Haz de Evangelizador

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Padre Andrés Bravo

Pbro. José Andrés Bravo

A propósito del Domingo de las Misiones: 23 de octubre de 2022. Jornada Mundial por las Misiones (DOMUND). San Pablo es para la Iglesia uno de los más grandes modelos de evangelizadores (cf. 1Cor 9,16, 19.22-23), porque su predicación está autorizada por saberse elegido del Señor, por su conversión y su testimonio de vida, caracterizado por compartir solidariamente la existencia con aquellos a quienes evangeliza: “Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a todos para salvarlos. Y todo lo hago por la Buena Noticia (Evangelio), para participar de ella” (1Cor 9, 22-23). Con esta autoridad se hace Maestro y Apóstol, que le da el derecho a exigirnos: “Delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te ruego por su manifestación como rey: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía… Haz de evangelizador” (2Tim 4,1-2.5). Para la Iglesia, como para San Pablo, evangelizar es una orden del Señor, no es una iniciativa personal. Hace crecer a las comunidades, no al individuo solitario.

Es, pues, San Pablo quien me brinda la oportunidad para reflexionar sobre la evangelización, la misión que identifica a la Iglesia, por tanto, a cada uno de los seguidores de Jesús. Sin embargo, es Jesús el Evangelizador por antonomasia, el originario modelo de evangelizador. Como lo enseña el Papa Pablo VI, “Jesús mismo, Evangelio de Dios (cf. Mc 1,1; Rom 1,1-3), ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (Evangelii nuntiandi 7). Todos nosotros somos evangelizadores en, por y como Jesús. Él es el Mensaje, la Buena Noticia, y su Mensaje es el nuestro: el Reino de Dios. Por tanto, “debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).

La evangelización engloba todo el misterio de la Iglesia, ella existe para evangelizar y todo lo que es y hace es para cumplir este mandato misionero. La misma organización institucional de la Iglesia tiene sentido porque expresa la presencia de Cristo y su obra de salvación. Pienso que el Concilio Plenario de Venezuela lo ha expresado maravillosamente en sus diferentes documentos, en clave de comunión, como lo hace el Concilio Vaticano II algunos años antes. De hecho, si la Iglesia es, por vocación, evangelizadora, toda la organización existe para esta misión. Puebla identifica a cada organismo eclesial como agente comunitario de evangelización. Por su parte, nuestro Concilio Plenario habla de “instancias de comunión del pueblo de Dios para la misión”. Por eso, se plantea el desafío de “renovar las actuales instancias y organismos para que puedan ser expresiones más eficaces de comunión en la misión, ante la necesidad de profundizar en la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios en la acción evangelizadora” (Documento 11, numeral 150). De igual modo la catequesis, la liturgia y todas las acciones pastorales. Su enseñanza más clara es que todos en la Iglesia debemos ser anunciadores proféticos del Evangelio de Jesús, testimonio de comunión y constructores de una nueva sociedad y, diría yo, de una humanidad fraterna.

Se evangeliza en la proclamación de la Palabra. No como una simple alocución, debemos hacer como Jesús con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), acercarnos a las personas, acompañarlas, hacernos sus compañeros de camino, hablarle al corazón sobre cómo Dios durante la historia nos ha amado, hasta que les arda de pasión por la Palabra, compartir la comida eucarística y hacer presente al Señor resucitado en el ágape de la vida. Así, los evangelizados salen de sus miedos y se convierten en evangelizadores: ¡Jesús ha resucitado y es el Cristo salvador! Para esto, debemos dar primacía a la Palabra anunciada, fundamentando nuestra acción con la Eucaristía para que se traduzca en la caridad y comunión, frutos de la misión. La misma existencia entregada en la caridad irradia y testimonia la Palabra, es decir, es evangelizadora. Como enseña el Papa Juan Pablo II en la Christifideles Laici (CL-30/12/1988): “La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera… La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (CL 32).

Dos puntos más conviene destacar en esta reflexión. Me refiero a la enseñanza del Papa Pablo VI en la Evangelii nuntiandi sobre la evangelización de la cultura, porque “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vista a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada” (21). Este punto ha sido ampliamente tratado por los papas sucesores y por los diferentes documentos eclesiales latinoamericanos.

Otro punto, tratado también por el Papa Pablo VI en su referida exhortación, es la relación entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) con vínculos muy fuertes. El Santo Papa nos cuestiona “¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (31). Es un tema importante para la Iglesia Latinoamericana expuesta en sus Documentos de las Conferencias que se han realizado hasta ahora. En la misma línea, el Papa Francisco nos ofrece una valiosa enseñanza sobre la dimensión social de la evangelización. Insiste nuestro actual Papa siguiendo a sus predecesores: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (Evangelii Gaudium 187).

Hoy, el Papa Francisco nos ha invitado a asumir la “Alegría del Evangelio” que nos exige una renovación eclesial y social: renovar para convertir a la Iglesia en salida misionera, buscando a todos, especialmente a los alejados y excluidos. Salir a encontrarlos, no esperarlos a que vengan. Es claro cuando nos expresa su más grande aspiración: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii Gaudium 27). Evangelizar implica también caminar juntos, para construir una Iglesia sinodal en comunión y participación, precisamente para la misión evangelizadora. Es necesario provocar, desde la proclama y testimonio del Evangelio de Jesús, en encuentro con Dios Padre de todos. Un encuentro sincero y profundo, místico y humano, personal y comunitario, para que nuestra evangelización sirva a la construcción de una humanidad fraterna. Debemos hacer presente a Jesús, el Dios bondadoso y misericordioso que anda por nuestra historia para perdonar, sanar, bendecir y llamar a que lo sigamos. El Dios de una justicia fundada en el amor que se vive desde la entrega hasta el sacrificio de la cruz. El que nos compromete a construir la paz, como fruto del amor y la justicia. La evangelización crea un mundo más humano, donde reina Dios. Sembrar en los corazones los valores evangélicos para que en ellos habita el Señor, es la manera de que también aceptemos a los hermanos más pobres.

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