P. Luis Ugalde, sj:
No es nuevo que en la Iglesia haya resistencias al cambio. Aunque ahora tal vez resalte la descarada virulencia de algunos clérigos. Ciertos cambios son signos de esperanza para muchos y obra del demonio para otros. En 1966 con el Concilio Vaticano II recién terminado coincidí estudiando alemán con un monseñor italiano empleado en un dicasterio romano, que claramente estaba en desacuerdo con el Concilio y con quien lo inspiró; me confió que tenía fe en que la Iglesia se recuperaría del lamentable sismo conciliar, pues “Juan XXIII es uno de esos males pasajeros que Dios permite en la Iglesia”.
Jesús de Nazaret prometió su Espíritu para que la comunidad cristiana que camina en la historia pueda discernir qué decir y qué hacer en situaciones novedosas. También advirtió a los discípulos que habrá algunos perseguidores habrá que creerán que con ello dan gloria a Dios. La Iglesia es una realidad de carne y hueso, una sociedad profundamente marcada por los condicionantes de toda sociedad humana en su histórico caminar, un “tesoro en vasos de barro”: unos celebran los cambios y otros los resisten como perversas amenazas.
Tengo la Impresión de que Bergoglio al ser elegido Papa era muy consciente de un importante aspecto de su misión: que quienes miran al Papa y a la Curia Vaticana vislumbren a Jesús de Nazaret. Algo nada fácil después de 2.000 años de historia con una apariencia externa profundamente marcada por estilos, símbolos y ropajes heredados del Imperio romano, de Carlomagno y de los palacios y cortes del Renacimiento italiano. Si a esto se añade la inevitable tendencia de toda agrupación religiosa y congregación la tendencia a sacralizar y hacer inamovibles y esenciales a la fe muchas cosas que en determinada coyuntura histórica fueron comprensibles y hasta convenientes y que luego se volvieron estorbos para la auténtica vivencia cristiana, ciertos cambios son necesarios y movidos por el Espíritu de Jesús.
Por ejemplo, hace siglo y medio el Papa era monarca de los Estados Pontificios que abarcaban gran parte de la actual república italiana. Los fundadores de Italia unificada como nación se sintieron obligados a arrebatar los Territorios Pontificios y recluir al Papa a un espacio simbólico restringido. En 1870 el mundo cristiano vivió este hecho como una acción diabólica, como una tormenta que amenazaba de naufragio a la barca de Pedro y quería hundirla. Desde esa visión los creadores del estado italiano fueron excomulgados como perseguidores de la Iglesia y a los católicos se les prohibió participar en la política italiana. Un siglo después el Vaticano e Italia celebraron amigablemente este hecho que libró a la Iglesia de un lastre mundano y concentró la misión del Papa en su liderazgo espiritual universal como Vicario de Cristo. La creación de los Estados Pontificios que hace mil años pudo ser un medio para ayudar a la independencia de la Iglesia de la subordinación a uno y otro estado, ahora sería claramente una lamentable distracción y trampa. Lo mismo se diga de muchos modos eclesiásticos y papales heredados que persisten en el siglo XXI y cuya liberación nos permitiría ver a una iglesia menos palaciega y más vecina del Carpintero de Nazaret, o del caminante de Judea que acompañado de una docena de ignorantes “pasó haciendo el bien” llevando el amor del Padre a los pobres, enfermos y excluidos y a la Humanidad entera. Jesús denunció a los oyentes que sus padres mataron a los profetas de Israel por denunciar que muchos fieles al Templo despojaban sus prácticas rituales del amor y la justicia al pobre, a la viuda, al huérfano y al extranjero, que eran minusválidos. Jesús fue ejecutado como criminal por denunciar como profeta con hechos y palabras un Amor que elimina exclusiones y fronteras. Luego el Resucitado envió a sus discípulos hasta las fronteras humanas de tiempo y de espacio con el mandato de llevar a este Dios sorprendente, y les prometió su Espíritu para discernir y liberar a la comunidad cristiana permanentemente de la rigidez sacralizadora de costumbres que lleva a la tentación por ejemplo de imponer el latín como lengua de Dios en los cinco continentes…
Para esa permanente renovación y “aggiornamento” histórico convocó el papa Bueno Juan XXIII al Concilio Vaticano II (1962-1965). Medio siglo después el papa Francisco se sintió elegido y llamado para continuar esa misión conciliar: continuidad fiel a Jesús que exige flexibilidad y creatividad permanente. El Espíritu vela por la trascendencia de Jesucristo en la Iglesia e inspira permanentemente para adaptar las estructuras y modos cambiantes de gobierno y gestión a las necesidades de más de mil millones de católicos con centenares de nacionalidades, distintas de lenguas y múltiples culturas, rostros y lenguas.
II Mundo nuevo eco-tecnológico y hombre viejo
Por otra parte, la humanidad parece acelerar su marcha a una globalización economicista, dominada por la revolución tecnológica permanente, que sin duda modela la condición humana y sus condicionantes culturales económicas y sociales, y desarrolla cada vez con más eficacia formas de dominación e instrumentos de guerra capaces de destruir toda la humanidad. La racionalidad tecnológica tiene enormes potencialidades liberadoras si estas se ponen al servicio de un mundo con amplio corazón para abrazar y dar vida a las más variadas personas humanas. Cada vez con más evidencia está a la vista que el piloto automático del economicismo tecnológico tiene verdadero peligro de hacer graves daños a la casa común y empodera a minorías y su capacidad de que se adueñarse del mundo y excluir a mayorías carentes. Pero esta realidad no debe ser vista con resignación y espíritu maniqueo, sino que debemos descubrir el enorme potencial liberador que respete y dé vida a los diversos pueblos. No solo es una posibilidad, sino que en muchos aspectos hay millones y millones cuya vida es más libre y digna que la de sus antepasados sometidos a mil formas de opresión como la ignorancia, la esclavitud, la pobreza y el sometimiento político.
Lo importante, y donde el Papa Francisco centra su misión, es el liderazgo espiritual que invita a la fraternidad universal y construye puentes de amistad y respeto entre los pueblos y las diversas religiones, eliminando barreras que pretenden consagrar y perpetuar por ejemplo el sometimiento y discriminación de la mujer, arrebatándole a la humanidad el formidable potencial de ellas para construir un mundo más humano, según el corazón de Dios.
Creo que el Papa y millones de cristianos están en esa con el Concilio y con Jesucristo que dio su vida para hacernos más claros (revelar) el misterio del Dios–Amor que impulsa la fraternidad de los pueblos.
Es lógico que los señores y potencias de este mundo no acepten la insumisión cristiana y las denuncias de su lógica antihumana, que les irrite la voz libre del Papa y quieran desprestigiarla. Pero nos parece doloroso que católicos de buena fe caigan tan ingenuamente en la propaganda sistemática contra un Papa social, defensor de la casa común y deseoso de una curia romana y un modo eclesial que nos acerque más a Jesús de Nazaret y a los pueblos que desean y necesitan ver el rostro de Dios-amor.
¿Nueva doctrina Social de la Iglesia?
En el poco espacio que me queda quisiera compartir algunas reflexiones y mirar con ustedes el índice de la primera encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia, la Rerum Novarum de 1891 y compararlo con los grandes temas de la nueva revolución que aborda el papa Francisco en las encíclicas Laudato Si (2015) y la Fratelli Tutti (2020).
En 1889 se formó la Segunda Internacional Socialista de partidos socialdemócratas que entonces eran mayoritariamente de corte marxista; más tarde el “socialdemócrata” ruso Lenin desde el poder daría nacimiento al marxismo-leninismo. Este fue criticado por la internacional social-demócrata y esa ruptura dio pie al nacimiento (1919) de la Tercera Internacional marxista–leninista integrada por partidos comunistas sumisos a Moscú sede del mando supremo de esta Internacional.
Dos años después de fundada la Segunda Internacional, el papa León XIII da a conocer (1891) su encíclica Rerum Novarum, “De las Cosas Nuevas”. Ella fue precedida en los países en rápido proceso de industrialización de muchas iniciativas católicas acompañadas de nuevas reflexiones críticas a las dimensiones más inhumanas del “capitalismo salvaje”, sin ninguna regulación ni contrapeso, que condenaba a la miseria y vida inhumana a millones de los trabajadores y sus familias. Del Evangelio y de todas estas reflexiones e iniciativas sociales católicas se nutrió la primera encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Asomémonos a su índice para recordar sus temas centrales. El problema central de esa industrialización es “el problema obrero” y León XIII a grandes rasgos dibuja las situaciones laborales que entonces alimentaban la vida inhumana de miles y miles de trabajadores, “proletarios” abandonados en la indefensión en un sistema liberal extremo que negaba toda regulación legal del salario y de las condiciones de vida del trabajador y su familia. Luego, expone la “solución socialista y la crítica” a ella. Finalmente presenta la “exposición positiva de la doctrina católica”con la defensa de la dignidad humana del trabajador, el derecho a formar asociaciones obreras, el salario, la propiedad privada, el capital y el papel del Estado. Los principios fundamentales que ahí se definen se han mantenido y fortalecido a lo largo de más de un siglo con nuevas encíclicas de diversos papas. Ahora en 2015 el papa Francisco aborda dos grandes realidades mundiales que requieren discernimiento y cambio para salvar la humanidad y frenar sus tendencias destructivas. Es necesario un cambio profundo de mentalidad y de acción, si queremos evitar una dinámica de realidades y estímulos que amenaza con destruir la casa común de la humanidad y deshumanizar la realización humana en el amor.
Miremos los nombres de los tres primeros capítulos de la encíclica Laudato Si (2015): Lo que le está pasando a nuestra casa; el Evangelio de la Creación; y la raíz humana de la crisis ecológica. En los siguientes dos capítulos pasa a abordar La Ecología integral, seguido de Líneas de Acción para terminar con Educación y Espiritualidad Ecológica.
Cinco años después (2020), en la encíclica Fratelli Tutti, Hermanos Todos, el Papa, inspirado por Francisco de Asís, nos lleva al camino evangélico del cuidado de las relaciones humanas de manera integral y universal. La casa común es para la convivencia fraterna y la amistad global entre los pueblos, nos dice el Papa.
Por una parte, es un hecho innegable que cada persona, cada país y la humanidad entera, buscan su propio interés y tienen tendencia a tratar al otro como enemigo y buscar someterlo y usarlo en propio beneficio. Por eso la guerra, la explotación y la esclavitud son constantes en el mundo. Por otro lado, el Papa reconoce que hay “un deseo mundial de hermandad” (n.8) y que el amor activo y constructivo es un formidable motor a lo largo de la historia. Lo que nos lleva a preguntarnos es el hombre para el hombre un lobo (Hobbes), o es por el contrario un hermano, como nos dice Jesús y nos invita a caminar por el camino de “ama al prójimo como a ti mismo” y lograrás la realización humana en el amor pues Dios es amor. El Papa en el primer capítulo señala “Las sombras de un mundo cerrado” con intereses enfrentados y nos dice que “esta pugna de intereses nos enfrenta a todos contra todos.” (n.16). Luego nos invita a caminar en la esperanza compartiendo la compasión que nos enseña Jesús, pues “ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano” (n. 67). Hacernos prójimos sin fronteras. Reconocer y afirmar al otro, también al que es de otra, raza religión, sexo y nacionalidad.
Dice que las reglas económicas del mundo moderno resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral y nos llama a la solidaridad mundial:
Sin duda se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz (n.127).
“Reconocer a cada ser humano como un hermano o hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías” (n. 180). Desde ahí nacen y se desarrollan la caridad política con sus múltiples desarrollos para el bien común nacional e internacional y el diálogo y la amistad social universal.
Esta encíclica no es de normas y de leyes, sino una especie de meditación espiritual que, partiendo del amor humano-divino que nos revela Jesús, tiende a poner todo el talento humano y todos los medios para la plena realización del hombre y de todos los hombres y mujeres.
La humanidad ha avanzado mucho en oportunidades de vida, pero también ha desarrollado medios con enorme capacidad de destruir al otro e incluso la casa común y la humanidad entera. Necesitamos liderazgos de resonancia mundial que construyan e inviten a ese camino. El papa Francisco marcha y en ese camino en solidaridad con personas y países débiles y marginados y tendiendo con líderes de otras religiones e invita a toda la Iglesia a trascender sus muros y dejarse llevar por el Espíritu a entender la vida que se encuentra a sí cuando se dona.-
ACI Prensa
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