Alfredo Gómez Bolívar: “Nuestro futuro santo José Gregorio Hernández Cisneros”

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Alfredo Gómez Bolívar

Es muy conocido que los Santos en su vida hayan experimentado situaciones y experiencias personales semejantes, a las de Nuestro Señor Jesucristo. Tal es el caso de nuestro Beato el Doctor José Gregorio Hernández, en este artículo tomaremos eventos, de la vida de nuestro Beato y lo compararemos con tres hechos similares expuestos en vida de Nuestro Señor Jesucristo, narrados en la Santa Biblia.

Nadie es profeta en su tierra/Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 4,14-30)

Entonces Jesús, lleno del poder del Espíritu, volvió a Galilea. Y su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas y era aclamado por todos. Vino a Nazaré, donde se había criado. Entró en la sinagoga el sábado, como era su costumbre, y se puso de pie para leer. Se le dio el libro del profeta Isaías. Desenrollando el libro, eligió el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ungió; y me envió a predicar la Buena Nueva a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar la redención a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos, para poner en libertad a los cautivos, para publicar el año del favor del Señor.

Y enrollando el libro, se lo dio al ministro y se sentó; todos los que estaban en la sinagoga tenían los ojos puestos en él. Él comenzó a decirles: “Hoy se cumple este oráculo que acaban de escuchar”. Todos dieron testimonio de él y se maravillaron de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, diciendo: “¿No es este el hijo de José?” Entonces les dijo: “Sin duda me citaréis este proverbio: Médico, sánate a ti mismo; todas las maravillas que hiciste en Cafarnaúm, como hemos oído, hazlas también aquí en tu tierra”. Y añadió: “De cierto os digo que ningún profeta es acepto en su patria. De cierto os digo, que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y medio y hubo gran hambre en toda la tierra;…” Ante estas palabras, todos en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y lo echaron fuera de la ciudad; y lo llevaron a la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, y desde allí querían derribarlo. Pero pasó entre ellos y se retiró” (1)

Algo semejante le ocurrió a Nuestro Beato en su pueblo natal y también en Caracas, cuando ejercía como profesor en la U.C.V.

El Primero a que nos referimos lo cuenta él mismo, en una carta a su amigo Santos Aníbal Dominici la cual dice así:

“José Gregorio tildado de Godo” Nadie es profeta en su tierra Isnotú, febrero 18 de 1889

Sr. Santos A. Dominici. Caracas.

Muy querido amigo: Recibí tu carta 18ª, y con ella van dos cartas que me hacen una alegría grande; la anterior me participaba la muestra de cariño y respeto que los estudiantes le die­ron al doctor, y ésta de ahora me trae la noticia de la buena impresión que has dejado en el ánimo de tus tíos; ya te tengo dicha mi opinión, que hoy se ha arraigado muchísimo más puesto que tu carácter los ha dejado agradados; y no creas que es cosa común el sentimiento que has producido en ellos: no, al contrario.

No sabía que habían pasado el proyecto del hospital a otro terreno que al de Palo Grande; seguramente esta noticia me la das en alguna de las dos cartas que se perdieron; tampoco sé hacia qué lugar queda el cementerio de que me hablas; más comprendo que era mucho mejor el terreno de antes, y además había tranvía para que los médicos, estudiantes, enfermos, etc., pudieran ir sin mayor dificultad; además de que, indudablemente, habrá de estar más cerca de la ciudad. Respecto de lo que me dices que no te parece que se haya cedido a influencias, no me extrañaría que así fuera, porque toda la vida no he visto otra cosa.

Me extrañaría que fuera Rísquez el de la idea de las penas correccionales. ¡Santo Dios! Penas correccionales, como quien dice, caminar hacia atrás. Ahora particularmente que, estando la Universidad tan bien servida, de seguro que los estudiantes no necesitarán de ningún esfuerzo para que cumplan con su deber; recuerdo que Elías Rodríguez decía que del catedrático dependía que los alumnos fueran a la clase.

Y ahora que hablo de Universidad, recuerdo que, estando en Mérida, fui a visitar la de allá; ciertamente, la impresión que tuve fue tristísima: aquello da histerismo a las personas predispuestas; no me queda duda que están los estudios muy mal, particularmente los de Medicina y los de Matemáticas; parece que lo único que se estudia bien allí es el Derecho.

He estado compadeciendo al pobre Meier durante su hora de calvario en la clase de Química: el catire, aunque parece arrojado, es más bien tímido, tiene una antigua y extremada propensión a volarse; todo depende de que tiene un fondo de modestia que siem­pre lo ha hecho muy simpático a todo el curso.

No es de ahora que se dice eso de traer profesores de Europa, y cuando vino Guzmán tú debes recordar que también se corría lo mismo.

Por fin como que va a suceder lo que tanto habíamos temido, me dijo un amigo que en el Gobierno de aquí se me ha marcado  como godo y que se estaba discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me enviarían preso a Caracas; yo pensaba escribirle a tu papá para que me aconsejara en qué lugar de Oriente podré situarme, porque es indudable que lo que quieren es que yo me vaya de aquí; sin embargo, no le escribo porque, como no tengo seguridad en el correo y a él tendría que escribir en letra ordinaria, (estos párrafos están escritos en letra cursiva alemana. Nota del doctor S. A. D.), correría mucho peligro. Si me echan de aquí, ¿adónde voy? Esta es mi duda. Como tú comprendes, sin que yo haya dado lugar a nada, porque solamente me preocupaban mis libros. Le escribí al doctor González diciéndole que me quiero ir y le dejo entender el motivo; y le hago a él la misma pregunta.

Contéstame lo más pronto que puedas y me dices la opinión de tu papá; aunque, si aquí apura la cosa, yo me iré a Caracas y allá decidiremos el remedio. ¿Qué te parece?

Cariños a todos: tu amigo que te abraza,

El Segundo está a continuación:

“Su Valentía y su Tranquilidad” / Hoy se ha cumplido ésta escritura

Lejos de ser tímido nuestro Beato, con una personalidad pacífica y de artista, nos pudiera hacer sospechar. Sin embargo, siempre en su vida se observó una fuerza de carácter y un dominio de sí mismo, frio y cerebral. Cuando el deber se imponía sobre su voluntad, nada había que lo hiciera desistir de una resolución tomada o de una obligación impuesta.

Al terminar uno de los exámenes de Histología, se acercó uno de los bedeles al Dr. Dominici, entonces Rector de la Universidad, a avisarle que unos estudiantes, suspendidos por el Dr. Hernández por haber tenido más de cuarenta faltas en el año, le esperaban a la puerta de la Universidad, con toda clase de armas y con las más torcidas intenciones. Dominici se acercó a su amigo y le dijo:

Espérame, yo salgo contigo…

No, hombre, no—contestó Hernández sonriendo—

Si me acompañas, aquellos señores van a pensar que les tengo miedo…

Sin embargo, Dominici, conocedor de los estudiantes exacerbados y de unos alumnos reprobados, lo siguió a corta distancia. Al salir Hernández, los cinco estudiantes, más valientes en unión se acercaron a él fanfarroneando, y en forma amenazante profiriendo gritos. Hernández no se inmutó. Quedó mirando serenamente, y repasando con los ojos uno a uno. Después les contestó con una serenidad impasible, y sonriendo dijo:

—“Ustedes pueden hacer lo que quieran… Yo me he limitado a cumplir con mi deber. Únicamente me haré la idea de que me ha atropellado una carreta”

Y se retiró pasando por medio de ellos sin que nadie se atreviera a intentar nada, quedaron mudos, y como paralizados por la sangre fría ante el peligro, de aquel hombre excepcional. Fue una anécdota que se repitió por la Universidad, con los comentarios consiguientes a la valentía y a su tranquilidad en tal situación. (2)

Las narraciones de los actos para sepultar a Nuestro Señor Jesucristo están en los cuatro Evangelios y en cada uno de ellos aparece una persona muy importante que se llama: San José de Arimatea, los pasajes son los siguientes: Mateo 27,57-61/ Marcos 15, 43-47/ Lucas 23,50-56 / Juan 19,38-42.

San Mateo nos dice:

Por la tarde, un hombre rico de Arimatea llamado José, que también era discípulo de Jesús, fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato cedió. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana blanca y lo puso en un sepulcro nuevo, que había excavado en la peña. Luego hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se fue. María Magdalena y la otra María quedaron allí, sentadas frente al sepulcro.

San Marcos nos dice:

Vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.

Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro.

San Lucas nos dice:

Había un hombre llamado José, miembro del consejo, varón recto y justo. No había estado de acuerdo con la decisión de los demás ni con sus acciones. Originario de Arimatea, ciudad de Judea, esperaba el Reino de Dios. Fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde todavía no habían puesto a nadie. Era el día de la preparación y el sábado estaba por comenzar. Las mujeres, que habían venido con Jesús desde Galilea, acompañaban a José. Vieron la tumba y la forma en que el cuerpo de Jesús fue puesto allí.

Regresaron y prepararon especias y bálsamos. En el día de reposo observaban el precepto del descanso.

Y San Juan nos dice:

Después de eso, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero en secreto, por temor a los judíos, le pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. Pilato lo permitió. Así que fue y se llevó el cuerpo de Jesús. Acompañó a Nicodemo (el que antes iba a Jesús por la noche), tomando como cien libras de una mezcla de mirra y áloes.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en telas con los olores, como lo enterraban los judíos. En el lugar donde fue crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto nadie. Allí depositaron a Jesús por la preparación de los judíos y la cercanía del sepulcro. (3)

Y el Tercero a continuación:

El Sr. Roberto González

No se encontraba una urna apropiada para su cadáver, las había grandes y del tipo corriente, pero para él, que era de estatura media, aproximadamente de un metro sesenta centímetros, resultaba demasiado grande. Mientras se solicitaba la urna su cuerpo reposaba en una cama en la segunda habitación de la dicha casa número 57.

Después de muchas requisas se encontró una urna apropiada para él, pero esa urna era de un particular y ya estaba pagada, por lo cual no se podía disponer de ella.

El señor Roberto González, también de estatura media, alto empleado o socio de los Almacenes Liverpool, era el dueño de la urna y, al saber que era requerida para José Gregorio, no tuvo inconveniente de cederla, y lo hizo de muy buena voluntad.

Luego de colocarle en la urna fue trasladado a la sala de la referida casa, donde permaneció en Capilla ardiente hasta las diez horas de la mañana del día 30 de junio, que fué trasladado en hombro de sus discípulos y colegas al Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela. (4)

Y ya para finalizar le comenté a un amigo el artículo que acaban ustedes de leer y me dijo lo siguiente:

Qué bueno Alfredo tienen algo en común con la vida de nuestro Señor… Pero eso es como a nosotros que nos puede pasar… Cuando llevamos una cruz o cualquier otro momento de alegría. Si estamos viviendo una vida interior logramos identificarnos e incluso sacar enseñanzas de lo que Dios nos quiere mostrar. Al Beato es lo que Dios le quería mostrar en ese momento, alguna practica de las virtudes.

Alfredo Gómez Bolívar, 2022

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