Los padres Édgar Doria, Eduardo Ortigoza y Ovidio Duarte, sacerdotes zulianos formados en la Iglesia por el desaparecido Arzobispo de Coro, ofrecen un valioso testimonio sobre el prelado zuliano que resaltó por su temple, vocación de servicio y cercanía con las familias zulianas.
Emblemático, directo, cercano, coloquial y humano. A la vista de sacerdotes y obispos que conocieron y compartieron en algún momento de su vida con Monseñor Roberto Lückert León lo pincelan como alguien que marcó huella en la Iglesia católica y con su feligresía.
Si alguien puede hablar con propiedad del legado de monseñor Lückert ese el padre Edgar José Doria Molero, párroco de la Iglesia Santísimo Sacramento. Lo conoció en 1965, en plena adolescencia, como párroco en la capilla Nuestra Señora de Lourdes. Con él se incorporó a la Legión de María. Siguió su ejemplo y contempló su testimonio de fe viva.
“Trabajando con él, siguiendo su ejemplo, me animé a entrar al seminario, gracias a que él mismo, personalmente, me llevó allí, y, bueno, esta amistad siguió cultivándose”, recuerda.
El padre Doria destaca su valentía: “No tenía miedo, tuvo la gran capacidad de ser la voz de los que no tienen voz”.
Doria asegura que se desempeñó “muy bien” en la Diócesis de Cabimas y después en Coro, donde fue administrador apostólico. “También presidió Cáritas, donde desarrolló una gran labor, sirviendo a los más pobres, a los más necesitados. (Muchos) sacerdotes lo quisimos, amamos y respetamos y que, juntamente con Monseñor Domingo Roa Pérez, él cumplió una gran misión aquí en la Arquidiócesis de Maracaibo”, detalla.
El sacerdote explica que su humildad y cercanía le dieron un rango permanente. “Todo el mundo lo conocía como el Padre Lückert porque se ganó la confianza y el cariño. Muy pocos le decían Monseñor sino la gran mayoría le decíamos Padre Lückert”, comenta.
Su maestro y mentor
Para Doria fue un eslabón humano para plasmar su vocación religiosa. “Él se sorprendió una tarde cuando yo le dije que quería irme al seminario y me dijo: ‘Vos estáis loco, si tenéis tu novia, tenéis los grupos de apostolado’, yo pertenecía en ese momento a la Legión de María, tenía un grupo grande de la Liga de Béisbol”. Lückert puso bajo la lupa su vocación hasta que se dio cuenta que aquel muchacho estaba determinado a incorporarse a la carrera pastoral.
“No había entrado yo al Seminario Menor ni siquiera sino que él se comunicó con el rector de Caracas, Monseñor Nicolás Bermúdez, que era el rector, y le dijo que iba a llevar a un candidato. Gracias a la influencia de él y con la aprobación del Arzobispo, me recibieron en el seminario, y aquí estoy. Yo voy a cumplir 46 años de cura y Monseñor Lückert tiene allí gran parte. Yo creo que la mitad de toda mi formación sacerdotal”, dijo.
Lo recuerda siempre durante las vacaciones en las que los aconsejaba, instruía y detallaba cómo se celebraba una misa, cómo se confesaba. “Nos dio clases en la práctica, en el día a día, a un grupo de sacerdotes como al padre Ortigoza, el padre Ovidio, el padre Andrés. Nos formamos en esa escuela de ser siempre servidores, alegres, generosos, enamorarnos de nuestro presbiterado”.
– ¿Alguna anécdota que dimensione lo que era Monseñor Lückert?
– Él tiene una anécdota muy bonita, que él mismo la contaba. Él una vez iba a Coro, entonces se le echó a perder un caucho, se le vació un caucho. Llegó a un kiosquito de esos que están en la vía, y arreglando el caucho, por supuesto que él lo estaba arreglando solo, pero alguien llegó a ayudarlo.
El padre Doria prosigue su relato. Menciona a la persona que fue a ayudar al prelado maracaibero. “¿Señor quiere una cervecita? Sí como no, con este solazo (…) Dame la otra. A la tercera, le dice Lückert, no, ya más no, porque voy pa’ Coro, yo soy el Arzobispo de Coro”. El cauchero vino y dijo: “Coño, no más te habéis bebido tres, si te bebéis otra decís que sois el Papa”.
Promotor vocacional
Otro de esos alumnos de monseñor Roberto Lückert fue el padre Eduardo Ortigoza, rector de la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) y director de las escuelas arquidiocesanas de la Arquidiócesis de Maracaibo, quien lo conocía desde hace 54 años y considera que fue una persona muy cercana a la juventud y un excelente promotor vocacional.
El padre Ortigoza regresa a 1969, cuando Lükert fue designado por el Arzobispo para coordinar todo lo que era la pastoral vocacional y potenciar la captación de jóvenes con inquietudes hacia el sacerdocio.
“A partir de ese momento él comenzó a desarrollar una importante tarea, visitando la familia de los seminaristas o de los candidatos, promoviendo encuentros, reuniones, jornadas de reflexión y de manera muy especial tratando de acercar a estos que podíamos ser candidatos a la liga sacerdotal, acercarla a toda la realidad de la Iglesia”, resalta.
– ¿Qué caracterizó a Monseñor Luckert?
– Estuvo caracterizado por su carácter abierto, que le permitía entrar en relación con distintos sectores de la sociedad, con distintas edades. Se entendía perfectamente con las personas mayores, con las personas de mucha cultura o con las personas que provenían de ambientes sencillos, populares, como podían ser los de las parroquias del Centro de la ciudad donde él tuvo un trabajo importante, como en la iglesia de Santa Bárbara junto con monseñor Mariano Parra León y luego en la iglesia de Lourdes, en la zona de allí del barrio San José y posteriormente en la Basílica de nuestra Señora de Chiquinquirá.
Sobre su personalidad, el padre Ortigoza resalta su carácter abierto, pero también firme en ideas y principios: “Transmitía la seguridad de un buen amigo, de un confidente, de una persona siempre dispuesta a escuchar y a dar respuestas asertivas a las preocupaciones o también a las situaciones difíciles que pudieran estar viviendo aquellos quienes estaban en contacto con él”.
Ortigoza, próximo a cumplir 44 años de vida sacerdotal, asegura que para él y para muchos otros sacerdotes fue un modelo de vida sacerdotal y de liderazgo al servicio de todos.
“Como buen maestro, enseñaba en la práctica, en el desempeño de cada día. Se encargó de enseñarnos cuáles eran las actitudes que debía tener un buen sacerdote y especialmente de qué debíamos cuidarnos y cómo debíamos desarrollar cada vez más nuevas capacidades y nuevos conocimientos. Siempre fue muy cercano y preocupado por todos”, afirma.
Polifacético y servidor del país
Destaca Ortigoza los 13 años en los que Monseñor Lückert fue párroco de la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, siendo vicario general de la Arquidiócesis y director del diario católico la Columna.
“Resaltaba esa capacidad de manejar en un mismo momento y en un mismo compromiso distintas responsabilidades. Ser párroco significaba atender a todos los que llegaban, los alterados, ancianos, los jóvenes, los niños, las familias, los que se preparaban al matrimonio, la atención de los sacramentos, visitar los enfermos, predicar la palabra de Dios”, precisa.
El sacerdote también reconoce la capacidad del prelado, pues, en sus palabras no tenía ningún problema ni conflicto en desempeñarse como la mano derecha del Arzobispo de Maracaibo y al mismo tiempo como vicario general, atender y despachar los que podían hacer los asuntos de la curia. O estar dispuesto a darle su asesoría y su hacer escuchar su voz por parte del Arzobispo y dirigir un medio de comunicación como para el momento era el diario La Columna.
“Eso manifestaba lo polifacético de su carácter, pero sobre todo de su capacidad de trabajo, de servicio y de entrega a la iglesia, a la iglesia y sobre todo al país. En todo momento Monseñor Lückert tenía claro lo que era un proyecto de país y para eso a los jóvenes que fuimos sus discípulos nos formaba en esa dimensión, la dimensión de servicio al país, de servicio a la Iglesia, de compromiso con los que podrían ser los grandes principios de la moral, de la solidaridad, de la responsabilidad, y que todo ello llevaba a defender la democracia, y eso lo hacía y lo predicaba Monseñor Lückert constantemente”, apunta el director de las escuelas arquidiocesanas.
Generaciones de familias
El padre Ovidio Duarte, párroco de la Iglesia San Antonio María Claret, lo califica como “un maestro increíble, maravilloso”.
Monseñor Roberto Lückert me enseñó a bautizar, a casar, a hacer los expedientes matrimoniales, a compartir con mucha gente aquí en Maracaibo y, entre paréntesis, yo que lo conocí porque estuve dos años en la Basílica compartiendo con él, y tenía fama de que se lo pegaba mucho, mentira, me dio el secreto, No se lo voy a dar a ustedes (…)”, relata Duarte de manera pícara, pero conmovedora durante la homilía de este domingo en la iglesia Claret.
Sin embargo, lo que más lo marcó, según su testimonio era su entereza como pastor. “Jamás, jamás, lo digo aquí, jamás lo vi trastabillar, jamás”, asegura.
Duarte también se refiere a su cercanía con las familias zulianas y de lo que representó para muchas generaciones de ellas.
Afirma que a monseñor Lückert le gustaba compartir con todas las personas y formar parte de las familias, de muchas familias en Maracaibo. “No solamente porque los haya casado, sino que bautizó y confirmó y volvió a casar y volvió a confirmar, a cuatro, cinco generaciones, aquí en Maracaibo. Yo mismo me imagino que en Cabimas y en Coro”.
Por ese legado de amor, el padre Duarte sostiene que lo recuerda con una gran alegría. “Dio todo por esta Iglesia, la Iglesia de Maracaibo, la Iglesia venezolana, la Iglesia de Coro. Creo que hombres como él hacen falta en Venezuela”, remarcó en la eucaristía.
Versión Final
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