Los abrumados equipos de rescate seguían removiendo escombros en Turquía y Siria el miércoles, mientras se desvanecían las esperanzas de hallar sobrevivientes bajo los miles de edificios aplanados por el terremoto más mortífero del mundo en más de un decenio. La cifra de muertes confirmadas se acercaba a 12.000.
El presidente turco Recep Tayyip Erdogan visitó Hatay, la provincia más afectada, donde murieron más de 3.300 personas y barrios enteros desaparecieron. Los habitantes de la zona han criticado la respuesta del gobierno, ya que los rescatistas arribaron con demoras, dicen.
Erdogan, que enfrenta una difícil reelección en mayo, reconoció que hubo “deficiencias” en la respuesta al terremoto de magnitud 7,8 del lunes, pero que el clima invernal dificultó las operaciones. El terremoto destruyó la pista del aeropuerto de Hatay.
“No es posible prepararse para semejante desastre”, dijo Erdogan. “No desatenderemos a ninguno de nuestros ciudadanos”.
Con respecto a las críticas, dijo que “gente deshonrosa” difundía “mentiras y clumnias” sobre la respuesta del gobierno.
Las autoridades turcas dicen que están atacando la desinformación, y un grupo que monitorea el internet dijo que estaba restringido el acceso a Twitter a pesar de que lo usaban los sobrevivientes para alertar a los rescatistas.
Rescatistas llegados desde una veintena de países se unieron a las decenas de miles de efectivos locales mientras el país comenzaba a recibir la ayuda comprometida. Pero la magnitud de la destrucción causada por el devastador sismo de magnitud 7,8 y sus potentes réplicas era tan inmensa y extendida, llegando incluso a zonas aisladas por la guerra en Siria, que muchos seguían esperando a recibir ayuda.
En la ciudad turca de Malatya, los cadáveres yacían unos junto a otros sobre el piso, cubiertos con mantas, mientras los rescatistas esperaban a que los vehículos funerarios los recogiesen, según el exreportero Ozel Pikal, que dijo que vio cómo sacaban ocho cuerpos de las ruinas de un edificio.
Pikal, que participaba en las tareas de rescate, creía que al menos algunas de las víctimas podrían haber muerto congeladas, ya que los termómetros llegaron a alcanzar hasta menos 6 grados centrígrados (21 grados Fahrenheit).
“Hoy no es un día agradable, porque a partir de hoy no queda ninguna esperanza en Malatya”, contó Pikal a The Associated Press por teléfono. “No sale nadie vivo de entre los escombros”.
Según Pikal, un hotel de la ciudad se vino abajo y podría haber más de un centenar de atrapados.
En la zona en la que se encontraba no había rescatistas suficientes y el frío dificultaba la labor de los voluntarios y los equipos del gobierno, agregó. El cierre de carreteras y los daños registrados en la región impedían los desplazamientos.
“Nuestras manos no pueden agarrar nada por el frío”, señaló Pikal. “Se necesitan máquinas de trabajo”.
La escala del sufrimiento era sobrecogedora en una región asolada ya por más de una década de guerra civil en Siria, que ha desplazado a millones dentro del propio país y provocó una ola migratoria a la vecina Turquía. Con miles de edificios derrumbados, no estaba claro cuántas personas podrían seguir atrapadas bajo los escombros.
La agencia de gestión de desastres de Turquía reportó el miércoles que la cifra de decesos registrados en el país había superado las 9.000 personas. Los fallecidos en las zonas del norte de Siria controladas por el gobierno subieron a 1.200, de acuerdo con el Ministerio de Salud de Damasco, y al menos 1.600 más murieron en la región controlada por los rebeldes, según el grupo de emergencias Cascos Blancos.
Esto elevó el total de muertos a más de 12.000 desde el terremoto del lunes y sus múltiples y potentes réplicas. Decenas de miles de personas más resultaron heridas.
En Japón, un terremoto que desencadenó un tsunami en 2011 causó 20.000 muertos. Ni Turquía ni Siria han dado cifras sobre el número de desaparecidos y, durante su audiencia general semanal, el papa Francisco pidió oraciones y muestras de solidaridad tras el “devastador” sismo.
AP
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