Si hay algo que cueste al corazón, es reconocer los propios errores; reconocer la nada y la miseria que, en tantas ocasiones, condiciona nuestros comportamientos. Nos cuesta volver a empezar con esa mezcla de autocomplacencia y victimismo con el que nos disculpamos ante nosotros mismos. pero siempre podemos volver a empezar. Dios, en palabras del papa Francisco, «siempre espera». Siempre suscita nuestra propia vuelta. «La Iglesia –recuerda el Papa– tiene siempre las puertas abiertas. Es la casa de Jesús y Jesús acoge. Pero no solo acoge, va a encontrar a la gente como fue a buscar a este. Y si la gente está herida, ¿ qué hace Jesús? ¿Le regaña por estar herida? No, va y lo carga sobre los hombros».
En el libro El nombre de Dios es misericordia, conversación con Andrea Tornielli, el Papa Francisco explicita la realidad del bien que es la confesión.
Dios quiere bien
«Oigo decir a los confesores: Hablad, escuchad con paciencia y sobre todo decidles a las personas que Dios las quiere bien. Y si el confesor no puede absolver, que explique por qué, pero que dé de todos modos una bendición, aunque sea sin absolución sacramental. El amor de Dios también existe para quien no está en la disposición de recibir el sacramento: también ese hombre o esa mujer, ese joven o esa chica son amados por Dios, son buscados por Dios, están necesitados de bendición»
“Siempre he buscado una fisura, una grieta, para abrir esa puerta y poder dar el perdón”, Papa Francisco
En el corazón de Jesús
«Confesarse con un sacerdote es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús. Es una manera de ser concretos y auténticos: estar frente a la realidad mirando a otra persona y no a uno mismo reflejado en un espejo».
“La vergüenza es una gracia que hay que pedir”,
La objetividad de confesarse
“Es cierto que puedo hablar con el Señor, pedirle enseguida perdón a Él, implorárselo. Y el Señor perdona, enseguida. Pero es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en ese momento es el trámite de la gracia que me llega y me cura.
La grieta de la gracia
«Como confesor, incluso cuando me he encontrado ante una puerta cerrada, siempre he buscado una fisura, una grieta, para abrir esa puerta y poder dar el perdón, la misericordia».
La gracia de la vergüenza
«El que se confiesa está bien que se avergüence del pecado: la vergüenza es una gracia que hay que pedir, es un factor bueno, positivo, porque nos hace humildes».
El arrepentimiento
«El solo hecho de que una persona vaya al confesionario indica que ya hay un inicio de arrepentimiento, aunque no sea consciente. Si no hubiera existido ese movimiento inicial, la persona no hubiera ido. Que esté allí puede evidenciar el deseo de un cambio. La palabra es importante, explicita el gesto».
“Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas”,
Dejarse asombrar
«Hay que pensar en la verdad de la vida frente a Dios, qué siente, qué piensa. Que (el pecador) sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios».
Querer recibir la misericordia
«La misericordia existe, pero si tú no quieres recibirla… Si no te reconoces pecador quiere decir que no la quieres recibir, quiere decir que no sientes la necesidad».
No lamerse las heridas
«Hay muchas personas humildes que confiesan sus recaídas. Lo importante, en la vida de cada hombre y de cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas. El Señor de la misericordia me perdona siempre, de manera que me ofrece la posibilidad de volver a empezar siempre».
El Debate
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