Buena nueva, buena nueva pa`mi pueblo, /el que quiera oir que oiga, / el que quiera ver que vea. Con estas estrofas del padre Diego, sacerdote y cantautor peruano, un 25 de diciembre de 1996 un grupo de laicos y laicas, radicados en Maracaibo, al occidente de Venezuela, decidió fundar la comunidad misionera laical Buena Nueva.
Elvy Monzant, uno de sus fundadores, ha explicado a Vida Nueva que “somos un grupos de mujeres y hombres que compartiendo todo lo que somos y tenemos, entregamos la vida con radicalidad evangélica, a la construcción del Reino de Dios”, ejercicio con el que emulan a las primeras comunidades cristianas.
Ser un “buenanueva”
“Ser buena nueva es estar comprometidos con los pobres y los excluidos”, comenta el laico venezolano, quien además señala que tienen como patrono a san Oscar Arnulfo Romero y han seguido su ejemplo de “aprender a leer el Evangelio con los pobres”.
Cada 25 de diciembre hacen una alianza en la que cada hermano y hermana se compromete con un proyecto en particular. Este momento es acompañado de un símbolo: la cruz pascual latinoamericana, una cruz de colores – muy característica de El Salvador – que representa el triunfo de Cristo sobre la muerte. “Amamos y adoramos al Dios de la Vida”, apunta.
Así cada hermano en un ritual de inculturación celebran la palabra, comparten experiencias, juntos proclaman el Reino y al final como signo de compromiso “llenan de tierra sus manos” en vez de lavarlas. “Es una forma de insertarse entre los más pobres, de darle valor al terruño y a la gente a la que servimos”.
Cada proyecto que asumen los hermanos y hermanas está vinculado a un “ideal de vida” o documento de convivencia. Así están los misioneros consagrados, que son quienes optaron por vivir en comunidad; están los hermanos de “alianza”, que siguen sus proyectos de vida y viven en sus casas, pero desarrollan trabajo misionero.
Cuentan con diversos servicios: animador general, ecónomo, responsables de espiritualidad, formación y fraternidad. Aún cuando no cuentan en su estructura con obispos, sacerdotes o religiosas, toda su labor la realizan muy unidos con ellos. Cada eucaristía, bautizo, primera comunión siempre tienen el apoyo del cura más cercano.
De hecho, el director del Seminario Mayor de Maracaibo, Jorge dos Passos, les acompaña en varias actividades y retiros. Asimismo religiosas de comunidades aledañas participan de apoyo en la formación de catequesis o en eventos particulares de misión.
“Son años de vivir la sinodalidad, aquí somos pueblo de Dios siendo buena nueva, estemos en el espacio que estemos, indistintamente de su vocación”, cuenta Monzant.
Esperanza en medio del dolor
Desde esas dos vertientes a lo largo de estos años han construido un camino en el que han servido principalmente a niños y mujeres gestantes. También se han comprometido con el pueblo migrante tanto dentro como fuera de Venezuela. Estos laicos y laicas “buenanueva” tienen dos centros de desarrollo infantil en el que proveen de alimentos a los niños de familias muy pobres.
En este servicio se incluye también la formación catequética y cultural como dos pilares para combatir las causas de las pobrezas en sus distintas dimensiones. La situación actual del país afecta y sigue agudizándose en medio de la resaca de la burbuja socialista que por un lado muestra una caterva de influencers y cantantes haciendo conciertos fastuosos en Venezuela, pero que, por ejemplo, en la comunidad de Amalwin, oeste de Maracaibo, la historia es otra.
En este lugar, Gádice Elena Carrillo resiste desde hace más de 15 años con unos de los centros de desarrollo, donde atiende a más de 100 niños a diario. Su mayor recompensa es la sonrisa “al verlos jugar, aprender y hasta enseñar”, porque en ellos está “es Dios vivo de las periferias”.
Por supuesto, no todo es alegría. Entre esos claroscuros Elena ha tenido que vivir el dolor de la pérdida. Hace más de un año murió su hijo menor en Ecuador. Un dolor compartido con tantos “abuelos y abuelas que han debido despedir a sus hijos que emigran. Se quedan con sus nietos”.
Es la otra cara de la diáspora que según cifras oficiales sobrepasa los 7 millones y medio de venezolanos en el exterior. Son emociones encontradas en esta Navidad, los “buenanueva” como Elena arañan entre la masa de hallacas y pan de jamón para multiplicar el alimento.
Aunque vivirán esta Navidad con carencias materiales “sabemos que Jesús nace en medio de nosotros, por eso pide que “no nazca en un pesebre frío, sino que nazca en el corazón de cada uno de nuestros niños, de nuestros vecinos, en cada uno de nosotros”. Es la esperanza cristiana, en medio del dolor.
Hambre, el peor de los flagelos
Todos los días a las 12 del mediodía se sirven los almuerzos en Palo Blanco, una comunidad indígena wayuu, al sur del municipio San Francisco, a unos 20 kilómetros de la capital Maracaibo.
Minelsy Hernández pasa lista. Ella es una recién convertida “buenanueva”. Está pendiente de que cada niño se lave las manos. Llega la oración por supuesto. Una dinámica que comparte con sus labores de emprendedora en la Venezuela “del bloqueo” como suelen decir los voceros del régimen. Ella es un ejemplo vivo de solidaridad junto con su esposo, pues la pobreza sobreabunda en esta zona olvidada, pero siempre hay ángeles en medio de los más pobres.
Minelsi y las líderes de la comunidad multiplican panes y peces para 100 niños (y hasta más) que atienden de lunes a viernes. En medio de esta dura realidad, siente que esta Navidad ha sido el mejor de su vida: “Ayudar a muchos niños en extrema pobreza, incluso a adultos, a madres embarazadas. No solo proveerles de comida, sino escucharlos, que se sientan amados”. Eso no tiene precio y por eso “estoy feliz”.
En esta tierra hay un dicho “barriga llena, corazón contento”. No hay peor flagelo que el hambre y “en verdad hemos llenado barriguitas, gracias a Dios, pero también le hemos hablado mucho de Dios, mucho de la Virgen, han aprendido a valorar, a querer, a dar amor y me han llenado de mucho amor de verdad”, confiesa Minelsy.
El guiño de Francisco
Una catequesis que dista mucho del mensaje panfletario y del Dios castigador. Aquí lo esencial es combatir el pecado social de los poderosos (hoy en Venezuela los chavistas o boliburgueses) para enseñar que Dios es amor y que en la Iglesia caben todos, todos, todos.
Sobre todo defender la vida, podría decirse que un buenanueva son unos pro-vida, pero desde una dimensión teológica más profunda, pues “no solo defendemos las dos vidas, propiciamos espacios de atención y prevención, defendemos la vida dando alimento del cuerpo y alma, pero denunciado a los opresores”, agrega Elvy.
La Palabra de Dios llega con fuerza en medio del desierto de la indiferencia, al punto que el grito ha resonado en estos 28 años de existencia. Los buenanueva no solo reparten comida o dan catequesis, han buscado alianzas con los alcaldes de Maracaibo y San Francisco para seguir gestionando otras ayudas, como también con entidades internacionales como el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Desde Puerto Rico – un obispo benefactor y vinculado el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeña (Celam) – cuya identidad prefieren mantener en reserva les apoya constantemente.
También la Pastoral Internacional de la Niñez (Pastoral de Criança) de Brasil, la misma fundada por Zilda Arns Neumann, tiene desde hace 8 años formación de líderes para la atención de la primera infancia, bajo el método de los 1.000 días y las respectivas celebraciones de la vida.
Incluso el propio papa Francisco ha tenido un gesto de amor y cercanía con los niños de Buena Nueva, quien a través de esta revista envió un mensaje de apoyo – ¡de su puño y letra! – para seguir adelante con el trabajo que hacen.
Los buenanueva este 25 de diciembre volverán a meter sus manos en tierra venezolana para seguir protegiendo la vida y compartir el pan. Cualquier granito de mostaza sirve, mientras la fe sea grande. “El Dios de la vida,nos haga buena nueva para los empobrecidos. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo”. Así se persignan para salir al encuentro.
Vida Nueva Digital
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