A Perla la encontramos entre carpetas y portafolios en la sala de maestros del Fe y Alegría Virgen Niña. Esa sala se ha convertido en el centro de operaciones de los maestros desde que comenzó la cuarentena.
Dos veces por semana allí revisan y evalúan las actividades de sus alumnos.
Perla Macuare confiesa que siempre quiso ser maestra, pero por cosas de la vida terminó estudiando informática.
“Quise siempre ser educadora. No pude hacer mi profesión porque era en Maturín, en el Pedagógico y no me dejaron ir, me obligaron a estudiar aquí en Guayana”, cuenta.
Sin pensarlo, su primer embarazo fue la puerta de entrada a la materialización de esa vocación que la acompañaba desde joven.
Durante su reposo prenatal comenzó a dar tareas dirigidas en su casa.
“Yo no podía estar sin hacer nada y me puse a dar tareas dirigidas”, así estuvo durante 8 años.
Según las cifras que maneja Fe y Alegría, a lo largo del año escolar pasado al menos el 25% de los maestros renunció a sus puestos de trabajo y de acuerdo a datos menos esperanzadores, como los de la Coalición Sindical Nacional, sector Educación, el 50% de los profesores con los que empezó el año escolar, renunciaron. La razón en la gran mayoría de los casos es que “amor con hambre no dura”.
Muchos optaron por mejores opciones de vida fuera de Venezuela y otros comenzaron a buscar en la economía informal el salario que no recibían ejerciendo su profesión.
En el caso específico del estado Bolívar, un número considerable de docentes con años de experiencia y preparación dejó el aula de clase por trabajar en las minas.
“Veo que había la necesidad de profesor, empecé a dar suplencias”, hasta que un día la llamó la directora de la escuela para ofrecerle un cargo de docente fija.
“Lo hice por ayudar y porque mis hijos también lo necesitan porque están estudiando acá”, dice.
Su esposo está fuera del país y con lo poco que puede mandarle, mantiene su hogar. Con pena reconoce que su salario es algo meramente simbólico; la última quincena se le fue en un kilo de papas.
“Un kilo de papas fue lo que compré para 15 días, no puede ser. Si esto sigue así, de verdad, los colegios van a desaparecer porque no vamos a aguantar”, comenta.
Perla, como casi todos sus compañeros, se ha convetido en una pescadora de ingresos extra. Hace repostería y manualidades para lograr estirar el dinero hasta que llega la remesa que le manda su esposo.
Todos los días empata la jornada laboral en la escuela con la de la casa, a donde llega a atender a los hijos, los encargos, además de los alumnos y sus padres en medio de esta nueva dinámica impuesta por la cuarentena.
El pantalón más caro y los zapatos rotos
Nos contó que le tomó más de dos meses pagar un pantalón que una representante “le fió “a 35 dólares y que se compró no por lujo, sino porque ya los que tenía no aguantaban más.
“Yo pagué el pantalón de 1 dólar en un 1 dólar. El pantalón más caro que he comprado en mi vida”, confiesa.
Los retos de la crisis no se los encuentra solamente en la casa para poder poner comida en la mesa tres veces al día; también están en el aula de clase, en los niños que no tienen para comprar una cartulina para la tarjeta del Día de las Madres o los que, al igual que ella, no pueden vestir zapatos nuevos. Perla dice que ha tenido que voltear la tortilla para convertir estas circunstancias en lecciones de vida.
“Me pasó que llegó un niño con los zapaticos rotos y se estaban burlando. Me dijo ‘es que tengo los zapatos rotos y mi mamá no tiene para comprarme otros’ (…) al otro día me traigo mis zapatos de deportes y les digo ‘vengan a ver’. Cuando levanto el pie y ven el hueco, se quedan que no lo pueden creer (…) y yo les dije ‘sí puede ser, pero yo tampoco voy a andar amargándome porque el zapato está roto. Lo único es que no puedo pasar por un charco porque me mojo’ y comenzaron todos a reírse. Hasta allí llegó la burla”, relata.
A pesar de las dificultades y los zapatos rotos, Perla sigue allí, puntual todos los días en las puertas del Fe y Alegría Virgen Niña metiéndole creatividad a las circunstancias para que sus alumnos tengan una educación de calidad y la motivación necesaria para no rendirse. Eso lo hace desde el ejemplo, luchando con las adversidades para no tirar la toalla.
“Los maestros que estamos aquí es por vocación, porque nos gusta, porque queremos ayudar, pero es fuerte. A ellos uno tiene que demostrarle todo como lo más bonito, porque es el crecimiento de ellos y eso es algo que te queda para toda la vida”, reflexiona.
Hoy, con un año de experiencia formal en la docencia, se planta por la defensa de un salario justo desde dos frentes, el de maestra y el de madre.
Ambas, la maestra y la mamá, no esperan más que una remuneración justa para que quienes dejan su vida en las aulas de clase, puedan vivir una vida digna y puedan comprar más que un kilo de papa con su sueldo.
Fe y Alegría Noticias
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