Antonio Pérez Esclarín
La covid19 ha puesto de manifiesto muchas de las carencias de nuestra sociedad y, en especial, de la educación. Esta pandemia ha señalado su fragilidad, la brecha de desigualdad que existe entre nuestros alumnos y el escaso poder de innovación que posee nuestro sistema educativo. Ante esta realidad, urge que reflexionemos y nos planteemos en serio cómo educar en estos tiempos tan inciertos e inseguros.
No es fácil responder una pregunta tan seria, pero pienso que en primer lugar, habría que hacer todos los esfuerzos necesarios para garantizar a todos educación que es el medio esencial para el desarrollo personal y social. Esto exige defender la educación pública, de calidad, como derecho fundamental y combatir la mentalidad que quiere hacer de ella una mercancía. Por supuesto, esto exige remunerar apropiadamente a los educadores para que puedan cumplir adecuadamente y sin sobresaltos con su misión.
Junto a esto, debemos abandonar de una vez esa educación que enseña a responder preguntas intrascendentes y ajenas a la realidad e inquietudes de los estudiantes, y trabajar por una educación que nos enseñe a interrogar permanentemente la realidad de cada día para descubrir los mecanismos de opresión y discriminación, y promueva el pensamiento crítico y autocrítico.
Educación que nos enseñe no a repetir información, sino a procesarla y analizarla. Educación para resolver problemas, para saber reconocer y desmitificar las propuestas mágicas de certidumbre que nos llegan de los centros de un poder que no buscan precisamente transformar la realidad, sino mantenerla en su injusticia e inhumanidad. Educación que nos enseñe a desaprender, aprender y reaprender permanentemente; que promueva más que la enseñanza el aprendizaje continuo.
Educación que se integre y articule cada vez con mayor firmeza con las familias y las comunidades. Educación que reflexione sobre el uso poco adecuado y la excesiva mitificación de las tecnologías, que tiene el peligro de propiciar y fomentar una educación bancaria, transmisiva y no una educación que promueve el pensamiento crítico, el aprendizaje y coaprendizaje permanentes, el diálogo de saberes.
Hoy, por lo general, las tecnologías se están utilizando de un modo transmisivo, como los antiguos pizarrones o libros de texto. Es urgente que nos capacitemos para utilizar las tecnologías para la autonomía en el aprendizaje. Por ello, la necesaria dotación de tecnologías y el esfuerzo por acabar con la brecha digital deben ir acompañados de formación pedagógica para garantizar su uso apropiado.
Pero más allá de todo esto, la educación debe retomar con fuerza su esencia humanizadora y orientarse a la formación de los valores humanos esenciales que nos permitan realizarnos como auténticas personas, convivir con los otros diferentes, y defender la vida humana, animal y vegetal donde quiera que esté siendo amenazada, maltratada y destruida. Educación que considere la diversidad como riqueza, fortalezca la cultura democrática, y combata los comportamientos racistas, discriminatorios y excluyentes.
Educación que enseñe a conectar corazón, cuerpo y cerebro, que también cultive nuestro mundo interior, mediante el desarrollo de la inteligencia emocional y espiritual. Educación que nos enseñe a vivir plenamente, a convivir con los otros diferentes y con la naturaleza, y nos enseñe también a vivir para los otros, a gastarla vida en el servicio eficaz y amoroso a los demás.
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