Este miércoles de 2020 tiene unas particularidades en Venezuela. Además de padecer las circunstancias extrañas que impone la pandemia del COVID-19, las tradicionales procesiones de El Nazareno en varias ciudades del país estuvieron, para decirlo en bueno venezolano, en pico é zamuro.
Una instrucción del gobierno nacional el día lunes conminaba a las autoridades católicas a suspender definitivamente las movilizaciones del Cristo moreno planificadas en un vehículo especial.
Pero, como dicen muchos de los devotos, la fuerza de las oraciones parece que influyó en las mentes del alto ejecutivo y en la madrugada de este 8 de abril la decisión fue revertida.
Fue así cómo en Caracas, el tradicional Nazareno de San Pablo pudo salir desde la basílica de Santa Teresa para recorrer calles y avenidas de la capital a la vista de los feligreses que lo saludaban simbólicamente desde sus casas con rosario en mano o sencillamente con un atavío morado.
¿Pero qué significado tiene para los venezolanos El Nazareno en este contexto particular?
El jesuita José Agustín Lazcano cree que es una oportunidad privilegiada para repensar eso que está en nuestra fe, en nuestra formación y religión sobre lo que significa la pasión de Jesús y lo que significa El Nazareno.
Asiente que “es curioso que la fiesta de El Nazareno no está en lo que la Iglesia ha organizado a nivel mundial como el triduo sagrado del jueves, viernes y sábado santo”.
Nuestro pueblo ha creado el miércoles santo con las fiestas de El Nazareno al margen de lo organizado por la Iglesia como necesidad de expresar su identificación personal con el Jesús sufriente.
El miércoles es el día en el cual la gente se viste de Nazareno, de morado, de luto.
Para Joseba “El Nazareno puede ser el Jesús que está en las rodillas de su madre ya difunto. Puede ser el Jesús que ya está en la cruz o después de la cruz”.
Lo cierto es que el pueblo necesita su tiempo para sentirse identificado y expresar esa identificación. “Y el miércoles santo es para dedicárselo a El Nazareno es algo muy nacido de nuestro pueblo”.
El virus nos ha puesto de rodillas
Y en ese contexto del COVID-19, el también asesor de Fe y Alegría en Venezuela cuenta que tiene mucho sentido “lo que estamos experimentando en nuestra civilización y en nuestra cultura occidental. Hemos hecho un mundo de soberbia. Lo que vale es el poder, el saber, el dominar, el tener cosas. Y resulta que nos han derrotado esos bichitos insignificantes de los virus como humanidad y nos han puesto de rodillas”.
Y justamente es el momento de pensar en la lógica de Jesús. Él viene a salvar pero lo hace poniéndose de rodillas. O todavía peor, con los brazos en cruz. El Jesús crucificado es el que nos salva.
Es la oportunidad de revertir no solamente revisando nuestra propia vida, sino como sociedad. Invita a revertir nuestra sociedad orgullosa donde lo que vale es el “yo sé”, el “yo tengo poder”, el “yo puedo contra las cosas”.
Eso es una lógica contrapuesta a la de Jesús. La de Jesús es la de las bienaventuranzas, del amor, de la ternura absoluta.
Y para Lazcano la ternura es amar sin apropiarse, castamente, respetando a la persona, sin ideología; es amar por encima y a pesar de todo.
La ternura con uno mismo es condición necesaria para tener ternura, con respeto, amor y cariño, a los demás, a las situaciones, al momento, al país, con la condición humana.
“Jesús le dice a Judas “lo que has de hacer hazlo pronto”. Es decir, Jesús le permite ser lo que Es. Aún con el tremendo dolor le deja ser el traidor. Y el que más sufre en ese momento es el mismo Jesús. Pero lo deja ser”, apunta el sacerdote.
La ternura absoluta significa respeto a la otra persona aún en ese caso extremo. Y por eso es que la lógica social y cultural actual sale muy interpelada por la pandemia que estamos sufriendo “pero concretamente desde esa sensibilidad del Jesús sufriente pero amoroso”.
¿Dónde está Jesús, el de Nazareth?
Cree firmemente que Jesús está en el corazón de cada uno de nosotros. “Se nos ha hecho la posibilidad de vivir todo eso personalmente”.
Y en definitiva el camino cristiano “lo hemos convertido en religión. Es decir, en una institucionalización de lo que has de creer, lo que has de orar, lo que has de obrar, lo que has de recibir”.
Propone que hay que ir más allá de la formulación religiosa de todo eso. Tenemos que llegar hasta el Espíritu. A Jesús lo encontramos en nuestra propia experiencia personal, incluyendo el pecado personal, pasando por esta derrota histórica que ha significado esta pandemia.
Y señala: “Cuando veo pasar a El Nazareno y me persigno no es solamente una manifestación religiosa sino también una interpelación personal de mi propia vida”.
Para quien esté sufriendo y se sienta solo este es el momento para entender que Jesús también vivió uno mayor en profundidad. Y es una soledad fecunda. Significa resucitar a una nueva vida. A una vida que tiene sentido.
Ciertamente la soledad es tremendamente dolorosa pero es fecunda porque nos permite cuestionar, interpelar nuestras seguridades de tantas cosas.
Para el jesuita la soledad no es ninguna desgracia. “Es encontrarnos con nosotros mismos que es la primera y fundamental compañía. Es reconciliarse uno consigo mismo”.
Es aceptar con ternura las realidades que nos rodean y saber acompañarlas desde la impotencia de nuestra debilidad que es la tremenda fuerza del espíritu de Dios sobre nosotros.
Fe y Alegría Noticias