Experimentar el “encuentro personal con Jesucristo” es un motivo de fortaleza para seguir fiel en sus caminos, asumiendo el amor y la solidaridad con el prójimo
Hoy quiero traer a estas páginas la experiencia que unas 80 personas vivieron los días 16 y 17 de marzo, durante el retiro básico de la Renovación Carismática Católica, en la diócesis de Guarenas, Venezuela. Asistí ante la “disponibilidad de tiempo” que tenía y por esa “necesidad de fortalecer” mi fe ante algunas adversidades vividas a lo largo del camino transitado, y por qué no, para conocer nuevas experiencias.
“La RCC es parte del avivamiento que experimentó la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II, con el papa san Juan XXIII al frente”, dijo María Araminta Ramos, la primera ponente de este encuentro. En esta “corriente de gracia” que es como los “carismáticos” llaman al movimiento inspirado en la efusión del Espíritu Santo, muchas personas han experimentado su retorno a la fe cristiana y a la iglesia.
“Nada extraordinario”, dirán algunos. Pero no fue lo mismo para aquellos estudiantes que hace 52 años, durante el fin de semana del 17 al 19 de febrero de 1967, en la Universidad de Duquesne, en Pittsburgh, Estados Unidos, experimentaron el cambio en sus vidas, recordó Araminta. “Allí rezaron para pedir el bautismo en el Espíritu; algo que sopló vida y aliento al pueblo de Dios desde las primeras comunidades cristianas”.
La llegada del Espíritu Santo ocurrió por primera vez en Pentecostés. “Desde entonces han ocurrido conversiones impactantes. Ejemplos de este seguimiento a Jesucristo son los cambios en Saulo de Tarso, Santa María de Egipto y San Francisco de Asís”, ratificaba luego el padre José Antonio Barrera Ruiz, el asesor diocesano de la RCC.
La meta: apartarnos del pecado
“Convertirse” es más que superar una dura realidad personal y temporal, señaló el sacerdote. “El cambio significa convertirme de lo que me aparta de Dios: el egoísmo, la vida mundana y libertina, la mentira, la autosuficiencia y el reconocimiento”. “Muchas veces estos pecados se hacen cotidianos en la vida del hombre”, como algo normal.
Monseñor Gustavo García Naranjo tendría la responsabilidad de concluir el retiro con una misa en la catedral de Guarenas. “La meta es apartarnos del pecado y seguir a Jesucristo”, decía con relación al retiro y la Cuaresma.
Explicó el evangelio del día donde se narra la “transfiguración” de Jesús, enseñando que “nosotros también debemos tener momentos de oración y recogimiento en nuestra vida”.
“La clave está en el apóstol san Pablo”, agregaba citando a Filipenses: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas”.
Encuentro personal con Cristo
Efectivamente, durante la mañana del segundo día del retiro, los asistentes experimentaron el momento más crucial de sus vidas: su “encuentro personal con Jesucristo”. Un día antes, escucharon hablar del perdón de Dios Padre al hombre; del inmenso amor de Jesucristo; y de la fuerza que significa para la Iglesia y para cada cristiano el Espíritu Santo, el Paráclito o Consolador.
Para algunos, su encuentro con Cristo, ocurrió durante la imposición de manos y de la intensa oración donde “reconocieron a Jesucristo como salvador”. El bautismo del Espíritu Santo no se trata de un segundo bautismo, explicarían con anterioridad. “No se trata de volver a nacer de la madre. Es el momento de entender la grandeza de ser y llamarse ‘cristianos’. Es entender que la misericordia de Dios nos alcanza sin importar lo que hayamos sido en la vida.
Los organizadores invitaron a sentarse en seis sillas dispuestas delante de la asamblea. Detrás, una fila de personas esperaba a que oraran por ellas. Algunos que iban por primera vez, eran los más sensibles. Otros, los más experimentados en el camino de la renovación carismática, también querían mantener sus fuerzas y seguir adelante.
El padre José Antonio giraba instrucciones a las mujeres que le ayudaban y al coro para que mantuviera el ambiente con inspiradoras canciones. “No se asusten si sienten algo distinto a lo normal o si no sienten nada. El Espíritu Santo estará trabajando en silencia sobre cada uno de Ustedes”, decía con anterioridad en sus enseñanzas.
Llegado el momento de la imposición de manos y de la oración intensa, algunos lloraron, otros rieron, “hablaron en lengua” o emitían sonidos extraños, cantaban o enraban en un profundo sueño que los carismáticos llaman: ”descanso en el Espíritu”.
No hubo sobresaltos ni expresiones corporales al estilo de las creencias “tele cristianas”. Sus cuerpos palpitaban aceleradamente pero se mantenían en sus asientos mientras las “servidoras carismáticas” les colocaban las manos sobre el pecho, en cabezas y los hombros. Estas les susurraban que Jesús los amaba y estaban llamados a servirle.
Llorando de felicidad
Al finalizar algunas jóvenes relataron su experiencia relató: “Inexplicablemente entré en un profundo sueño y aunque estaba consciente de que ya habían terminado de orar sobre mí, sentía que no me podía levantar de la silla”. A otra le dio un deseo intenso de llorar, aunque internamente se sentía alegre. “Me siento como libre y ligera, con una inmensa alegría y muchas ganas de amar”, repetía desde el micrófono dispuesto para escucharlas.
Salvador León Espejo, uno de los coordinadores explicaba que este “es un momento especial en el arrepentimiento de nuestros pecados. En la misericordia de Dios podemos renovar nuestra vida”. José Antonio, por su parte, motivó a recibir el sacramento de la Confesión en esta Cuaresma para que “en nombre de Dios, el sacerdote te diga: tus pecados te quedan perdonados”. “La conversión supone renacer de nuevo”, acotó.
La experiencia de este retiro ratificó que en “el encuentro personal con Jesucristo” es un momento sublime en el “que reconoces que sin Dios no eres nada”, más en esta época de Cuaresma cuando el llamado es a la conversión. Quienes tuvieron esta primera experiencia jamás la olvidarán y los que la habían vivido ratificaron que “experimentar ese encuentro con el Señor”, es una fortaleza para mantenerse fieles y en su camino.
“Fue el primer anuncio del Kerigma de Jesucristo y por eso le damos gracias a Dios”, señalaba con alegría el padre José Antonio Barrera al culminar el retiro.
Ramón Antonio Pérez // El Guardián Católico