Por: Antonio Pérez Esclarín
Es evidente que después de las guerras de independencia y federal, estamos viviendo los días más negros de toda nuestra historia. Veinte años de desgobierno, corrupción, incompetencia y la terquedad para no reconocer los problemas y cambiar de rumbo, han terminado por destruir el país con las mayores potencialidades de Latinoamérica, y lo han convertido en el más miserable. De un país de acogida donde millones encontraron aquí un lugar para huir de la miseria y las guerras, nos hemos convertido en un país de adioses, donde millones huyen porque aquí les resulta imposible sobrevivir.
Pero ¡ya está bien de soportar tanto sufrimiento! Amar a Venezuela significa trabajar por salir del caos con tesón y esperanza. Por ello, frente al “no hay nada que hacer” de los rendidos, debemos levantar el “todo está por hacer” de los valientes que no se resignan y siguen trabajando. Frente al “estamos en Venezuela” que se repite con un dejo de ironía y de tristeza para justificar el desastre, debemos levantar “Otra Venezuela es posible y estamos dispuestos a lograrla”. Frente al “Tenemos Patria”, debemos levantar “La Patria agoniza y nos convoca”. Tener Patria no significa tener el carnet de la Patria que se ha convertido en un instrumento antipatriótico de dominación y de exclusión, sino significa tener comida, salud, seguridad, trabajo digno y bien remunerado; tener libertad y tener futuro; tener un ejército al servicio del país y de la constitución que no tolera intromisiones de otros; tener poderes autónomos e independientes; lograr que las elecciones, libres y transparentes, sean el mecanismo democrático para el cambio de gobierno.
Cuando converso con algún madurista y le planteo que me diga una sola cosa que funciona bien, evade el tema y empieza a culpar de todos los males al imperio y las sanciones; o, cegado por la ideología que le impide objetividad, repite que antes el pueblo vivía peor.
Pero no podemos resignarnos ni rendirnos. Ni vivir de espaldas a tanto sufrimiento que debemos poner en los cimientos de toda propuesta política. Todo proyecto que no parta de asumir como propio ese sufrimiento y tratar de evitarlo no va a llegar a nada. Da impresión que los que gobiernan o los dirigentes que proponen un cambio no sufren. Por eso no les importa que pase el tiempo y siga la situación inhumana que refuerzan con sus divisiones, prepotencia y egoísmos. Es la hora de hacer realidad lo del bravo pueblo del himno. Para ganar la batalla de la libertad, debemos estar convencidos de que podemos ganarla y trabajar con tesón por lograrla. Son tiempos para la organización y la acción. Son tiempos para dejar de un lado tentaciones de golpes o invasiones, y volver a las elecciones como medio esencial de recuperar democráticamente al país.
Si bien es iluso esperar objetividad e imparcialidad de un gobierno autoritario y ventajista, no nos queda otra salida que la electoral y dar la batalla con las mejores condiciones posibles, pero con una observación nacional e internacional objetivas. Si lo logramos y movilizamos a las mayorías para que voten, será imposible irrespetar los resultados. Los miembros del CNE, en especial Pedro Calzadilla, tienen la oportunidad de pasar a la historia como personas honorables, o como gente que violaron la Constitución y colaboraron en alargar el sufrimiento de las mayorías.
¡Seguir por el camino de la abstención y gastarse en lamentos o pugnas estériles sobre la falta de objetividad solo beneficia al gobierno!. ¿Es que acaso no vamos a aprender nunca?
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