El arzobispo emérito de Caracas reflexiona en la Cuaresma 2021, y dice que la esclavitud del secularismo antepone lo material y lo carnal a lo espiritual, “¡y sobre todo a Dios mismo!”.
“Seamos realistas: los seres humanos, sin Dios, nos destruimos a nosotros mismos. El modelo del ser humano es Dios. Y por eso Él es la única fuente de la verdadera felicidad”, dice el Cardenal Jorge Urosa Savino en su más reciente artículo titulado: “Cuaresma, conversión y primacía de Dios”.
La reflexión escrita del arzobispo emérito de Caracas que, con motivo de la Cuaresma 2021, envió a los medios de comunicación el domingo 21 de febrero, es sin dudas, un aporte invalorable para este tiempo litúrgico en el que la iglesia católica desde siempre ha invitado a practicar con mayor intensidad la oración, la penitencia y la caridad.
Una práctica que, según la reflexión del Purpurado, debe realizarse en medio de una sociedad “volcada hacia lo material, hacia lo exterior, cegada por el oro, esclavizada por el yugo e idolatría de lo sexual, atraída por el espejismo del poder, encandilada por la auto-adoración del hombre, (…) la soberbia de la supuesta, efímera y engañosa grandeza de lo humano-sin-Dios, y de un supuesto Nuevo Orden Mundial sin Dios”.
Es decir, “la esclavitud del secularismo, que antepone lo material y lo carnal a lo espiritual, ¡y sobre todo a Dios mismo!”, según expresa el cardenal Urosa.
De allí que, tomando a Jesucristo como modelo de vida, repasa una de sus más conocidas expresiones: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; y: “al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo darás culto”.
En consecuencia, explica que la conversión, “implica el rechazo del pecado y que debe llevarnos a creer y crecer en el amor de Dios, debe estar fundamentada en algo muy importante y necesario: la fe en la superioridad, grandeza, bondad, belleza y amor de Dios”. A continuación, el artículo del Cardenal Jorge Urosa Savino:
Cuaresma, conversión y primacía de Dios
“En esta Cuaresma, tiempo de gracia, conversión y salvación, quiero proponerles unas reflexiones sobre la fe en la grandeza, bondad y absoluta primacía de Dios, a quien necesariamente hemos de aceptar en nuestras vidas para alcanzar la deseada conversión religiosa cristiana. Y la felicidad…
Al inicio de su vida pública, Jesús se retiró al desierto, y allí, al rechazar las tentaciones del diablo, nos enseñó que Dios debe ser lo primero para toda persona humana. Nos dice el Señor: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”; y: “al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo darás culto” (Cfr. Mt 4, 1-11)
Recordemos la invitación que hizo Jesús al pueblo judío en su predicación inicial: “El Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en el Evangelio”. Pues bien, la conversión, que implica el rechazo del pecado y que debe llevarnos a creer y crecer en el amor de Dios, debe estar fundamentada en algo muy importante y necesario: la fe en la superioridad, grandeza, bondad, belleza y amor de Dios, Nuestro Señor, fuente de la verdadera felicidad.
Por eso es necesario que en nuestra mente y en nuestro corazón, en nuestra visión del mundo, renovemos la fe en el inmenso amor de Dios, en Dios infinitamente amoroso, que no es solamente el ser supremo, sino el bondadoso padre de las misericordias, el Padre que nos envía a su Hijo para que todos los que creamos en El, no perezcamos sino que tengamos la vida eterna (Cfr. Jn 3,16).
Esto es muy importante para que, convencidos de la grandeza y amor de Dios, dejemos a un lado lo que nos impide estar en unión con Él, es decir el pecado mortal, el mal moral, la indiferencia religiosa, la superficialidad en la vida cristiana, la debilidad de nuestra vida espiritual, la fragilidad de nuestra vida interior.
Porque además de rechazar el pecado mortal, hemos de dejarnos llenar por el Espíritu Santo, dejarnos colmar de la gracia de Dios, abrirnos a sus inspiraciones, seguir sus destellos luminosos, para vivir cada día más intensa y fervorosamente la unión con Dios.
Esto es muy difícil en nuestra sociedad actual, volcada hacia lo material, hacia lo exterior, cegada por el oro, esclavizada por el yugo e idolatría de lo sexual, atraída por el espejismo del poder, encandilada por la auto-adoración del hombre, por la idolatría, la soberbia de la supuesta, efímera y engañosa grandeza de lo humano-sin-Dios, y de un supuesto Nuevo Orden Mundial sin Dios. Es la esclavitud del secularismo, que antepone lo material y lo carnal a lo espiritual, ¡y sobre todo a Dios mismo!
Pues bien: como cristianos reafirmemos nuestra fe y nuestro amor a Dios. Vivamos con alegría nuestra verdadera condición humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y llamada a vivir la vida divina misma, unidos a Cristo por el bautismo ahora aquí en la tierra y más allá de esta vida terrenal, para disfrutar para siempre de la felicidad sin término…
Para ello intensifiquemos en esta Cuaresma, como ha propuesto siempre la Iglesia la oración, la penitencia y la caridad: nuestra oración, la lectura bíblica, la práctica religiosa; la práctica de la penitencia, del sacrificio voluntario de dejar algo que nos guste, en unión con Cristo que se sacrificó por nosotros. Y aumentemos nuestra práctica de la caridad fraterna, del perdón y de la limosna, de la solidaridad con los vecinos y necesitados. Esto más necesario ahora, en tiempos de plaga, de pandemia, de tanta gente sufriendo.
Conclusión
Seamos realistas: los seres humanos, sin Dios, nos destruimos a nosotros mismos. El modelo del ser humano es Dios. Y por eso Él es la única fuente de la verdadera felicidad. Nuestro Padre celestial nos envió a Jesús para llevarnos a vivir su vida misma: “El que me siga no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12), “El que crea en mí tiene la vida eterna” (Jn 6,47). Démosle a Dios el primer lugar en nuestras vidas, en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestra actividad pública. La conversión, la fe viva en la grandeza y primacía de Dios nos lleva a la verdadera y eterna felicidad. Invoquemos para lograrla, la maternal intercesión de nuestra madre celestial, la Virgen de Coromoto”.
Cardenal Jorge Urosa Savino
Arzobispo Emérito de Caracas
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