Padre José Andrés Bravo H.
De tanto defendernos se nos olvida vivir lo esencial de la vida cristiana. De tanto pelear con el demonio, no nos da tiempo a experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas, de sentir su bondad y su misericordia. Nos alejamos de practicar la caridad con los pobres y necesitados porque preferimos ocuparnos en las normas y las prácticas privadas de los actos de piedad.
Estamos tan ocupados en los rituales, que ocultamos el Misterio que ellos revelan. Seguir a Jesucristo y comprometernos a vivir su Evangelio es el centro de nuestra fe cristiana: el amor fraterno. Cristianismo viene de Cristo. Sin Él las prácticas religiosas quedan vacías de sentido.
Uno de los textos más hermosos y significativos de la Sagrada Escritura es el conocido como el Himno de la Caridad (1Cor 13): “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo estruendoso. Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”.
Pues, dice Jesús que nuestra identidad de cristiano es el amarnos como hermanos: “Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12).
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