El arzobispo Rino Fisichella, presidente del dicasterio vaticano que organiza el próximo Año Santo en 2025, comenta la carta que le envió el Papa el 11 de febrero. «Francisco nos invita a mirar al futuro tras meses de fragilidad y miedo. Será un Jubileo encarnado en el presente, un tiempo para reconstruir las relaciones y volver a estar juntos».
El Jubileo de 2025 podrá favorecer «la reconstrucción de un clima de esperanza y confianza, como signo de un renacimiento que todos sentimos como urgente». Con estas palabras, en la carta publicada del 11 de febrero, dirigida al arzobispo Rino Fisichella, el Papa Francisco explicaba el lema “Peregrinos de la esperanza” elegido para el inminente Año Santo ordinario, anunciado mientras la cuarta ola de la pandemia aún sigue su curso en todo el mundo. En la carta, el Pontífice se dirige directamente al presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, dicasterio encargado de la organización del Jubileo, encomendándole «la responsabilidad de encontrar las formas adecuadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad activa». El Papa subrayó que, como es habitual, la Bula de Convocación emitida en su momento, contendrá las indicaciones para celebrar el Jubileo de 2025, pero ya señala algunos de los contenidos del próximo Año Santo que -recordó- es para el pueblo de Dios «un don especial de gracia». El arzobispo Rino Fisichella comentó la carta pontificia en los micrófonos de Radio Vaticano/Vaticannews:
El Papa describe el próximo Año Santo como «un momento de renacimiento». ¿Será un Jubileo encarnado en tiempos post-pandémicos?
No podemos olvidar que éste, a diferencia del Jubileo de 2016, es un Jubileo ordinario y, en la historia de la Iglesia, los Años Santos ordinarios se han encarnado a menudo en acontecimientos históricos contemporáneos. Pensemos en los años 50, cuando Pío XII quiso reconstruir un clima de confianza tras la II Guerra Mundial, o en el Jubileo de 1975, que Pablo VI asumió como un momento de profunda unidad en la Iglesia tras las tensiones postconciliares. Pensemos entonces en la del año 2000, que representó la entrada de la Iglesia en el Tercer Milenio de su historia. Hoy, con esta Carta, el Papa Francisco nos dice explícitamente que hemos vivido -y seguimos viviendo- meses de fragilidad y miedo, en los que hemos tocado con nuestras propias manos la incertidumbre y desgraciadamente también la muerte, por lo que debemos mirar al futuro y ver cómo construir los próximos años.
Francisco lo llama «don de gracia», pero ¿qué significa un año jubilar para el pueblo de Dios?
Creo que tenemos que volver a centrarnos en la propia naturaleza del Jubileo. Este plazo, que se cumple cada veinticinco años, recuerda el establecido en las Sagradas Escrituras en el libro del Levítico. Es un tiempo de conversión, de descanso, un tiempo para entrar en una relación más íntima con Dios, con uno mismo y con la creación. Esto ha sido siempre el Año Santo. De hecho, en las indicaciones dadas en el Levítico -uno de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento- encontramos explícitamente escrito que los hombres, la tierra, los animales tendrán que descansar, la propiedad volverá a sus dueños originales. El Jubileo es un acto de justicia y es un poco como cuando el agricultor zapa la tierra para volver a sembrar. En eso consiste el Jubileo: en una renovación de nuestras vidas para poder sembrar algo que nos devuelva la confianza y nos permita reconstruir las relaciones interpersonales.
Francisco espera que el próximo Año Jubilar se celebre como una ocasión para «contemplar la belleza de la creación y cuidar nuestra casa común». ¿Esto caracterizará también este Año Santo?
Creo que sí, son temas muy queridos por el Papa Francisco e ilustrados en sus encíclicas, Laudato si’ y luego Fratelli tutti. En este sentido, la dimensión de la peregrinación es la que destaca. El Jubileo, en efecto, debe ser preparado y vivido a la luz de la peregrinación, es decir, del «caminar a pie». Se trata, una vez más, de subrayar el contacto del hombre con la naturaleza, con lo que le rodea. La historia de las peregrinaciones nos enseña que siempre han sido momentos de gran fuerza espiritual, porque en una peregrinación el hombre se adentra en su interior. Son momentos de silencio, de oración, pero también de cansancio en los que se busca la ayuda de otros peregrinos, pero en los que se contempla la belleza de la naturaleza. Así que la dimensión de la peregrinación favorece de alguna manera la contemplación. Y a través del camino llegamos a la Puerta Santa, para cruzar su umbral y encarnar así, por medio de este signo, el significado profundo de lo que representa el Jubileo.
El Jubileo 2025 será una oportunidad para acoger en Roma, tras la pandemia, a muchos peregrinos de todo el mundo. Entonces, desde el punto de vista logístico, ¿puede ser una oportunidad para relanzar la Urbe?
Ciertamente, pero no sólo para la capital. De hecho, los peregrinos vendrán principalmente a Roma, pero luego desde Roma -como es bien sabido- también irán a otras grandes ciudades italianas que son destinos culturales y artísticos, destinos de experiencias religiosas. Así pues, si Roma es la primera en prepararse para la recepción, con el Jubileo, de alguna manera, pondrá en marcha a todo el mundo. No olvidemos que estos años de pandemia han tenido un grave impacto en los viajes, en los desplazamientos por tierra, aire y mar. No sólo en el ámbito del turismo, sino también en el de los viajes de estudio y trabajo, todo se ha paralizado. Por eso, este Jubileo para Roma, para Italia y para el mundo, constituye un auténtico despertar. Es una oportunidad para volver a la vida de siempre, a la vida de todos los días, pero también para redescubrir los ritmos del compartir entre personas. Por supuesto, es obvio que Roma debe ser la primera en estar preparada para acoger a la gente.
Con información de Vatican News
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