Desde que Rusia inició la guerra en Ucrania hace más de un año, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se han celebrado más de 40 reuniones dedicadas al conflicto.
Con Rusia como uno de los cinco miembros permanentes con ”derecho a veto” (junto con China, Estados Unidos, Francia y Reino Unido), “la parálisis” se ha impuesto en el órgano, limitado a verse como escenario de “choques” y de los “fracasos de la diplomacia”, lo cual justifica la necesidad de revisar es figura discriminatoria del veto. La parálisis e inoperancia del Consejo de Seguridad en el cumplimiento de uno de sus objetivos principales como es la paz, coloca nuevamente en agenda la reforma del organismo cuando uno de sus pilares es parte de un grave conflicto que ha colocado la humanidad a las puertas de un holocausto nuclear, al amenazar el “Zar de la nueva Rusia”, el señor Putin, de hacer uso de su arsenal nuclear, a la vez de colocar armas tácticas con capacidad nuclear limitar en las áreas próximas al conflicto euro-asiático.
El conflicto ha servido para sacar a relucir la diferencias irreconciliables entre los dos grandes poderosos de organismo Estados Unidos–Rusia con el apoyo de China y el silencio cómplice de Brasil, quien aspira a un puesto en el Consejo de Seguridad, si se realiza la tan anhelada reforma pendiente desde hace unas cuantas décadas.
Lo cierto es que el modelo surgido al final de la Segunda Guerra con el objetivo de garantizar la paz, se ha agotado; la nueva geopolítica, los nuevos actores en la escena mundial y el desarrollo de nuevas armas requieren de nuevas estrategias que aseguren por casi un siglo, la paz gestada en la conferencia de San Francisco en 1945.
Uno de los problemas más importantes que afronta hoy en día el sistema multilateral, es el mal funcionamiento del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El órgano que vela por la paz y seguridad internacionales, y que ostenta el monopolio de la autorización del uso de la fuerza como respuesta legítima a los quebrantamientos de la paz y los actos de agresión, es incapaz de cumplir su cometido en las condiciones actuales.
Las dificultades que representa en ocasiones la inoperatividad derivada de la membresía permanente de cinco de sus miembros y la aplicación o la amenaza de uso del derecho de veto son repetidamente señaladas como causas de difícil solución detrás de la inefectividad y la pérdida de legitimidad del Consejo. El cuestionamiento de su representatividad es recurrente, aunque parece existir cierto margen para alcanzar un consenso que ponga fin a tales carencias. La necesidad de aumentar el nivel de representatividad del Consejo es reconocida por la práctica totalidad de miembros de la organización y coincide en el tiempo con reflexiones parejas en el seno de la ONU sobre la calidad de los procesos de selección de miembros en el Consejo de Derechos Humanos, reconocidos violadores de los derechos humanos o del propio secretario general o el presidente de la Asamblea General.
La voluntad de incrementar la representatividad se traduce en propuestas de ampliación de la membresía -como por ejemplo el Plan Annan de 2005 o las propuestas del grupo de países del “Coffee Club” ahora conocidos como “Unidos por el Consenso” que apuestan por nivelar el número de asientos reservados a cada una de las unidades regionales que participan en el Consejo de Seguridad.
Por ahora, mientras la comunidad internacional logra un consenso en las reformas de este “elefante blanco”, uno de los mecanismos interventores en la búsqueda de soluciones prácticas y amigables fue introducido por el embajador de Venezuela Diego Arria, quien abrió un espacio para que las partes afectadas por un conflicto tenga la oportunidad de exponer sus puntos de vista y dar lugar a un entendimiento. Mientras tanto, el señor Putin como reencarnación de los zares amenaza la paz mundial con su arsenal nuclear.
Fe y Alegría Noticias
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