Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2) Con esta frase, inicia sus palabras sobre la cuaresma, el Papa Francisco. En este, nos invita a sacudirnos esa «inexplicable añoranza por la esclavitud» que llevamos dentro y abandonar las «ataduras opresoras» que nos paralizan y nos impiden soñar con un mundo distinto.
El mensaje titulado “A través del desierto Dios nos guía a la libertad” fue publicado el jueves 1 de febrero, a 13 días del inicio del tiempo litúrgico con el Miércoles de Ceniza.
El Sucesor de Pedro recuerda su viaje a Lampedusa, en el que ante la globalización de la indiferencia lanzó dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). Para ilustrar mejor este punto, Francisco cita un pasaje de la Escritura, cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo, escucha.
Para que la Cuaresma sea concreta, el primer paso es querer ver la realidad. «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8).
El Papa reitera que “Dios no se cansa de nosotros” y anima a acoger la Cuaresma “como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2)”. “Es tiempo de conversión, tiempo de libertad”, asevera, y explica que “el desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud”.
Para el Pontífice, la dimensión contemplativa de la Vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías:
“Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud”.
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