Existen momentos en la historia donde el Espíritu Santo se manifiesta de una manera más intensa. Lo sentimos con especial fuerza espiritual, nos mueve y compromete extraordinariamente a aceptar el poder de su amor que transforma a nuestra persona y a la Iglesia.
Con razón el Papa Juan XXIII inaugura el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, diciendo que se estaba viviendo un Nuevo Pentecostés. Es decir, una novedosa acción maravillosa del Espíritu Santo en los Apóstoles y Discípulos del momento, convirtiéndolos en una Comunidad misionera, servidora de la humanidad, para lograr que todos confesemos que Jesús es el Cristo, el Señor que sigue viviendo entre nosotros a través del Misterio de la Iglesia, Sacramento de unificación universal, Pueblo de Dios en marcha que nos reúne a todos para caminar juntos. Siempre nos inspira y nos mueve el Espíritu del Amor Divino.
Hoy estamos celebrando y viviendo un Nuevo Pentecostés que nos exige conversión personal y comunitaria, para renovar la acción pastoral de nuestras comunidades. Como bien lo expresa la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, impulsada por el llamado del Papa Francisco: “Es el inicio de una marcha renovada de una Iglesia, Pueblo de Dios que ha decidido avanzar de modo Sinodal. …El camino a seguir se plantea como un significativo espacio de encuentro y apertura para la transformación de estructuras eclesiales y sociales que permitan renovar el impulso misionero y la cercanía con los más pobres y excluidos, partiendo de las tradiciones y culturas del continente para traducir el único Evangelio de Cristo al estilo latinoamericano y caribeño, en una sinfonía donde cada voz, cada registro, cada tonalidad enriquece la experiencia de ser discípulo-misionero”. Encuentro, apertura, transformación y renovación. FELIZ NUEVO PENTECOSTÉS.
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