el documento. Se trataba de una carta del Excmo. Mons. André Dupuy, a la sazón Nuncio Apostólico de Su Santidad en Venezuela, fechada el lunes 13 de diciembre de 2004, en la cual me notificaba escuetamente que el Santo Padre Juan Pablo II me había nombrado Arzobispo de Caracas. Y que esa decisión debía yo guardarla en secreto, hasta su publicación oficial.
Por supuesto quedé sobrecogido de temor, puesto que, por haber sido sacerdote y luego Obispo Auxiliar en Caracas durante casi ocho años, de septiembre de 1982 a mayo de 1990, sabía lo difícil que es pastorear la compleja Arquidiócesis capitalina. Sin embargo, me sobrepuse, poniéndome en las manos de Dios, y acogiendo con amor sus designios para mi futuro.
Una nota simpática. Al final de esa mañana fui a un evento en el Diario Noti-tarde, prestigioso periódico carabobeño. Ellos, con motivo de las fiestas navideñas siempre me invitaban a compartir un desayuno o almuerzo durante el cual hacían una entrevista muy importante para dos páginas completas, el famoso “Desayuno en la Redacción”. Durante ese encuentro, con la carta del Nuncio en el bolsillo del paltó, recibí de parte de una excelente periodista, la Licda. Leonor Mendoza, una pregunta sobre la posibilidad de ser nombrado Arzobispo de Caracas. Con sencillez y claridad dije que eso estaba en estudio, que había varios candidatos, y que debíamos esperar lo que decidiera el Papa. Y que yo me sentía muy bien y feliz como Arzobispo de Valencia.
Esa tarde, ya en mi casa, redacté la carta en la cual manifestaba a Mons. Dupuy mi aceptación del nombramiento realizado por el Papa Juan Pablo II. Al día siguiente la envié a la Nunciatura por correo especial. Mons. Dupuy viajó a Francia el 17 de diciembre, pues su padre estaba muy enfermo. Mons. Joseph Spiteri, entonces secretario de la Nunciatura en Caracas y actualmente Nuncio en el Líbano, me informaría luego que la notificación oficial al Gobierno Nacional del Presidente Chávez fue realizada el día 20 de diciembre.
- -EL VETO DE CHÁVEZ.
La notificación de un nombramiento episcopal al Gobierno la hace siempre la Nunciatura debido no solamente a la normal cortesía, sino al hecho de que por el Convenio entre la Santa Sede y el Estado Venezolano suscrito en 1963 y ratificado en 1964, el Presidente de la República tiene el privilegio de poder vetar el nombramiento de un Obispo designado por el Papa.
Ese privilegio es una rémora del indebido poder que tenía la Corona Española de nombrar los Obispos de sus territorios, el cual fue abusivamente asumido unilateralmente en el llamado Patronato Eclesiástico por el Estado venezolano en la época republicana. Gracias a Dios, el Convenio de 1963 eliminó esa facultad, pero lamentablemente dejó al Gobierno el derecho de vetar algún candidato que considerara inconveniente. A continuación, la cláusula señalada:
“Art. VI. – Antes de proceder al nombramiento de un Arzobispo u Obispo diocesano, o de un Prelado Nullius, o de sus Coadjutores con derecho a sucesión, Ia Santa Sede participará el nombre del candidato al Presidente de Ia República, a fin de que éste manifieste si tiene objeciones de carácter político general que oponer al nombramiento. En caso de existir objeciones de tal naturaleza, la Santa Sede indicará el nombre de otro candidato para los mismos fines”.
Este veto fue muy bien precisado y regulado en las conversaciones entre el Gobierno y la Nunciatura previas a la firma del Convenio: no se puede ejercer por cualquier razón de carácter político partidista, o por simpatía del gobierno de turno hacia otro candidato, sino exclusivamente por “objeciones de carácter político general”. Estos son términos técnicos de derecho internacional que indican serias razones de Estado, como que un obispo presentado y ya nombrado por el Papa representara una amenaza a la soberanía nacional o a la unidad o la independencia de la República.
Volvamos a los hechos. Mons. Dupuy regresó a Venezuela después de Navidad, y nos encontramos en dos ocasiones en enero. El 7 de enero no había respuesta todavía. En nuestro segundo encuentro, el 12 de enero, me indicó que, aunque no había respuesta oficial, ya él sabía que el Gobierno no estaba de acuerdo con mi nombramiento, y que no contestarían al respecto, aunque tampoco lo rechazarían. Luego, Mons. Dupuy viajó de nuevo a Francia por la enfermedad de su padre.
Trascurrido un mes de la notificación oficial al Gobierno, el 21 de enero me entrevisté en la Nunciatura con Mons. Spiteri, el Secretario, quien amablemente me dijo haber hablado telefónicamente con Dupuy en Francia, el cual estaba muy preocupado por la falta de respuesta del Gobierno. No obtuve más información. El 25 de enero telefoneé a Mons. Spiteri, quien me dijo: “la cosa está complicada”. Ante la inquietante frase, esa misma tarde viajé de nuevo a Caracas. En nuestro nuevo encuentro, él me informó que el Presidente había vetado mi nombramiento, pero que la Santa Sede buscaría convencerlos y haría gestiones para que lo acepten. Esa mala noticia le había sido comunicada el 21 de enero, luego de mi visita en la Nunciatura.
De manera que, lamentablemente, por el artículo VI del Convenio entre el Estado Venezolano y la Santa Sede, el Presidente de la República pudo vetar el nombramiento decidido y presentado por el Papa. Eso fue lo que hizo Chávez, yendo así contra una decisión del Papa Juan Pablo II. Ha sido la única vez en 57 años de vigencia del Convenio hasta hoy que se procedía de esa manera abusiva. No había objeciones de carácter político general que lo justificaran.
Una observación: Realmente yo no esperaba que eso pasara, pero, aunque no lo apruebo, me lo explico, pues Chávez me veía como un adversario político. Esto debido a declaraciones mías publicadas en El Nacional el 26 de octubre del 1998, criticando la violencia verbal que él utilizaba en la campaña electoral. Y por haberme opuesto también a la convocatoria a la Constituyente. De hecho, en su alocución a nosotros los Obispos en la visita que como Presidente electo él dispensara el domingo 10 de enero de 1999 a la Conferencia Episcopal en nuestra Asamblea Ordinaria, fui el único Obispo atacado por él, y dos veces. Al final del encuentro abordé al Presidente Chávez y, cortés y serenamente, pero con firmeza, le indiqué que yo estaba completamente a favor de la justicia social y del bien del pueblo, pero en contra de la violencia. El me respondió cortésmente y abrevió la conversación. Tres años más tarde, el 12 abril de 2002, yo declaré cuestionando sus actuaciones debido a los muertos en el centro de Caracas y frente a Miraflores el 11 de abril.
3 .-GESTIONES DE LA SANTA SEDE
De manera que en enero de 2005 estaba bloqueado el nombramiento pontificio. Mons. Dupuy regresó a principios de febrero, esperanzado en una gestión de la Santa Sede que estaba en marcha para lograr la aceptación de mi nombramiento. El Secretario de Estado, Cardenal Angelo Sodano y Mons. Leonardo Sandri, Sustituto de la Secretaria, el mismo 24 de enero a través de la Nunciatura habían solicitado a S.E. Mons. Mario Moronta, Obispo de San Cristóbal, que tenía acceso a Chávez, intervenir para lograr que aprobara el nombramiento ya realizado. Mientras tanto ya había algunos rumores sobre el asunto entre el clero de Caracas. Luego, el 24 de febrero se supo el traslado del Nuncio Dupuy a otro destino.
En marzo no hubo mayores movimientos, salvo la ratificación de la firme posición del Vaticano de mantener el nombramiento ya hecho por el Papa Juan Pablo II, y la puesta en marcha en Venezuela de la gestión interna para obtener la aceptación presidencial.
El Santo Padre Juan Pablo II, que venía muy enfermo desde hacía varios meses, falleció santamente el 2 de abril de 2005, y la provisión de la sede arzobispal de Caracas seguía en suspenso por el veto presidencial. Días después, en el Cónclave posterior, el 19 de abril fue electo Obispo de Roma, Sumo Pontífice y sucesor de Pedro, el Cardenal Joseph Ratzinger, hasta entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien asumió el nombre de Benedicto XVI. Posteriormente, el nuevo Papa ratificó el nombramiento ya hecho por Juan Pablo II para la Arquidiócesis de Caracas. En la Santa Sede habían también considerado que, en caso de seguir el bloqueo del Gobierno, se procedería a nombrarme Administrador Apostólico, es decir, con autoridad temporal y provisional para gobernar pastoralmente la Arquidiócesis, pero sin el cargo o título permanente de Arzobispo.
MONS. BERLOCO, NUEVO NUNCIO.- Pocas semanas más tarde el Nuncio Dupuy partió definitivamente del país, y el 16 de mayo llegó a Caracas el nuevo Nuncio, Mons. Giacinto Berloco con la prioritaria misión de resolver el problema de la sucesión de la sede arzobispal de Caracas. El 26 de mayo tuve con Mons. Berloco una larga y grata entrevista, para ponerlo al tanto de los acontecimientos de los últimos meses desde mi punto de vista. Entre otras cosas le referí un caso parecido al del actual rechazo de un nombramiento ya hecho por el Papa por parte del gobierno: el caso del Cardenal José Humberto Quintero.
Cuando el 30 de septiembre de 1959 ocurrió la trágica muerte del insigne Arzobispo de Caracas Rafael Arias Blanco, Mons. Quintero, a la sazón Arzobispo Coadjutor de Mérida, se encontraba en Roma. Allí, en octubre de 1959, fue personalmente notificado por el Papa San Juan XXIII de su voluntad de nombrarlo Arzobispo de Caracas. Pero esa decisión pontificia no fue aceptada por el Presidente de entonces, Rómulo Betancourt. Sin embargo, luego de siete meses de trámites, encuentros y diligencias por parte de la Santa Sede y la Nunciatura, por una parte, y del Gobierno y algunos otros políticos por la otra, en julio de 1960 Betancourt aceptó la voluntad del Papa, y Mons. Quintero pudo asumir su oficio como Arzobispo de Caracas el 8 de octubre de 1960. Ahora, en 2005 se daba un conflicto semejante. En nuestro encuentro, el Nuncio Berloco fue muy comprensivo y se manifestó dispuesto a trabajar para resolver el problema.
Mientras tanto, crecía entre el clero y los medios de comunicación el interés por conocer la decisión del Papa sobre la sucesión arzobispal de Caracas. Una nota curiosa: en una reunión de Obispos en Lima a fines del mes de mayo, un alto prelado comentó a varios de los participantes, entre ellos tres obispos venezolanos, el nombre del designado y el estado de la situación con el Gobierno nacional. De manera que ya allí y entonces se divulgó la noticia entre algunos obispos, pero no tuvo mayor difusión.
A todas estas, es bueno tener presente que en mayo de 2005 había sido nombrado un nuevo Embajador del Gobierno venezolano ante la Santa Sede, el Dr. Iván Rincón, antiguo Presidente de Tribunal Supremo de Justicia. No había habido Embajador nuestro ante el Vaticano desde hacía varios años. Esa designación coincidió con el nombramiento del nuevo Nuncio, de manera que había nuevos actores en el proceso. Y el Gobierno quería mejorar las relaciones con la Santa Sede.
En junio recibí una carta muy amable del Cardenal Juan Bautista Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos, en la cual me ratificaba como nuevo Arzobispo de Caracas, me alentaba a esperar con calma, y expresaba su confianza de que el asunto se resolvería positivamente para la Iglesia. Ya en junio comenzaron a aparecer algunos comentarios de prensa sobre el asunto, pero como diversas hipótesis nada más.
4.- NUEVAS PERSPECTIVAS
Los días 11 y 12 de julio fueron muy importantes para este proceso. El Nuncio Berloco, acompañado por Mons. Spiteri, fue recibido por el Presidente Chávez en Miraflores el 11 de julio por la noche para presentar sus credenciales. Chávez estuvo acompañado por el Dr. Alí Rodríguez Araque, Ministro de Relaciones Exteriores. Mons. Berloco me relató que planteó a Chávez la necesidad de la aprobación del nombramiento presentado por el Papa Juan Pablo II y ratificado por el Papa Benedicto, y así se lo solicitó. Chávez mantuvo su negativa, y manifestó cierto disgusto la tercera vez que Mons. Berloco le planteó el asunto.
Esto me lo comunicó el Nuncio Berloco el 12 de julio en horas de la tarde en la Nunciatura, donde me convocó para darme noticias. Todos los Obispos habíamos estado esos días en Caracas, en la Asamblea General de la Conferencia Episcopal que se realiza a principios de Julio de cada año. Pues bien: luego de informarme del fracaso de su gestión el 11 de julio por la noche, procedió de inmediato a darme la buena noticia de un cambio radical de la situación el día 12 de julio por la mañana. Muy temprano lo había llamado por teléfono Mons. Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal, quien le pidió una audiencia urgente esa misma mañana. Reunidos en la Nunciatura, Mons. Moronta contó al Nuncio haber recibido una llamada telefónica del Canciller Rodríguez Araque, pidiéndole una reunión importante.
En el tempranero encuentro del 12 de julio con el Obispo de San Cristóbal, el Canciller Rodríguez en compañía de la Licda. Mari Pili Hernández, entonces Vicecanciller para Europa, le comunicó algo muy relevante. Luego de haberse retirado Mons. Berloco del despacho presidencial el 11 de julio por la noche, y estando a solas con el Presidente Chávez, el Canciller, hombre experimentado en cosas políticas, le indicó la conveniencia de reconsiderar el asunto, para no abrir un frente de batalla contra el Vaticano cuando ya había problemas con los Estados Unidos. Chávez acogió la sugerencia de Rodríguez y le encargó hacer las investigaciones y consultas necesarias para encontrar una solución.
Habiendo, pues, informado a Mons. Moronta ese desarrollo y la nueva actitud y disposición del Presidente Chávez de reconsiderar el veto, el Ministro Rodríguez le solicitó su opinión sobre la decisión del Papa, que Mons. Moronta apoyó decididamente. A continuación, el Canciller le pidió que fuera el interlocutor de la Iglesia con el Gobierno sobre este asunto. Informado por Moronta de la nueva y favorable situación, Mons. Berloco manifestó su beneplácito.
De manera que hubo un cambio radical. De la negativa recibida el 11 por la noche, se pasó el 12 por la mañana a una actitud de reconsideración del veto al prelado ya nombrado para el cargo de Arzobispo de Caracas. Dos actos de un mismo drama. Esa misma tarde Mons. Moronta recibió una llamada del Gobierno indicándole que el día 19 de julio Chávez lo recibiría para hablar sobre el problema planteado.
5.- CULMINACIÓN DEL PROCESO
El día 13 de julio, autorizado por el Señor Nuncio, me reuní en Maracay con Mons. Hernán Sánchez Porras, q.e.p.d., Obispo castrense de Venezuela, para hablar sobre el asunto. Este me refirió que esa misma mañana, en un acto militar en Maracay, el Presidente le había tocado el tema, y le comentó que estaba dispuesto a llegar a una solución, a un consenso con la Santa Sede. Por la tarde llamé por teléfono a Mons. Spiteri y le comuniqué lo que me dijo Mons. Sánchez Porras. Las perspectivas estaban mejorando.
El día 21 de julio, finalmente, luego de varios meses de espera y de citas frustradas, Mons. Moronta fue recibido por Chávez. En ese encuentro, con gran nobleza y espíritu eclesial Mons. Moronta indicó al Presidente la necesidad de aprobar la decisión del Papa. Este le manifestó que estaba en buena disposición para aceptar el nombramiento de Mons. Urosa, y que quería reunirse de nuevo con Mons. Berloco, el Nuncio Apostólico.
En las semanas siguientes continuaron los contactos y la reconsideración del veto por parte del Gobierno. El nuevo Embajador de Venezuela ante la Santa Sede, Dr. Iván Rincón, presentó sus credenciales al Papa Benedicto XVI el jueves 25 de agosto. En el discurso pronunciado en esa importante audiencia, el Santo Padre reivindicó “la libertad de la Iglesia para cumplir su misión, nombrar sus pastores, y dirigir a sus fieles”. Y en una reunión posterior, tanto el Cardenal Sodano, Secretario de Estado, como el Sustituto de la Secretaría de Estado, el hoy Cardenal Leonardo Sandri, indicaron al Embajador venezolano la necesidad de la aceptación del nombramiento presentado.
Por otra parte, en esas semanas hubo en Caracas algunas poco relevantes expresiones de rechazo al posible nombramiento por parte de un grupo de personas que conocieron o sospecharon la posibilidad de aceptación por Chávez del Arzobispo ya nombrado por el Papa. Esta protesta fue débil y anónima, y sólo consistió en algunos volantes contra mí distribuidos en las afueras de varios centros eclesiásticos.
Finalmente, el 12 de septiembre por la mañana, el Presidente recibió de nuevo a Mons. Berloco para manifestarle su aceptación de mi nombramiento como nuevo Arzobispo de Caracas, realizado por el Papa Juan Pablo II en diciembre de 2004, y luego ratificado por Benedicto XVI luego de su elección en abril de 2005. El Nuncio me informó telefónicamente esa misma tarde y, de común acuerdo, convinimos en sugerir la fecha de publicación del nombramiento en L’ Osservatore Romano para el lunes 19 de septiembre. Y así se hizo.
CONCLUSIÓN
Una aclaratoria muy importante: debo hacer constar que mientras no se resolvió el problema, es decir, hasta más allá del lunes 19 de septiembre de 2005, fecha en que fue publicado mi nombramiento, no tuve contacto alguno con Chávez. En efecto, desde el 15 de diciembre de 2004, cuando recibí la carta del Nuncio Dupuy notificándome que el Papa Juan Pablo II me había nombrado Arzobispo de Caracas, hasta el 12 de septiembre de 2005, cuando Chávez finalmente manifestó al Nuncio Berloco que aceptaba dicho nombramiento, no tuve contacto con el Presidente, ni personalmente, ni por teléfono ni por escrito. Esto es necesario decirlo claramente para desmentir la falsa especie difundida muchos años más tarde por el mismo Chávez, de que yo habría ido a Miraflores a implorarle que aceptara mi nombramiento. ¡Falso de toda falsedad!
Sólo cuando ya oficial y públicamente fui nombrado Arzobispo, y en vísperas del acto de mi instalación como tal el 5 de noviembre en la Catedral de Caracas, recibí la invitación de Chávez a un encuentro oficial. Como un gesto de cortesía y para buscar armonía en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, me entrevisté con Chávez por iniciativa suya en la noche del martes 1 de noviembre de 2005. No antes, y mucho menos para suplicar lo que por derecho eclesiástico ya me correspondía.
Sin duda, la negativa del Presidente a aceptar el nombramiento ya formalmente decidido y notificado por Juan Pablo II fue algo muy desagradable. Me consolaba el hecho de que algo parecido también lo había padecido el insigne Cardenal José Humberto Quintero desde fines del año 1959 hasta julio de 1960. Y me alentaba la firmeza de la Santa Sede en sostener la decisión del Papa San Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI. Sentí el apoyo de muchos eclesiásticos importantes, y tuve un nuevo aprendizaje de paciencia y de confianza en Dios.
Todo fue felizmente superado gracias al Señor y a la firme decisión de la Santa Sede de defender nuestra libertad eclesial para realizar y cumplir nuestra misión, para nombrar nuestros pastores, y dirigir a los fieles por el camino de Cristo, que es el camino de la felicidad y de la salvación eterna.
La fuerza de la Iglesia y la autoridad de los Obispos no vienen de los poderes temporales, sino de la Gracia de Dios y de la Sede Apostólica.
Caracas, 19 de septiembre de 2020
Cardenal Jorge Urosa Savino,
Arzobispo Emérito de Caracas
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