El signo del pesebre nos conduce a la Eucaristía

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La Navidad es el tiempo que conmemoramos con alegría el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en Belén en los tiempos del emperador romano Octavio César Augusto.

El Evangelio de San Lucas nos narra que al nacer Cristo la Santísima Virgen: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar en la sala principal de la casa”. (Lc 2,7).

El signo del pesebre como menciona el Papa Francisco en su Carta  Apostólica Admirabile Signum: …”manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida.

Más adelante en el mismo documento refiere que el pesebre:

es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46)

Con estas palabras el Santo Padre señala que en el pesebre encontramos el amor de Dios en la sencillez de un niño quien vino al mundo y compartió nuestra condición humana menos en el pecado (cf. Heb 4,15), para predicar el Evangelio y dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37).

Ese niño quien está en el pesebre envuelto en pañales y un día por amor morirá en la cruz para redimir a la humanidad del pecado y posteriormente fue envuelto en lienzos para ser sepultado (cf. Jn 19,40) resucitó triunfante y glorioso al tercer día venciendo el pecado y la muerte y darnos una nueva vida por la gracia de Dios.

Por lo tanto ese mismo niño desde la humildad y sencillez del pesebre nos invita a seguirlo en el camino del Evangelio, de los valores cristianos y de la práctica de la caridad al pobre y necesitado, y está dispuesto darnos su amor y misericordia si permitimos que Él nazca en nuestros corazones y respondamos a su llamado de conversión.

El Pesebre y la Eucaristía

El signo del pesebre donde está presente el Redentor del mundo quien desde la sencillez y el amor nos invita a seguirlo en todo momento nos conduce también al sacramento en donde está verdaderamente y realmente presente como alimento y fortaleza espiritual para nuestra vida y que Él mismo instituyó el jueves santo en vísperas de su pasión y muerte en la cruz: el sacramento de la Eucaristía.

El Papa emérito Benedicto XVI en su libro “La Infancia de Jesús” nos dice al respecto:

El pesebre es donde los animales encuentran su alimento. Sin embargo, ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana. Es el alimento que da al hombre la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte de este modo en una referencia a la mesa de Dios, a la que el hombre está invitado para recibir el pan de Dios.

Las palabras del Papa emérito nos enseña que hay una relación entre el pesebre y la Eucaristía porque en el pesebre está realmente Nuestro Señor Jesucristo el pan bajado del cielo (cf. Jn 6,41) envuelto en pañales, y en la Eucaristía el mismo Jesucristo está presente realmente y verdaderamente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en las especies del pan y vino.

Además debemos recordar que Belén donde nació Cristo significa “Casa del Pan”, es decir que Jesús el verdadero pan bajado del cielo nació en la ciudad que hace referencia a dicho alimento.

En el pesebre el amor de Dios se manifiesta en la sencillez de ese niño quien se hizo verdaderamente hombre por amor al mundo, y en la Eucaristía el amor de Dios está presente en la sencillez de los signos del pan y vino consagrados por el sacerdote durante la celebración de la santa Misa como alimento espiritual para nuestra vida.

En el pesebre el Niño Jesús envuelto en pañales está presente para acompañarnos y compartir nuestras alegrías y tristezas e invitarnos a que aceptemos su plan salvador. En la Eucaristía el mismo Jesús está presente en el altar para acompañarnos, estar cerca de nosotros y darnos la fortaleza y consuelo que necesitamos en nuestro peregrinar en el mundo terrenal.

En el pesebre está presente el Salvador del mundo quien un día el viernes santo morirá en la cruz como cordero para la redención del mundo, y en el altar durante la Eucaristía se actualiza de manera incruenta ese único sacrificio del Salvador para la redención del mundo.

En el pesebre la Santísima Virgen, San José y los pastores están congregados en torno al Niño Jesús contemplándolo y adorándolo. En la celebración de la Santa Misa la feligresía está congregada en torno al altar para contemplar y adorar a Jesús presente en medio de la asamblea en el pan y vino consagrados durante la liturgia eucarística.

En el pesebre como se mencionó Jesús es el alimento, es decir, el pan bajado del cielo, y en la celebración de la santa Misa recibimos sacramentalmente al mismo Jesús en el momento de la comunión como alimento espiritual.

En el pesebre el Niño Jesús quien en el silencio y humildad nos espera y nos invita a la oración, a la conversión y a seguirlo es el mismo Jesús quien está presente en la hostia consagrada y que después de la celebración de la Eucaristía está en el silencio del sagrario y en las exposiciones invitándonos a la oración y a vivir con convicción el Evangelio cada día.

Antes todo lo señalado sobre el signo del pesebre y el sacramento de la Eucaristía, el Papa Francisco en su misma Carta Apostólica Admirabile Signum también nos enseña al respecto:

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4).

El Niño Jesús en el pesebre nos invita a la Eucaristía

Finalmente el Niño Jesús desde el pesebre nos muestra su gran amor a nosotros invitándonos a nacer en nuestros corazones con una auténtica conversión de nuestra vida a Dios, y por eso nos invita acercarnos al sacramento de la Confesión para recibir el perdón de Dios por nuestras faltas y errores cometidos por medio de la absolución del sacerdote, y al sacramento de la Eucaristía porque es el alimento verdadero que nos mantiene y fortalece espiritualmente en nuestra vida diaria y al mismo tiempo nos ayuda a ser fieles a Él y a la Iglesia.

Que la contemplación de Cristo en el pesebre aceptemos su plan de salvación para ser auténticos cristianos y al mismo tiempo amemos a la sagrada Eucaristía. Porque Jesús en su inmenso amor se quedó en este sacramento por excelencia donde está verdaderamente presente en el pan y vino para estar cerca de nosotros y lo recibamos en la comunión, y nosotros correspondamos a ese amor participando en la Santa Misa los domingos y fiestas de preceptos. También formándonos para conocer sobre este misterio de amor y fe, visitarlo en el sagrario y en las exposiciones para orar y hablar con Él y viviendo el Evangelio en todo momento.

El Guardián Católico

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