La celebración del Día del Amor me brinda una excelente oportunidad para insistir en la necesidad de aprender a amar. Incluso considero que este debería ser el objetivo esencial de toda educación, pues el amor es lo que verdaderamente justifica la existencia. Es la savia de la vida, la clave de nuestra vida personal y social, el secreto último de nuestra felicidad. En palabras de V. Frankl “El sentido de la vida es el amor y sin amor la vida no tiene sentido”.
Pero el amor no se improvisa, ni se construye de cualquier manera. El amor se aprende y se contagia. Muy pocos piensan que el amor es algo que hay que ir aprendiendo a lo largo de la vida. La mayoría da por supuesto que el ser humano sabe amar espontáneamente. Por ello, a cualquier relación superficial y pasajera lo llaman amor pues suelen confundirlo con el gustar, con la atracción, con el deseo de posesión.
Amar a una persona significa preocuparse y ocuparse por su bienestar, por su realización, por su felicidad. Quien ama quiere lo mejor para la persona que ama. ¿Cómo puede decirte alguien “te amo” y después maltratarte, engañarte, abusar de ti, humillarte y faltarte al respeto?”. El amor no genera dependencia sino que da alas a la libertad. Abraza pero no retiene. No manipula, no se aprovecha, sino que está pendiente de buscar el bien de la otra persona, aunque ello suponga esfuerzos y acarree sufrimientos. Por eso alienta y colabora para que viva mejor y sobre todo sea mejor, es decir, sepa amar, camino para alcanzar la plenitud y la felicidad.
El amor es un acto de la voluntad. Implica decisión, elección, mucho coraje y capacidad de entrega y sacrificio para mantenerse firme en esa decisión. Es un ejercicio supremo de la libertad. Un amor sin voluntad es un amor inmaduro, frívolo, superficial, trivial, un mero sentimiento que va y viene según soplen los vientos. Es el seudo amor de la vida light, sin hondura, sin exigencia, sin compromiso, que va mariposeando de cuerpo en cuerpo sin adentrarse en el alma de las personas.
Quien ama de verdad no sólo ayuda a ser mejor al otro, sino que se esfuerza cada día por ser más bueno para así poder ser un mejor regalo para la persona que ama. Más que regalar cosas, se regala él o ella, regala lo mejor de sí mismo: su tiempo, su atención, su sonrisa, su escucha, su vida. Lo mejor que pueden hacer los novios por sus novias, los esposos por sus esposas, los padres por sus hijos, los amigos por sus amigos, los profesores por sus alumnos, los ciudadanos por su país, es esforzarse por ser cada día mejores.
El amor funciona si lo hacemos funcionar. Hay que cultivar el amor, como se cultiva una planta: abonarlo, regarlo, apartar todo lo que pueda dañarlo, prevenir plagas, tormentas y sequías, analizarse permanentemente para descubrir qué actitudes o conductas dañan, empobrecen al amor y qué otras lo robustecen. Como todo lo que está vivo, o crece o muere. El amor vence a la muerte, pero la rutina y el descuido vencen al amor. De ahí la necesidad de alimentarlo todos los días con pequeños detalles, con gestos, con sonrisas, con atenciones, con palabras… Si está vivo, crece, pero si no se lo alimenta, languidece y muere. Y no olvidemos que hogar tienen las mismas raíces que hoguera. El fuego es ardiente y vigoroso, pero si no se lo alimenta, languidece y muere. Por eso, el matrimonio debe ser fuego y juego, detalle y pasión entre los esposos, y luz y calor para los hijos…
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